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EDUCAR ES AMAR

M.E. Daniela Bermúdez Flores

Cuando la forma es fondo

Juanito, alumno de segundo de preescolar, falta constantemente a clases y cuando acude es común que no presente sus tareas. Un día, llega directamente con su profesora y le dice en secreto: "maestra no traje mi libro, ni el rompecabezas que me encargó, ni el vaso para tomar agua porque a mi mamá se le olvidó". Esta conducta, es una muestra clara que el niño percibe y resiente la falta de interés de mamá en sus actividades. Tal vez, para los tutores existen otras cuestiones "más importantes" qué resolver en casa, pero cabe recordar que para los infantes la escuela es una extensión de su hogar.

Situaciones similares son frecuentes en el aula. Como maestras, cuando iniciamos el ciclo académico, es difícil reconocer el ambiente familiar de cada alumno. Sin embargo, hay una técnica muy sencilla, que (además de una entrevista previa) nos permite conocer si hay algún foco de atención en casa: observar sus pertenencias.

Es común que continuas faltas o retardos, uniformes sucios, cuadernos maltratados, tareas incompletas, ignorar o retardar peticiones de la docente, entre otras acciones, sean síntomas (más que de indisciplina) de un entorno familiar inestable. En el caso anterior, la madre trabajaba jornada completa y el infante se trasladaba de la casa de los tíos a la de los abuelos para finalmente dormir en su domicilio.

Esta dinámica fluctuante, afecta el desarrollo afectivo del menor. Golleman (2006) asegura que "el entorno familiar crea la realidad emocional del niño" y añade: "un niño puede no estar consciente de las fuerzas que rodean a su familia pero estas fuerzas sin embargo se imprimen en sus sistema nervioso" (p.242). En la mayoría de los casos, las dificultades económicas, situación de pareja o problemas de salud, rebasan los esfuerzos y deseos de los padres por crear un ambiente familiar ideal. No obstante, se debe procurar que estas circunstancias no afecten el contexto escolar del niño. La falta de atención de sus necesidades y requerimientos propios de la vida en la escuela dificultan su desenvolvimiento social, la formación de hábitos saludables y su aprendizaje.

Según Stevenson (2005), "criar bien a un niño es: poner esmero en su alimentación, educación, desarrollo y madurez hasta que alcance la edad adulta" (p.26). Esto, incluye no solamente el cuidado en casa, sino en los escenarios fuera de ella. Y, es sin duda, la labor primordial de los padres de familia.

Si bien, no es posible aislar a los niños de las situaciones que prevalecen en el hogar (y lo conveniente es conversarlo según su edad y nivel de comprensión), es fundamental no transgredir los problemas hacia su ámbito escolar. Cuidar de su presentación, ser constante y puntual tanto en su asistencia como sus obligaciones, demostrarle interés en su estancia en las aulas, evitarle sentir pena o incluso recurrir a mentiras al no presentar sus tareas, mitigarán sin duda los efectos adversos de las dificultades en la familia, al propiciarle sentimientos de seguridad y confianza en su rol de estudiante.

Reconozco que muchas veces las docentes juzgamos por las "formas" sin conocer la realidad en casa. Pero son las "formas" las que nos alertan para investigar el trasfondo familiar y así apoyar e intervenir de la manera más adecuada en los procesos de aprendizaje de cada alumno.

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