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El ABC de la justicia

FEDERICO REYES HEROLES

 I Mpotencia, coraje, cierto ánimo de venganza aunque suene incorrecto, pero sobre todo tristeza, una tristeza tan profunda que busca lo imposible: reparar el daño. Esa expresión jurídica que en verdad es una ficción y en algún sentido un engaño. Cómo reparar el daño cuando la vida está de por medio, una vida que se ha perdido y que no hay poder humano que pueda reponer. Y sin embargo la espera sigue.

El caso dio la vuelta al mundo, fueron 49 vidas perdidas y 70 más que resultaron dañadas. Pero si la pérdida de cualquier vida estruja, la indefensión de un bebé lleva a un territorio aún más devastador. Por si ello fuera poco, queda a la imaginación el horror de la forma, asfixiados, quemados. Mencionarlo duele y puede parecer morbo, pero sólo así se insinúa la profundidad de la herida. Recordar a los padres tratando de entrar al local, de recuperar a su bebé, salvarlo de las llamas, del humo. Están los directamente afectados, los padres de los 119 infantes que llevaron a sus hijos al que consideraban un lugar seguro, debía serlo. Allí los esperaba una trampa mortal disfrazada de higiene y profesionalismo, disfraz perverso que puede estar en toda la república. Eso causó estupor.

Pero los afectados se multiplicaron, porque los bebés tenían abuelos, tíos, primos, vecinos, conocidos que también viajaron con su imaginación a la ardiente trampa. Hermosillo estalló en enojo, y llevó a la rabia a todo el estado. Esa rabia, la furia contagió al país entero. Las puertas de emergencia no servían, la bodega era amenaza latente y evidente. Millones de mexicanos se convirtieron en inspectores, en detectives, en investigadores y el reclamo popular se unificó en un grito: quiénes son los responsables, que se aplique la ley. La furia estaba en las calles, en las mesas, en los rostros, en las conversaciones en las pantallas, en la radio. Llegó al Altiplano, a la Península de Yucatán, al Pacífico. La nación toda sintió rabia. Porque todos pudimos ser uno de esos padres que confió, que fue engañado por el disfraz, pudimos haber dejado a nuestros hijos allí, en La Guardería.

La indignación generalizada cayó en una pradera reseca por el mismo padecimiento ancestral, se llama impunidad. Decenas de millones de mexicanos se tomaron de los brazos simbólicos de los padres de las víctimas y caminaron juntos en una gran marcha emocional que atravesó el territorio mexicano. La simple expresión La Guardería se convirtió en una herida sangrante de México. Justicia era el reclamo, que aparezcan los responsables. Como en pocas ocasiones el enojo se instaló en la sociedad mexicana. Pero los laberintos jurídicos impedían tener un rostro que encarnara al mal. No podían dar las señas del asesino serial sobre el cual se pudiera descargar el odio. Al no darse esa descarga, la frustración creció exponencialmente.

En esas estaba el país cuando se hizo burda la otra dimensión del horror, la negligencia, la corrupción. Por qué de la bodega adjunta, por qué del material inflamable justo allí, a unos metros, por qué de las malas condiciones, por qué. El porqué como agravante enardeció a los mexicanos. La responsabilidad se volvió difusa, quién era el director del plantel, el delegado del IMSS, el encargado de protección civil, el inspector, quiénes son los que deben dar la cara. La discusión llegó hasta la Suprema Corte, pero desde el principio quedó atrapada en un fango que subleva. Porque independientemente de la responsabilidad jurídica, se reclamaba la responsabilidad política. Allí la respuesta fue gelatinosa, México no está acostumbrado a exigir responsabilidad política. Eso agrava la impunidad.

El tiempo empezó a interponer nuevos sucesos que fueron en apariencia desplazando a La Guardería. Balaceras, muertos, capos, el desfile de la violencia. Pero, por fortuna, los padres de las víctimas no permitieron que el olvido hiciera de las suyas. Organizados por la tragedia, por el reclamo, por la exigencia de justicia regresaron al caso tantas veces como fue necesario. Su caso anidó en millones de mexicanos asqueados por la impunidad. La Guardería ABC se volvió una constante en el imaginario colectivo, las tres letras remiten de inmediato a negligencia, a corrupción, a injusticia, a impunidad como la gran vergüenza nacional.

El pasado sábado 14, Raúl Martínez Martínez, juez Primero de Distrito en Hermosillo, dictó sentencias de 20 a 29 años de prisión, sin derecho a fianza, a 21 implicados en la tragedia de La Guardería. Se estableció que el incendio fue accidental por lo cual la responsabilidad es culposa. Es tan sólo la primera instancia. El camino será largo. La herida sigue abierta. En el ABC de todo estado de derecho no cabe ni el olvido, ni el desvanecimiento de la responsabilidad. Esos bebés son hoy de todos los mexicanos.

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