El año que llevo agua el río

Llovió por días enteros, el sol se guardó muy bien, la humedad confundía a la gente, algunos, los recién llegados de vacaciones en la playa, creían que se la habían traído en las maletas.

Las paredes se empezaron a poner verdes porque las plantas crecían sobre ellas, un día se reunió un centenar de personas en torno a un edificio porque una palma creció de la noche a la mañana como la planta de guisantes de Jack, querían ver el milagro. No quedó rastro del pavimento, los autos permanecían guardados en las cocheras, era un riesgo intentar circular por una ciudad llena de pozos, algunos con una profundidad que no pudo ser determinada.

Hubo sucesos naturales extraordinarios, los cerros pelones reverdecieron, el agua transitó a una gran velocidad por un lecho al que enamoró con su furia, algunos veían por primera vez el espectáculo, los más viejos sabían que era una recreación de lo ya vivido. Doña Socorro aseguró que el Cristo de las Noas levantó un poco su vestido solo por si llegaba el agua hasta allá, empezó a vender estampitas con una imagen acomodada a su visión. No faltaban las caras de preocupación, las demoras para llegar de una orilla a otra del río, había quienes gozaban asustando a los demás con que las aguas anegarían todo lo visto, lo construido, lo amado, los caminos recorridos; el carpintero de un barrio se preguntó si no sería bueno empezar a construir un arca. Los anaqueles de las tiendas quedaron vacíos, aunque el agua estaba por todos lados, no había para beber, las señoras cocinaban con jugos, refrescos y juntaban el agua de lluvia de nubes rosas por recomendación de un chamán.

Un predicador insistía en que estábamos recibiendo un castigo divino por los excesos del consumismo y las conductas disolutas, promiscuas y aberrantes que habían sentado sus reales en una sociedad demasiado permisiva. Los más racionales decían que todo era culpa de los malos gobiernos, algunas explicaciones más descabelladas creían que todo había sido un complot para olvidarnos de deudas y desviar la atención de los temas nacionales como la Casa Blanca, Ayotzinapa y más.

Lo cierto es que días enteros el 'malecón' fue el punto de reunión. Los niños comían elotes con chile, los grandes montaban sus mesas y traían los asadores, una banda amenizaba las reuniones habían ensayado todo el repertorio de Juan Gabriel, llegaban caminando o en bicicleta, el tiempo adquirió otra dimensión. Se llevó al Congreso del Estado la iniciativa de cambiar el recuento de la vida, de años a cantidad de veces que se fue testigo de las avenidas del Nazas, se iba a decir entonces, fulanito vivió tres avenidas, en lugar de 60 años.

Cada quien tendrá sus historias de momentos como los que vivimos, las crónicas reflejan lo que interpretamos de la realidad. El agua siempre será una bendición y la naturaleza no entiende de civilizaciones, infraestructura y construcciones, la naturaleza estaba ahí antes que el hombre existiera como tal y mucho antes que se pensara como humano.

Hay una serie de manifestaciones en las que tendremos que reparar como parte de la experiencia: no ser alarmistas y no darle paso al sensacionalismo, pasar por el filtro del sentido común las información que recibimos, que los agoreros del desastre no nos ganen las batallas; aprender de los errores que nos cuestan tanto: drenajes tapados por la basura tirada, coches sumergidos en las aguas por la imprudencia, ánimos desbordados del lado ciudadano y del lado de las autoridades, porque pareciera que en algún momento ya es imposible coincidir, condescender, aliarse, trabajar como equipo.

La naza era esa canasta hecha de mimbre que usaban nuestros antepasados para pescar, que las aguas que corren por el Nazas sean propicias para que podamos hacernos del alimento que significa la solidaridad, la sensatez y la común unidad que nos da el ser laguneros.