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El avión de Peña Nieto

Actitudes

JOSÉ SANTIAGO HEALY

A escasas horas del arribo del papa Francisco, el presidente Enrique Peña Nieto cometió la imprudencia de estrenar su lujoso avión Boeing 787-8 Dreamliner, adquirido en el gobierno de Felipe Calderón por un monto de 218 millones de dólares, pero con un valor final que superará los siete mil millones de pesos por el costo financiero.

Peña Nieto y su comitiva aprovecharon su viaje a Hermosillo, Sonora, en donde celebraron el Día de la Fuerza Aérea Mexicana, para impresionar a los militares de la región con el nuevo jet con capacidad para 80 pasajeros y con una autonomía de vuelo de 15 mil kilómetros.

Al costo del aparato, paradójicamente bautizado con el nombre de José María Morelos y Pavón, hay que agregarle unos mil millones de pesos en mejoras realizadas en el hangar presidencial de la Ciudad de México, además de varias decenas de millones más por gastos en capacitación y en vuelos de adiestramiento.

Ante la avalancha de críticas, Peña Nieto se apresuró a declarar que el avión no es propiedad del presidente de la República sino del Estado Mexicano. El líder nacional de Morena, Andrés López Obrador, ha tomado como símbolo de la corrupción y el derroche la compra de esta nave y prometió que de llegar a la Presidencia lo venderá de inmediato.

A su vez el secretario de Desarrollo Social, José Antonio Meade, quien como secretario de Hacienda en tiempos de Calderón le tocó impulsar esta compra, dijo al diario El Universal que dar marcha atrás sería "francamente absurdo y fuera de lugar, sin ningún sentido económico".

En efecto frente al presupuesto anual del gobierno mexicano, la culminación de un capricho más por 218 millones de dólares no significa gran cosa, pero si lo vemos con sentido social -el que parece faltar a Meade- se trata de un despilfarro y de un evidente gasto superfluo.

Los aviones presidenciales cumplen la función de transportar con seguridad y eficiencia a los jefes de estado y dirigentes de un país, pero es sabido que también han sido utilizados como demostración de poder y para satisfacer el ego de los mandatarios.

En la célebre cumbre Norte-Sur de Cancún en 1982, recordamos que las naves oficiales cumplieron un rol predominante.

Mientras la primera ministra Margaret Thatcher de Gran Bretaña y su homóloga de la India, Indira Gandhi, llegaron en aviones modestos, los jeques de Arabia Saudita arribaron en un soberbio Jumbo 747, en tanto Ronald Reagan impactó no por su flamante Boeing 707 sino por las tres limusinas que trajo desde Washington.

Años después el gobierno mexicano adquirió un Boeing 757 para superar al inquilino de la Casa Blanca, pero poco después los vecinos yanquis adquirieron dos espectaculares Jumbo 747 que han sido utilizados como Air Force One.

El nuevo jet 787 tiene por cierto mayor autonomía de vuelo y más capacidad de pasajeros que las aeronaves norteamericanas. No anda errado López Obrador cuando dice que el jet de Peña Nieto es mejor que el de Obama.

Como periodista volamos por primera vez en un avión presidencial en un viaje a China en 1986 en tiempos de Miguel de la Madrid. Era un Boeing 727, entrado en años, que requirió dos escalas para llegar a Asia, una en Vancouver, Canadá, y la segunda en la base de Midway Islands, en el Océano Pacífico, cerrada años después. Fue una aventura emocionante.

Con Carlos Salinas de Gortari fuimos testigos de su viaje a Washington en 1989 en el recién estrenado Boenig 757. Una nave muy amplia y cómoda que pudo haber durado muchos años más hasta que Felipe Calderón, ante supuestas fallas mecánicas, decidió ordenar el Dreamliner que hoy presume y disfruta Enrique Peña Nieto.

Que acción tan sensata, atinada y oportuna habría sido la de renunciar a este avión y adquirir uno más modesto o simplemente reparar la antigua nave presidencial.

En los próximos días cuando el Papa Francisco hable de solidaridad con los pobres, de practicar la misericordia con los más necesitados y de dar la espalda a los lujos, esperamos que el primer mandatario y su secretario de Desarrollo Social se acuerden de esos 218 millones de dólares derrochados en un aparato suntuoso e innecesario.

APUNTE FINAL

Crece el entusiasmo por la llegada del Sumo Pontífice a México especialmente en ciudades que nunca han recibido al papa como Morelia, Tuxtla Gutiérrez, San Cristóbal de las Casas y Ciudad Juárez. Hay expectación además por los pronunciamientos del Su Santidad Francisco en cuanto a la violencia en México y las violaciones a los derechos humanos.

Comentarios a jhealy1957@gmail.com

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