Que los niños de la casa jueguen en la calle con sus amigos de las casas vecinas es para nosotros ahora casi un sueño absurdo, un sueño totalmente irrealizable.
Para nosotros era algo totalmente normal. Haber cerrado las calles para ganar en seguridad, creímos, no ha ayudado. Hace poco me enteré de una iniciativa en Buenos Aires, Argentina, donde los vecinos están recuperando la costumbre de beber mate, al caer la tarde y frente a las casas, en sillas a propósito. El mate es una variedad de té que es parte de la identidad nacional. Hay todo un ritual para su consumo siempre en grupo. Fantástica costumbre argentina, ya extraviada ante las prisas de la vida moderna.
Cuánto tiempo hace que a nadie se le ocurre hacer algo semejante en nuestras ciudades de la Comarca Lagunera. Colocar unas sillas frente a las casas, sentarse en ellas al atardecer, cuando el calor ha amainado, y simplemente platicar. De todo y de nada, de la vida.
Bueno, no nos juntamos ya ni para hacer una carne asada colectiva, por decir algo de lo cual hasta hace poco se presumía. Algo ha pasado, algo cambió radicalmente en nuestra vida cotidiana y no nos dimos cuenta cuándo, ni cómo.
No se crea que esta situación de aislamiento, ensimismamiento, atomización es exclusiva nuestra. Es expresión local de un fenómeno global. Es un problema complejo que hunde sus raíces en el individualismo, marca de agua de la cultura occidental contemporánea y en la falta de confianza, que casi por instinto tenemos a todo y a todos.
Ambos, temas complicados. El individualismo se ha ido construyendo lentamente durante siglos. La persona se busca a sí misma en una lucha donde aquel que está dotado con las mejores habilidades es quien resulta el vencedor. Individualismo y desconfianza son la divisa de nuestra vida cotidiana. El tamaño de las ciudades contemporáneas las incentiva, el ajetreado ritmo de vida que llevamos, las distancias a recorrer cotidianamente, las pesadas cargas de trabajo nos hacen competir y nos dispersan como personas.
La confianza en sentido lato es una especie de anticipo, por el cual todo aquello que se dice es tomado por cierto, por verdadero. La confianza, dicen los especialistas, es la "viga maestra" de toda forma de convivencia. La confianza alimenta las relaciones de pareja, las que se dan entre padres e hijos, las de trabajo, las de negocio, las de un alumno con su maestro, etc., todas las relaciones están moduladas por la confianza.
El correlato de la confianza es la confiabilidad. Si alguien en particular de ordinario no cumple sus promesas o si dice una cosa y hace otra, no será depositario de confianza. La confiabilidad es una cualidad que reposa en el sujeto que está frente a mí, no se trata de algo que yo conceda. No de gratis nos hemos hecho desconfiados. La burra no era arisca, decían nuestros abuelos.
Pues bien, el Latinobarómetro, que es un estudio de opinión publica que se aplica anualmente a alrededor de 20,000 ciudadanos en 18 países y que representa a más de 600 millones de habitantes, en su edición 2010 le dedica mucho espacio a la confianza, afirma que es el "talón de Aquiles" de las democracias latinoamericanas.
De entrada, afirma que la confianza interpersonal se ha ubicado en los últimos 18 años en apenas 20 %.
La confianza es la base de las relaciones personales, pero también de las sociales. Si la gente no confía una en otra no se pondrán de acuerdo para enfrentar un problema común, y así es. La gente no está acostumbrada a suscribir cartas de protesta contra alguna autoridad que han tomado medidas que lesionan los propios intereses. Asistir a marchas e incluso dar "likes" en las redes sociales para apoyar causas ajenas no es lo de hoy.
El fenómeno se refleja en las instituciones. Apenas 34 % cree en el gobierno en México. En América Latina la televisión conserva 55 %, los partidos políticos, no de gratis, son los que alcanzan las calificaciones más bajas con 23 %. La Iglesia es la que tiene mayor nivel 67 %, junto con las Fuerzas Armadas 45 %.
Queremos recuperar la confianza en nosotros mismos, confiar en aquellos con quienes vivimos. No es nostalgia por el pasado, es sueño de futuro. Nos hemos hecho desconfiados, algo se nos perdió en el camino y no nos dimos cuenta. ¿Dónde comenzamos?
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