Antes del año 2000, la alternancia era vista en amplios sectores de la población mexicana como solución casi mágica a los problemas que enfrentaba el país entonces. Así, la democracia electoral fue elevada de facto al rango de una sui generis política pública con la que males como la pobreza, la corrupción, la desigualdad social y hasta el estancamiento económico encontrarían una ruta para ser superados o, al menos, disminuidos. Pero la alternancia no sólo no resolvió dichos problemas, sino que además en los últimos 15 años se agravaron otros como la inseguridad y la impunidad. Y no la resolvieron por un hecho muy simple: la democracia electoral es sólo una de las condiciones de un Estado que aspira a ser democrático y que, a través de este sistema político, busca analizar, discutir y resolver sus problemas. Es decir, la alternancia es insuficiente, y es un error verla como la panacea para las enfermedades que padece una república, un estado o un municipio, aunque resulta en principio deseable cuando se vive bajo regímenes tóxicos. El uso del concepto del cambio de partido en el poder como lo único necesario para salir del atolladero sólo es explicable en el terreno de la retórica y la propaganda.
La reflexión anterior viene a colación por el arranque de un nuevo gobierno estatal en Durango, el primero en 88 años no emanado del PRI o su antecesor el PNR. El PAN y el PRD abanderaron por segunda vez a un expriista, José Rosas Aispuro Torres, y lograron vencer en las urnas a Esteban Villegas, candidato que representaba no sólo la continuidad del partido tricolor sino, además, del grupo en el poder instalado desde hace doce años, con el arribo de Ismael Hernández Deras, sucedido por Jorge Herrera Caldera. Del resultado electoral, llamó poderosamente la atención que haya sido en Durango capital donde se dio la derrota más estrepitosa: el PRI perdió ahí la gubernatura, la alcaldía y todas las diputaciones. Y llamó la atención porque Esteban Villegas acababa de gobernar esa ciudad pero, sobre todo, porque si algún municipio resultó beneficiado con la docena Hernández-Herrera, ése fue Durango. El descontento con el régimen parece haber surgido por la excesiva concentración de poder y la cerrazón del grupo privilegiado con el mismo (atención, Coahuila). En contraste, La Laguna se mantuvo fiel al PRI y al grupo en el poder, a pesar del abandono que ha sufrido por parte de las autoridades estatales.
Con este antecedente, Rosas Aispuro encabeza desde el jueves 15 de septiembre de 2016 el primer gobierno estatal de alternancia en Durango. Y, tal como ocurrió con Fox a nivel nacional, una enorme expectativa vuelve a depositarse en el "cambio", sin revisar a fondo los procesos que deben iniciarse para una verdadera transformación de la realidad del estado y sus regiones. En su discurso de toma de protesta, el nuevo gobernador establece a grandes rasgos las líneas que seguirá su gobierno, a saber: transparencia y rendición de cuentas; gobierno con sentido humano y social; estado de derecho, y desarrollo con equidad. Los ejes son tan generales aún y el tiempo tan corto como para hacer una valoración más profunda de la pertinencia de estas rutas, pero de entrada se trata de más o menos lo que cualquier nuevo gobierno ofrece. La gran diferencia comenzaría por la aplicación de las estrategias (los famosos cómos) y concluiría con los resultados.
En cuanto a acciones concretas para el arranque de su administración, Rosas Aispuro habló de presentar un decreto de austeridad para "hacer más con menos"; impulsar una iniciativa de reforma administrativa para "eficientar el ejercicio de gobierno"; crear el Sistema Estatal Anticorrupción que contemple una fiscalía especializada en combate a la corrupción que sea autónoma; auditar rigurosamente las dependencias estatales y castigar a los responsables de irregularidades, y, por último, la más importante de todas, instrumentar una reforma política para que Durango se convierta en el primer estado con un "gobierno de coalición", que incluya a todas las fuerzas políticas y que contribuya a la estabilidad y gobernabilidad de la entidad. En lo que respecta a La Laguna, dijo que creará la Secretaría de Desarrollo Regional, una estrategia que busca atender mejor las necesidades de la región, pero que tiene un negro precedente en el lado de Coahuila, ya que una dependencia similar no funcionó y terminó por desaparecer. Además, el gobernador Rosas Aispuro quiere marcar diferencia con el gobierno anterior al dar el sí a la construcción del lado de Durango del Metrobús, que hasta ahora estaba congelado.
Falta ver el curso que seguirá cada una de estas propuestas y cómo se materializan. Una primera imagen la puede dar el nombramiento de los primeros 13 integrantes de su gabinete, en el cual si bien se observa una mayor apertura y oxigenación con respecto a las dos administraciones pasadas, sorprende el hecho de que sólo se haya incluido a una mujer, la cual además es la única lagunera en el equipo hasta el momento. Pero más allá de esto, y volviendo a la reflexión inicial de este artículo, es importante dejar en claro que la alternancia en Durango por sí sola no significa en automático un mejor gobierno y soluciones exitosas a los múltiples problemas que aquejan al estado. Se requiere probidad, eficiencia, verdadera rendición de cuentas, inclusión, voluntad política, capacidad de operación, oficio, apertura a la crítica y al debate pero, sobre todo, la convicción de permitir y fomentar la participación ciudadana para ayudar a construir las soluciones de la única forma en la que pueden trascender en una democracia, es decir, desde abajo.
La losa que a partir de la semana pasada le toca cargar a José Rosas Aispuro y a su equipo es muy pesada. A las innumerables obras y programas inconclusos dejados por el gobierno herrerista que ahora le toca terminar, se suman una deuda opaca que hasta ahora asciende a 15,000 millones de pesos según algunas fuentes; un desequilibrio financiero y administrativo; una débil estructura de seguridad, sobre todo en municipios como Gómez Palacio y Lerdo; un crecimiento económico desigual por regiones; una concentración excesiva del poder en el centro; una pobreza que sigue siendo de las mayores en los estados del norte; una falta de coordinación con otros gobiernos, como en el caso de La Laguna; una infraestructura carretera insuficiente, y una marginación y ausencia del estado que ha permitido que amplios territorios de la entidad sean controlados por los cárteles del narcotráfico. Ojalá que el nuevo gobierno comprenda muy pronto que esa losa es tan pesada como para pretender cargarla solo o, peor aún, beneficiarse de ello bajo la perspectiva personal o grupal como se ha hecho en el pasado. Dormirse en los laureles del triunfo de la alternancia puede llevar a cometer los mismos errores y resultar muy caro para Durango.
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