El camino hacia el arte
Una de las formas más placenteras de recrear la vista es la que ocurre cuando observamos un paisaje ya sea que se trate de uno en el cual nos encontremos físicamente o aquel en el que se evoca mediante algún tipo de imagen.
El recorrido que se realiza es semejante en ambos casos pero, ¿que ocurre con esos paisajes que nos atrapan y cuando nos damos cuenta estamos buscando detalles con un escrutinio finísimo, casi como si quisiéramos encontrar algo escondido ahí? Quizá se encuentra detrás de unos matorrales o cerca de un brecha abierta por algún sendero esa sensación de búsqueda nos toma por sorpresa, pero también nos invita a tomar conciencia de cada detalle que se encuentra frente a nosotros y más si la escena que se nos presenta es rica en estímulos y recrea caminos en los cuales nuestra mirada puede recorrer en una especie laberinto.
Naturalmente esta situación es más común en paisajes en los cuales podemos perdernos y encontrarnos entre la densa vegetación e incluso esperar el asecho de algún ser viviente.
Sin embargo ¿qué ocurre cuando el paisaje que se presenta, en apariencia carece de elementos que nos brinden lo suficiente para crear este recorrido visual? O la pregunta sería ¿Qué tipo de paisaje tiene estas características? Usualmente aquellos paisajes que llaman nuestra atención son los que contienen lo necesario para llevar esto a cabo.
El contraste entre bosque y un desierto en el segundo puede parecer que su espacio por su misma naturaleza tiene poco de donde realizar la exploración visual, la vegetación sería entonces más modesta, un desierto de día no muestra muchos animales ya que en su mayoría éstos son nocturnos.
Dutton, un autor considera que tendemos a calificar de agradables los paisajes que son abiertos principalmente aquellos que nos recuerdan a las praderas ya que ahí podemos crear una ruta visual.
Entonces eso nos podría dar la una idea de por qué son menos comunes los paisajes desérticos a pesar de que en ellos se puede dar énfasis a otros aspectos que no son tan notorios cuando se tiene un bosque por ejemplo.
Uno de esos aspectos es el suelo, ¿qué hay en él?, la arena puede ser ese elemento que dé versatilidad a la imagen ya que las dunas son siempre cambiantes crean ritmos en la escena, además de que el reflejo del sol en la arena es una opción para el juego con el color, sí hay algún tipo de vegetación entonces podrá tener más protagonismo una pequeña planta y tendrá más atención y detalle.
Otro aspecto importante es el cielo y lo que se haya en él, también puede cobrar mayor protagonismo un cielo abierto que muestra una gran gama de color al salir o ponerse el sol, con nubes que reflejen la luz que entra en juego.
¿Qué tan agradable sería apreciar la inmensidad que nos puede mostrar un desierto? Habrá quienes prefieran mayor verdor, pero no quiere decir que este carezca de él, al contrario potencialmente puede ser un oasis que guarda celosamente la vida en su interior y sólo la deja ver cuando las condiciones son las propicias.
Como región semidesértica gozamos de vistas esplendidas, planos que nos permiten apreciar una gran extensión de tierra, montañas que se tiñen de azul y morado a la distancia y un cielo que alberga una amplia gama de color, que irradia y corona un paisaje amplio lleno de vida.
Quizá más que un recorrido visual el desierto invita a centrarnos en algún punto de su panorama, perdernos en esa inmensidad que detiene el tiempo, pero que nunca es estática.