Foto: Itziar Guzmán/Tusquets Editores
Tanto la patria que uno ha perdido como la patria que otro ha ganado bien pueden convertirse en hielo abrasador o fuego helado, esa es la lección que la autora madrileña se empeña en instruir.
Ernest Hemingway decía que el olor del campo de batalla en tiempo caluroso no se puede evocar, mientras que otros olores, saltan de inmediato a nuestra mente hasta que desaparecen como cuando se ha estado haciendo el amor. ¿Pero qué pasa con las vidas que, separadas por algunas generaciones del campo de batalla, siguen conservando ese olor a carne destrozada como seña de identidad?
Almudena Grandes intenta responder a esa pregunta con apenas una oración unimembre: El corazón helado, novela publicada por Tusquets en 2007, ganadora del Premio Fundación José Manuel Lara y del Premio del Gremio de Libreros de Madrid, ambos en 2008. El título hace referencia a un verso del poema “Españolito” de Antonio Machado: Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón.
La novela de la escritora madrileña es una reconstrucción histórica que se remonta a la II República, pasa por la Guerra Civil, el exilio, la posguerra, toca la Segunda Guerra Mundial y se extiende hasta principios del siglo XXI. La narración que recrea este gran lapso se construye mediante las experiencias de tres generaciones de dos familias, lejanamente emparentadas.
El volumen está dividido en tres partes: “El corazón”, “El hielo” y “El corazón helado”, más una nota de la autora titulada “Al otro lado del hielo”, donde se incluye material anecdótico y documental.
Desde la primera parte se hace énfasis en la vida de una familia de exiliados españoles en Francia y su lacerante equipaje: el trauma de la derrota, la nostalgia de la madre patria, la tristeza del desarraigo, el deseo de volver.
El personaje más importante para la trama será el abuelo Ignacio Fernández Muñoz, alias el Abogado, defensor de Madrid, capitán del Ejército Popular de la República, combatiente antifascista en la segunda guerra mundial, condecorado dos veces por liberar Francia, rojo y español.
El abuelo pudo haber muerto al menos 13 veces pero vivió para ver muerto a Franco, para bailar un pasodoble en una plaza del Barrio Latino y para recuperar lo que más echó de menos en París, el placer sencillo de contemplar el cielo de Madrid.
En su “Canción del Esposo Soldado” el poeta Miguel Hernández escribió: He poblado tu vientre de amor y sementera. Es un poema sobre el marido que combate para que su hijo nazca con el puño cerrado, envuelto en un clamor de victoria y guitarras.
Sin embargo, en las guerras siempre hay perdedores y puede darse el caso de que su descendencia incurra en faltas estratégicas que rompen la continuidad del encono; puede suceder, por ejemplo, que la nieta del combatiente heroico se enamore del pérfido enemigo; una línea más apropiada es que esa misma nieta, marcada por un incidente que presenció en la infancia, decida saldar una cuenta pendiente: pasaron muchos años, muchas cosas, pero Raquel Fernández Perea no dejó nunca de mirar al cielo. Y nunca olvidó cómo se llamaba el hombre que hizo llorar a su abuelo.
Raquel es una joven mujer que vive en la España de la primera década del siglo. Sin embargo, carga con ella heridas ganadas en refriegas en las que nunca disparó ni fue el blanco de una bala. La distancia temporal no la salva de sufrir las consecuencias de los agravios familiares que habitan en su memoria.
Por el otro lado tenemos a Álvaro Carrión Otero, un joven profesor de física, cuarto vástago de Julio Carrión González, exitoso hombre de negocios, cuya fortuna fue amasada durante el franquismo, de ideología más bien falangista y excombatiente de la División Azul, unidad de voluntarios españoles dentro del ejército Nazi, creada para luchar contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial.
Tras la muerte de Julio Carrión, Álvaro y Raquel acabarán fatalmente ligados, su encuentro revivirá sus respectivas sagas familiares y trastocará la idea que Álvaro tenía de su vida y de su padre: No dudaba que mi padre había sido un hombre excepcional, pero ya no estaba seguro del significado de aquel adjetivo. Y no dudaba que estaba haciendo lo que tenía que hacer, pero no sabía si lo que buscaba eran pruebas para salvarle o condenarle. Álvaro comenzará a sospechar que el origen de la fortuna familiar quizás esconde una historia truculenta.
Con esos puntos de partida se exploran las consecuencias de dos formas de actuar en tiempos revueltos, hubo quienes entregaron todo en la batalla y perdieron, también hubo quienes ganaron porque sacaron ventaja de las circunstancias.
Es una novela ambiciosa, no lineal, conformada por pequeñas historias, piezas de rompecabezas que forman un conjunto complejo que abarca poco más de mil 200 páginas en la edición de bolsillo.
LAS CONSTANTES DE ALMUDENA
La primera novela de Almudena Grandes, Las edades de Lulú (1989), pertenece al género erótico, con ella ganó el XI Premio La Sonrisa Vertical; sus páginas fueron adaptadas al cine por Bigas Luna en 1990. A pesar del éxito que obtuvo con esta obra, la madrileña no ha vuelto a incursionar en los ámbitos del erotismo literario.
Su segunda novela, Te llamaré Viernes (1991), fue más bien ignorada por lectores y críticos. Malena es un nombre de tango (1994) cosechó bastantes éxitos y dos años después Gerardo Herrero realizó la adaptación fílmica.
Sus siguientes tres novelas Atlas de geografía humana (1998), Los aires difíciles (2002) y Castillos de cartón (2004), también han sido llevadas al cine. Atlas de geografía humana, dirigida por Azucena Rodríguez, se estrenó en 2007; Los aires difíciles se estrenó en 2006, fue realizada por Gerardo Herrero de nueva cuenta; Salvador García Ruiz estuvo a cargo de Castillos de cartón (2009).
La Guerra Civil, la posguerra y la transición españolas son los temas principales en la producción de esta autora; y aunque no los aborde directamente, las obras de Almudena suelen estar ambientadas en estos períodos. Algunas voces de la crítica se basan en esto para decir que la autora se ha estancado y que todos sus libros al final son el mismo libro.
Grandes afirma que, en lo tocante a estos períodos históricos, la versión elusiva que mantuvo la generación de "los abuelos" es la más difundida, de ella se han nutrido las generaciones posteriores y es debido a ese silencio que son incapaces de comprender la historia contemporánea española.
Columnista de El País, Almudena Grandes define su posición política como “con el corazón inclinado a la izquierda" y dice que se hizo de izquierdas leyendo. Ha criticado duramente al franquismo, definiéndolo como “una dictadura prototípica”. Si bien la transición no se ha escapado de sus críticas, opina que “esa generación hizo honestamente lo que creía que tenía que hacer.”
Una crítica recurrente a su producción literaria es que siempre hace posicionamientos ideológicos contra el franquismo y a favor de los republicanos; la acusan de plantear versiones maniqueas donde “los malos” son muy malos y “los buenos” son muy buenos; se le reclama que acaba por obviar o restar importancia a las atrocidades cometidas por el bando al que apoya.
En 2008 escribió un artículo en El País donde ironizó a propósito de las violaciones sufridas por monjas a manos de los milicianos durante la Guerra Civil. El texto la llevó a polemizar con otro autor español a propósito del goce de las religiosas ultrajadas.
Sin embargo, algo que suele resaltar en su obra es que existe una memoria de los vencidos y otra de los vencedores, herencias casi siempre irreconciliables, con móviles, intereses y fines distintos. No hay camino sencillo, hablar o callar estas memorias afecta a individuos y a sociedades enteras, de maneras insospechadas y con resultados impredecibles pero insoslayables.
La memoria de un pueblo partido en dos bien puede adquirir las propiedades atribuidas por Quevedo al amor, vivir la pérdida o la ganancia como si fuera hielo abrasador o fuego helado, pasar los días en una libertad encarcelada y convivir con ese niño en el abismo hasta acabar hechos polvo.
Correo-e: dianaavrenim@hotmail.com