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El desafío Trump

NUESTRO CONCEPTO

Hace ocho años un demócrata de origen modesto comenzó una carrera que en principio parecía un sueño en una de las democracias más prestigiosas del orbe, pero también una de las naciones con mayor racismo en el mundo. Luego de nueve meses de remar contra corriente y armar una interesante campaña soportada por redes en la clase media urbana, Barack Obama se convirtió en el primer presidente de raza negra de los Estados Unidos de América. El triunfo de Obama fue todo un acontecimiento no sólo por la forma poco tradicional de construir su base de apoyo, lejos de los medios tradicionales y haciendo uso de nuevas tecnologías, sino, sobre todo, por romper el paradigma de los hombres del poder en la primera potencia de la Tierra: blancos, anglosajones, de familia pudiente y protestantes. De estas características, el actual presidente estadounidense sólo posee la última.

Pese a la desconfianza del electorado más conservador, con sus amplias dotes oratorias Obama logró imponer una agenda nacional e internacional y sacar a su país de una de las crisis económicas más fuertes de las últimas décadas. Ha impulsado reformas sociales importantes como las de salud y la migratoria, aunque ha enfrentado problemas para su aplicación y, por otra parte, ha llevado a cabo deportaciones masivas como ningún otro gobierno (concesión que tuvo que hacer a la derecha). Lamentablemente, también durante su administración se ha disparado el número de abusos policiacos con tintes racistas y no ha logrado frenar la venta sin control de armas que propicia las matanzas sin sentido por parte de personas desequilibradas. Sin embargo, la balanza del saldo se inclina más hacia lo positivo, sobre todo en política exterior, en donde consiguió poner fin a las guerras en Irak y Afganistán, restablecer relaciones con Cuba y persuadir a Irán de firmar un pacto nuclear. En general, el de Obama se percibe como un gobierno ilustrado, que privilegia el diálogo y la política social y económica responsable.

Donald Trump, precandidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos que encabeza las encuestas, es la antítesis de Barack Obama. Millonario, rubio, descendiente de alemanes, con una política de derecha y retórica populista, presto a la reyerta y la polémica, de encendido ánimo antiinmigrante, xenófobo, misógino y muy poco ilustrado. Trump representa a ese sector del electorado ultraconservador, más visceral que racional, hundido en la ignorancia y la desinformación, que domina en las ciudades medianas y pequeñas del medio oeste norteamericano. Su discurso, por más disparatado que suene (construir muros, expulsar a hijos de inmigrantes nacidos en Estados Unidos, etcétera), ha conseguido conectar con esa “América profunda”, ensimismada y por lo general desentendida del resto del mundo. Aunque para muchos es improbable e indeseable, el magnate Trump pudiera ser el próximo inquilino de la Casa Blanca, sobre todo porque la única que está en condiciones de impedirlo, la demócrata Hillary Clinton, no ha podido hacer despegar su campaña como se esperaba. A Clinton le falta la épica de Obama, con todo y que se encuentra en una situación similar a la que enfrentó éste, al intentar convertirse en la primera mujer en llegar a la Presidencia.

Resulta intrigante cómo una democracia puede generar liderazgos tan opuestos en tan poco tiempo. La figura de Trump y su posibilidad de triunfo significa un desafío para la democracia de los Estados Unidos y para el mundo entero. De llegar a la Casa Blanca y convertir en acciones la mitad de lo que hasta ahora es sólo retórica, implicaría romper los equilibrios sociales internos, acabar con los fundamentos de libertad que dieron luz y soporte a la primera república americana y propiciar crisis diplomáticas con naciones vecinas y de otras latitudes. En suma, mucho de lo que se ha avanzado en la era Obama. ¿Triunfará la política de la víscera o la de la razón? ¿Qué postura asumirán gobiernos como el de México cuando, en caso de ganar Trump la elección, comience a afectar los intereses de connacionales o a violar los acuerdos tácitos de buena vecindad? En la elección en curso, hay muchas cosas en juego. Ojalá que el electorado norteamericano más reflexivo lo entienda como una afrenta: alguien como Trump no debe gobernar al país más poderoso del planeta.

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