EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

El generoso glotón

FEDERICO REYES HEROLES

Oye, vamos a Myanmar, ¿qué debemos de leer? Al instante, El Palacio de Cristal de Ghosh. ¿Qué hotel nos recomiendas en Roma? La respuesta, inmediata, sin gastar mucho y justo enfrente de El Panteón está el "Albergo del Senato". Por cierto saliendo a la izquierda hay un edificio con un frontispicio sensacional. De los precios de un hotel al frontispicio. ¿Cómo guardaba tanto detalle? Era un ser de excepción.

Comía con gran frugalidad salvo cuando se le aparecía una Rosca Brioche que sólo venden en Mérida. No bebía, no le interesaba el dinero, no hablaba de eso. Probo. Pero en verdad era un glotón, comía cultura, devoraba cultura, en él era una noble adicción. Pero ser culto puede llevar a la pedantería, la cultura puede ser utilizada como arma para ofender y humillar. No conoces las memorias de Chateaubriand, pues en qué mundo vives. No has escuchado la quinta de Sibelius con Lorin Maazel, esa es la única buena. Pero no Rafael Tovar, pudiendo hacerlo, utilizaba sus vastos conocimientos para irlos regalando por la vida. Yo te lo consigo, y aunque el libro o el CD quizá no llegaran, el regalo estaba hecho con la sola intención. Nada más lejano a su forma de ser que el patrimonialismo, ese ánimo de poseer para distinguirse. Era muy generoso.

Fue esa generosidad la que lo llevó al servicio público desde muy joven. Conoció los laberintos del poder, pero no cayó en sus garras. Acumulaba conocimientos, nunca odios o resentimientos. Su pasión era otra: valorar la cultura como una forma de existencia personal, de recreación humana. Pero más allá de la apasionante ampliación del registro emocional, estético, sensible, de la vida, la cultura era para él un elemento esencial en la identidad de las naciones. En ese sentido Rafael era un hombre de total apertura, alejado del nacionalismo miope, profundo conocedor de lo nuestro, no temía a las comparaciones. Siguiendo a don Alfonso Reyes, para de verdad aquilatar lo propio, se debe ser universal. Por eso sus inquietudes no tenían fronteras. ¿Globalizado? Por supuesto, puede la cultura ser de otra forma. Vivía en el mundo para poder ser muy mexicano.

Pero el refinamiento de Rafael y su amor por los orígenes de las expresiones humanas jamás lo anclaron en el pasado. Era un hombre del presente y del futuro. Un espléndido equipo de sonido le permitía ofrecer sus conciertos particulares. Sin ostentación seguía muy de cerca los avances tecnológicos. La selección de su iPod es incomparable. Una noche, hace muchos años, cenábamos en casa de Carlos Fuentes, y surgió alguna duda, el año de nacimiento de Laurence Sterne o qué se yo, y Rafael de inmediato sacó el celular y en instantes nos dio el dato. ¿Cómo?, le preguntamos todos, y con el tono afable que lo acompañó toda su vida, nos explicó. Todos levantamos las cejas asombrados, pero en el asunto de cejas él también nos ganaba.

Abogado de origen profesional, tenía muy claro de que sólo las instituciones trascienden. Hacer de Conaculta una instancia de estado que pudiera sortear los vaivenes sexenales y también los caprichos personales, fue la brújula que lo guió hasta la Secretaría de Cultura. Era muy trabajador. Esa visión plural le ganó el reconocimiento de una serie de comunidades que en cualquier momento se pueden transformar en jaurías. Enemigo de los escándalos, escuchaba, atendía, buscaba respuestas con una agudeza institucional notable. Pero atender a todos con su muy particular elegancia, no suponía ceder a todos. Al contrario, Rafael Tovar se caracterizó por saber ser cabeza, capitán del buque. Así navegó por las turbulentas aguas del INBA, de la diplomacia, de Conaculta, cruzando de sexenio en sexenio entre compañías de danza, músicos, teatreros, fotógrafos, actores, cantantes, pintores y lo que se le ocurra al lector.

Porque Rafael era un profesional del servicio público, su otra gran pasión. Pensaba como un hombre de estado. De ahí su excepcional supervivencia como servidor. Y claro, con el tiempo fue adquiriendo un aplomo notable. Podía aparecerse en cualquier inauguración ya fuese del arte cicládico o del modernismo alemán e improvisar, permitiendo a su memoria hacer infinitas asociaciones, referencias, observaciones que salían de su cabeza sin necesidad de notas. Increíble.

Pero alguien con esa erudición puede ser un monstruo. Lo quiere uno escuchar quizá, pero no irse a cenar con él. Para nada. Rafael era un hombre muy grato, con humor, con chispa. Sus ojos oscuros -enmarcados por sus pobladas cejas negras- no dejaban de brincar de un lado al otro mostrando las mil cosas que cruzaban por su mente.

Por muchos motivos, lo vamos a extrañar. ¿Por cierto Rafael, cuál es el próximo concierto que no podemos perdernos?, tú, de seguro, ya lo estás escuchando.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en: Federico Reyes Heroles

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1291928

elsiglo.mx