— Platón
Deslucidas, lúgubres, grises, a tono con el ánimo nacional: así fueron las celebraciones de la Independencia de México. Sí, la plancha del Zócalo capitalino estuvo llena pero principalmente por acarreados y simpatizantes del partido en el poder. Horas antes, a solo unas cuadras de distancia, un nutrido grupo de ciudadanos pedía la renuncia del titular del Ejecutivo pero a ellos no los dejaron llegar hasta Palacio. De ese tamaño los contrastes y el descontento.
En la fiesta oficial todo fue al estilo y tono de los eventos que se realizan desde hace cuatro años. Cuidados, a modo, tiesos, acartonados, con tufo a otros ayeres y la cargada habitual del Estado de México, terruño del grupo que gobierna casi “por instrumentos”, si nos basamos en lo que indican las encuestas e índices de aprobación.
Pero ni así, mediante acarreos, el Gobierno no logró una verbena eufórica y a la altura de lo que correspondería a tan importante fecha. Alicaído el ánimo de quienes se dieron cita en el Centro, ni las tortas, los refrescos ni los apoyos y el transporte gratuito incidieron en el ánimo de los convidados. Tampoco el anuncio, tardío, de que no habría cena de gala y que la esposa del mandatario repetiría atuendo. Nada atempera el mal humor social que nos invade a todos. Porque ahora sí, somos todos los enojados con el lastimoso desempeño del Gobierno en turno.
Pocos, muy pocos, vieron la ceremonia por televisión. Confieso que me ganó la costumbre y terminé haciéndolo. Además, a mí, nuestro presidente no me provoca animadversión sino una suerte de pena y angustia, al percibirlo imposibilitado para operar y dar resultados en varios rubros. En el fondo, jamás he deseado que le vaya mal, pues creo que el fracaso de un gobernante se traduce en el fiasco colectivo de toda una nación.
Trascendió que en el Auditorio Nacional, durante el concierto del tenor Fernando de la Mora, se comenzó a transmitir lo que ocurría en el balcón de Palacio y al percatarse de ello el público, la rechifla fue inmensa, antológica. Ni a Miguel de la Madrid lo vapulearon así cuando acudió al Azteca a inaugurar el Mundial de Fútbol en 1986, comentaron algunos.
En redes sociales, cuna de la ciclotimia y los vaivenes de nuestro ánimo, la cosa fue parecida. Más de una vez me preguntaron -vía Twitter y Facebook- si acaso había algo que celebrar entre tantos problemas, chascos y tribulaciones colectivas.
Sí, respondía cada vez. México, por alguna extraña razón, siempre sale adelante y es mucho más grande que sus gobernantes, buenos o malos. Creo que al final de cuentas, la fiesta del 15 de septiembre terminó sirviéndonos a todos como distractor. En el fondo, así somos en los buenos tiempos y también en la tragedia: alegres, optimistas, desafiantes, y con el talante para soportar los vendavales que no le han dado tregua a la patria desde hace más de doscientos años. Supongo que no nos ha quedado otra opción más que la de trabajar y seguir adelante. Siempre será así; quien dé el Grito desde el balcón de Palacio Nacional es ya lo que menos importa en este sexenio, donde en vez de gritos de nuestros gobernantes recibimos susurros.
Quizá es cosa de tamaño, de límites o de la notoria falta de alcances de una administración que va que vuela al cuadro de honor, pero el de los reprobados…
Nos leemos en Twitter y nos vemos por Periscope, sin lugar a dudas: @patoloquasto