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El Grito

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MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

La ceremonia conmemorativa del Grito de Independencia en México es, tal vez, uno de los actos más representativos de nuestra idiosincrasia gubernamental.

Para empezar, está basada en una versión de la historia altamente manoseada que tergiversa hechos, fechas, intereses e intenciones de los personajes involucrados, así como sus alcances y sus logros. De ahí, se sigue una serie de rutinas destinadas al culto de la imagen de la autoridad en turno, y al entrenamiento de multitudes ávidas de espectáculos y pirotecnia.

La ceremonia, además, viene acompañada de todo un montaje que busca crear ambientes controlados que impidan que abucheos, rechiflas y mentadas de madre, queden lejos de los oídos y la vista del mandatario, quien simula también al actuar como si no lo supiera.

Para los presidentes mexicanos sus mandatos transcurren de esa manera. Cada acto, cada contacto con la gente, es prefabricado para su "cuidado". Sin importar a dónde los conduzca su agenda encontrarán calles limpias, sin baches y recién remozadas. Y, sobre todo, personas a su alrededor conducidas allí para ovacionarlos y rendirles pleitesía.

Qué gobernador o alcalde se atrevería a exponer la realidad de su estado o municipio. Salvo en caso de desastres naturales, lo que quieren demostrar es lo bien que lo hacen, lo eficiente de su gestión y lo populares que son. No es que los presidentes no sepan que están ante un montaje. Simplemente se dejan conducir porque así es más cómodo para todos.

Los problemas, las realidades crudas y de difícil solución, las conocen sólo a través de informes y noticias. Sólo en ocasiones muy extraordinarias un presidente en México se enfrenta, por ejemplo, con una multitud enardecida, que lucha porque siente que su dignidad y sus derechos han sido atropellados.

Se necesita tener un equilibrio intelectual y emocional muy extraordinario para no terminar delirando ante una realidad que se les presenta siempre dual y contradictoria: la expresada en papel que va en contraposición a la que viven y experimentan en carne propia.

Pareciera que los presidentes en México no han tenido esa sabiduría que se necesita para confrontar la paradoja incesante y terminan, en su mayoría, "tronados" física, mental y emocionalmente.

Baste hacer un comparativo de fotos y observar cuál era su apariencia al momento de asumir el cargo y cuál en el momento de dejarlo.

Tal vez sea tiempo de dejar la ceremonia de lado, y de dejar que sean los presidentes quienes escuchen, todos los días y en cada lugar, el grito, el de aquellos que viven como se supone que deberían de vivir, si la Independencia hubiera sido eso que el mito dice que fue.

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