Mientras viajaba en un taxi a una reunión y hablaba con un colaborador por teléfono, abordamos algún tema relacionado con el Nuevo Sistema de Justicia Penal. Cuando colgué, el chofer inició una plática. Su hermano fue detenido tras una pelea en un bar, lo que inició un proceso que tardó poco más de un mes en terminar. Sin embargo, de quien me habló, fue de su madre.
Tras la detención, la madre fue el único familiar que estuvo cerca todo el tiempo. Ella vivió jornadas enteras en las oficinas del Ministerio Público a donde llevaron al chico. Ahí convivió con los oficiales, los guardias; con la gente de limpieza, con otros familiares, con todos. Ella estaba, en palabras de mi interlocutor, "tan angustiada que se enfermó".
No la trataban mal, me cuenta el taxista; pero tampoco bien. Hasta que una secretaria, poco menor que ella, le llevó un vaso de agua.
"Primero le dio un vaso de agua", me contó el taxista. Después, pláticas, café, un sándwich, "y hasta le compró un helado". Para el joven chofer, "esa mujer hizo que la pena que sentía mi madre fuera más ligera".
Hubo un momento en el que la sociedad y el gobierno entendieron que el sistema judicial era anticuado y susceptible a la corrupción y al maltrato y que, por lo tanto, urgía implementar uno nuevo, entonces será fácil comprender que gran parte de la responsabilidad estaba en las instituciones, pero también en los operadores.
Después de años de trabajo arduo de todos los operadores del sistema penal y la sociedad civil para que más de cien millones de mexicanos tuvieran acceso a una justicia más humana, ha llegado el momento de iniciar otra delicada lucha.
Ni la nueva infraestructura, ni los procesos de primer nivel o los principios rectores del Nuevo Sistema de Justicia Penal, ni los años de capacitación para los operadores, pueden surtir efecto en un proyecto de esta envergadura si persisten hábitos arraigados; si los familiares de la víctima son tratados con desprecio en las Fiscalías; si el guardia de la puerta de las Salas de Juicios Orales maltrata a los hijos de un detenido; si un imputado es torturado o si, durante el arresto o traslado de una persona, la fuerza policial prejuzga y la trata mal. Entonces, nada vale.
La actitud de esa secretaria es un digno ejemplo de lo que busca la justicia mexicana. No quiero decir que haya helados para todos, por supuesto, sino que los operadores del Nuevo Sistema de Justicia Penal abracen esa idea de servicio a los demás. La secretaria comprendió que la madre del taxista sufría y trató de ser empática, de ser humana. ¿Cuántas historias así podemos escuchar?
Es cierto que hay historias de éxito en los archivos de la SETEC. Sí. Casos en los que la verdad triunfó gracias al profesionalismo, al correcto uso de la tecnología o de los protocolos. Pero el éxito real debería radicar en un policía que le abre la puerta a una persona para que pase; un magistrado que atiende con respeto a los demás; un asesor que se pone de pie cuando entran personas a la sala, una secretaria que se preocupa por una madre afligida.
Miles de personas hablan de que no esperaban un buen trato durante un proceso; que les complace que la justicia piense en la gente y no sólo en rellenar formularios. Pero las otras historias son cosa de todos los días en todas partes del país.
Todavía hay hombres que sufren burlas por parte de policías ministeriales cuando van a denunciar a su mujer por maltrato. Aún se escuchan ecos de los viejos hábitos en las oficinas del Ministerio Público. La corrupción busca abrirse paso todavía.
México necesita gente honesta que defienda la verdad. Y la está encontrando en las nuevas y en las viejas generaciones de operadores. Gente que ha entendido el valor de ser funcionarios públicos y que honra ese cargo. Cientos de personas que han entendido que el que está enfrente es un humano que en ese instante sufre y que en sus manos está hacer que ese paso por la justicia mexicana sea un infierno o no.
Titular de la Secretaría Técnica del Consejo de Coordinación para la Implementación del Sistema de Justicia Penal