"La justicia es la venganza del hombre social, como la venganza es la justicia del hombre salvaje."
Epicuro
Mpezó como una de esas historias de horror que nos hemos acostumbrado a ver y escuchar en nuestro país. En la madrugada del 31 de octubre los automovilistas que recorrían la carretera federal México-Toluca empezaron a reportar que había cuatro cadáveres en el kilómetro 38, en el municipio de Ocoyoacac. Uno de los cuerpos estaba sobre el carril de baja velocidad, los otros tres a un lado del camino. Era una imagen digna de Halloween.
Vivimos en un país en el que las escenas dantescas son una realidad cotidiana. Recuerdo todavía el asombro de tantos cuando un grupo de delincuentes hizo rodar cinco cabezas humanas en un bar de baile erótico en Uruapan, Michoacán, en septiembre de 2006. La conmoción fue tan grande que unos meses después, el 11 de diciembre, once días después de tomar el poder, el nuevo presidente Felipe Calderón lanzó una Operación Conjunta Michoacán para devolver la paz al estado, cosa que todavía no se logra.
Espectáculos como el del table-dance de Uruapan se han multiplicado a lo largo de los años. Por eso tanta gente supuso que los muertos de la México-Toluca eran víctimas de una ejecución del crimen organizado.
Pero resulta que las cosas fueron muy distintas. Los cuatro cadáveres eran, según las declaraciones de testigos, maleantes que asaltaron un autobús. Éstos amenazaron a los pasajeros con una pistola y después de robarles se aprestaban a descender cuando uno de los pasajeros sacó una pistola, les disparó primero dentro del vehículo y luego bajó y los remató en el pavimento. Los maleantes no pudieron defenderse porque la pistola que traían era "hechiza".
El pasajero que mató recuperó las pertenencias que habían sido robadas y las colocó en el piso del autobús. Pidió a los pasajeros que tomarán lo suyo y les dijo "Háganme el paro". El autobús reemprendió el viaje y después de un rato el justiciero se bajó del vehículo y se perdió en la vegetación al lado de la carretera.
La carretera México-Toluca no es una vía en la que se registren muchos incidentes de robo, pero otros caminos de acceso a la Ciudad de México se distinguen por los asaltos. Una mujer que trabaja conmigo ha sido asaltado tres veces viniendo desde Coacalco, en la ruta 30 hacia Indios Verdes. La última vez el propio chofer al parecer alertó a los tres hombres que realizarían el asalto. Ella y otros dos pasajeros reportaron el asalto a los encargados de la ruta en la terminal de Indios Verdes, pero poco o ningún caso les hicieron. Ni ella ni nadie más en la combi ha presentado nunca denuncia ante el Ministerio Público. Todos saben que eso es una simple pérdida de tiempo.
Siempre es un peligro cuando la sociedad empieza a defenderse o hacerse justicia por propia mano. En el caso del justiciero de Ocoyoacac hay certeza de que los cuatro hombres muertos eran maleantes ya que fueron acribillados al concluir su robo. Son muy comunes, sin embargo, los casos de inocentes linchados, como ocurrió con dos encuestadores en Ajalpan, Puebla, en octubre de 2015.
La autoridad no puede cerrar los ojos ante el hecho de que su incapacidad para detener la oleada de asaltos en el estado de México promueve la búsqueda de justicia por propia mano. Entiendo que la pena de muerte es excesiva como castigo para un asalto. Pero no me sorprende que la gente, en lugar de exigir la captura del justiciero de Ocoyoacac, le haga el paro.
No sorprende que las autoridades de la Ciudad de Mëxico hayan decidido actuar para recuperar una casona porfiriana invadida en la calle de Orizaba 215. Lo que sorprende es que hayan pasado tres años para que al final hubiera una acción para recuperar la casa y devolverla a sus dueños.
Twitter: @SergioSarmiento