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EL PLACER DE LEER, EL PLACER DE ESCRIBIR

Dr. Leonel Rodríguez R

Un total de 88 días, y para ser sincero, no continuos, me llevó leer una de las tantas y tantas obras clásicas literarias del Siglo XIX: El Conde de Montecristo, del escritor y novelista francés Alejandro Dumas hijo (1803-1870). Un libro, si no en una edición de lujo, al menos sí elegante, bien presentado, con pastas firmes de un color rojo incitante, adornada su portada con unos cuadros con figuras muy llamativas que realmente al encontrarse en el estante de una librería o bien en una biblioteca privada, llamaría la atención como diciendo: "tómame, ponte cómodo, acerca una humeante taza de café y disfrútame, sí, disfrútame tranquilamente, sin prisas, te lleve el tiempo que te lleve en llegar a mi última página".

El libro, una de las joyas literarias editada por Burguera Mexicana, edición especial 1978, consta de 1057 páginas, ¡sí, 1057 páginas! Con una letra tan pequeña que en las computadoras corresponde al tamaño de fuente al número 10, dividido en 117 capítulos y verdaderamente al estar disfrutando de cada una de sus páginas, de cada uno de sus capítulos, lamenté muchas veces no haberlo leído desde hace varios años; sin embargo, su volumen, el número de sus páginas, lo pequeño de las letras, hacía que sinceramente "le diera la vuelta" cuando lo tenía entre mis manos, para iniciar la lectura de un nuevo libro, y dejarlo para otra ocasión, optando por escoger otro, generalmente novela, de menor cantidad de páginas, de letra más grande y de autores contemporáneos.

Tanto le rehuía a este libro por su volumen en páginas que incluso leí por segunda ocasión La Reencarnación de Peter Proud, de Max Ehrlich, Los Bufones de Dios de Morris West y Proyecto Paloma de Irving Wallace, autores de tantas interesantes y emocionantes novelas, de las cuales ya he disfrutado varias de ellas, inclusive puedo agregar que en estos últimos meses he leído dos novelas más de Morris West: Lázaro y La Salamandra, y voy iniciando otro más, El Navegante, que no llevo ninguna prisa en terminar.

Este hermoso libro, aunque en realidad todos los libros son hermosos, sea su presentación la que sea, tiene su historia: es un regalo muy preciado, ya que formó parte de la gran biblioteca del escritor lagunero Juan Antonio Díaz Durán, y me fue obsequiado hace ya más de dos décadas por uno de sus descendientes con la siguiente dedicatoria: "Para el Dr. Leonel Rodríguez R., deseando que siga por el camino de las letras". Raquel Díaz Durán, 6 Oct. 1994.

¡Quién no ha escuchado, al menos el título de esta obra, "El Conde de Montecristo"! Quizá muchos desconozcan su autor, sin embargo, el título de la novela es muy familiar. ¡Cuántas versiones se han realizado en la pantalla chica, sin embargo, antes de que ésta existiera, hubo una versión radiofónica, que si mal no recuerdo, el Conde de Montecristo (Edmond Dantés), era representado por Arturo de Córdova, lo mismo que en una de sus películas; cuántas versiones en la pantalla grande se han realizado, no yendo muy lejos, en abril del 2002 se estrenó en La Laguna una nueva versión cinematográfica dirigida por Kevin Reynol y que fuera muy aceptada por los amantes del séptimo arte.

La trama ya conocida: Un hombre inocente es encarcelado injustamente y en forma por demás premeditada y sorpresiva durante más de 14 años, precisamente en el momento que contraía nupcias con su amada Mercedes, y su brillante estrategia para salir de su prisión, y años después irse vengando de cada uno de aquellos que lo traicionaron, una historia fascinante en donde se enlaza el amor y la decepción, la amistad y la traición, la acción y la aventura.

Fueron infinidad de emociones que experimenté con su lectura, siempre, acompañada de humeantes tazas de café, además un sinfin de nuevos conceptos se agregaron al archivo de mis conocimientos, muchas palabras de definición desconocida las entendí al acercarme a un buen diccionario y sobre todo un buen número de filosóficas reflexiones del autor quedaron grabadas en mi mente, en mi espíritu, mismas que deseo compartir con quienes me hagan el honor de leer estas líneas y que a continuación transcribo:

"¡Vivid!, Un día llegará que seais dichosos y bendigais la vida".

"Cada hombre se cree más desgraciado que cualquier otro infeliz que llora y gime a su lado".

"Un hombre de temple no puede flotar mucho tiempo en un estado de melancolía, que permita vivir a los espíritus vulgares, pues esta mata a las almas superiores".

"Los hombres verdaderamente generosos están dispuestos a compadecerse de la desgracia de su enemigo cuando ésta supera su odio".

"La vida es tan incierta que debe aprovecharse la felicidad en el momento en que pasa a nuestro lado".

"Los amigos que hemos perdido no reposan en la tierra: están encerrados en nuestro corazón".

¡Cuánto admiro al séptimo arte!, a la televisión, las computadoras, el Internet, el celular, el fax, el correo electrónico, el teléfono mismo aún a pesar de su antigüedad, todos estos avances tecnológicos son una verdadera maravilla, ¡y lo que vendrá después!, quizá de lo venidero sí se asombren los niños y los jóvenes de hoy como los que correspondemos a la generación anterior, todavía conservamos el poder del asombro ante todos estos últimos avances; sin embargo, todo, todo tiene un precio: la mayoría de los jóvenes, no podemos generalizar, he visto uno que otro ensimismado en la lectura de un libro, ya no buscan de disfrutar de una obra clásica o de una novela de un autor contemporáneo, quizá vean la versión de una de esas novelas llevadas a la pantalla grande, como la cinta cinematográfica de El Conde de Montecristo, pero nunca, jamás de los jamases, una película superará las emociones y el poder de la mente de llevar al vuelo a la imaginación a nuestro antojo lo que el autor nos va narrando, y que proporciona leer la versión original de la novela: el placer de la lectura de un buen libro; jamás el Internet, el correo electrónico con toda y su rapidez de envío, superará al romanticismo de una carta escrita a puño y letra del enamorado aun cuando tengan que pasar días y días para que ésta llegue a manos de la persona amada.

No será nada fácil para quien nunca o poco lee, redactar con soltura un artículo, escribir una carta, un libro, una novela, porque precisamente para poderlo hacer es necesario leer, leer, mucho. No por algo lo dice Pilar Martínez: Porque leo, escribo.

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