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El racismo sigue vivo

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Se avivan las tensiones raciales en Estados Unidos tras la muerte de dos hombres afroamericanos a manos de agentes de la policía ocurrida la semana pasada en un lapso de 48 horas.

En el primer caso, el martes 5 de julio, Alton Sterling, de 37 años, padre de cinco hijos, fue baleado en un altercado con dos policías blancos en Beaton Rouge, Lousiana.

Al día siguiente, Philando Castile, de 32 años, quien era supervisor de una cafetería escolar de Falcon Heights, Minnesota, recibió cuatro disparos cuando pretendía mostrar su identificación al agente policiaco que lo detuvo por una infracción de tránsito.

Ambos casos fueron capturados en video con teléfonos celulares, el de Philando fue transmitido vía Facebook Live por la novia de la víctima. El material que se difundió a través de las redes sociales y la televisión es una evidencia de la violencia que ejercen las fuerzas del orden en Estados Unidos.

Los incidentes desataron manifestaciones para exigir justicia en diversas ciudades del país.

Antonio Ginatta, director de incidencias de Human Rights Watch (HRW), advirtió tras los asesinatos: "La comunidad reaccionará con dolor e ira".

El jueves 7 de julio, en Dallas, Texas, se dio una reacción, igual de irracional y racista. El afroamericano Micah Xavier Johnson disparó con un rifle de asalto AR-15 contra oficiales que vigilaban una protesta por los hechos registrados en Lousiana y Minessota. El saldo fue de cinco policías muertos y nueve personas heridas. Se le consideró el día más mortal en la historia de las fuerzas de seguridad estadounidenses desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Según la policía, Micah, quien era veterano de guerra en Afganistán entre 2013 y 2014, dijo, durante las dos horas en que se mantuvo atrincherado en un garaje, que su objetivo era "matar blancos, especialmente policías".

Un sondeo del Centro de Investigación Pew mostró que 70 por ciento de los afroamericanos y 52 por ciento de los latinos dicen haber sido discriminados o tratados de manera injusta por consideraciones de su raza o etnicidad en Estados Unidos. De los afroamericanos y de los hispanos, de entre 18 y 29 años de edad, 65 por ciento dice haber sido discriminado.

Cuando Barack Obama se convirtió en el primer presidente afroamericano de Estados Unidos en 2008 se consideró el inicio de una nueva era donde el racismo podría terminar, sin embargo la intolerancia y la violencia en el país vecino ha ido en aumento.

El odio fue lo que provocó, hace casi un mes, la masacre más grave perpetrada a tiros en la historia de Estados Unidos. Omar Mateen, de 29 años, abrió fuego contra una multitud en el bar gay Pulse, en la ciudad de Orlando, Florida. Murieron 49 personas en este acto homofóbico.

Tanto Micah como Mateen tenían ideas extremistas. En su momento, se dijo que Mateen era leal al Estado Islámico y que padecía de trastornos mentales, mientras que sobre Micah, las investigaciones apuntan que preparaba una matanza con explosivos para hacer pagar a las fuerzas policiales por los abusos contra la gente de color.

Estos casos revelan que a pesar del desarrollo democrático y económico de Estados Unidos persiste una sociedad violenta, que tiene una gran facilidad para adquirir y usar armas.

Tras una masacre se revive la discusión sobre el control de armas y se piden políticas para evitar que sospechosos de terrorismo, personas con antecedentes penales o desequilibrios mentales puedan adquirirlas. Este control, junto al fomento del respeto a la diversidad de toda índole, son los retos de los gobiernos.

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