Dentro de la confusa revoltura en que se ha convertido el proceso electoral norteamericano, surge un tema de interés para nosotros. Se trata de la actitud que los partidos demócrata y republicano ya anticipan hacer valer en relación con la subsistencia, modificación o supresión del Tratado Norteamericano de Libre Comercio que nos une a los Estados Unidos y Canadá en una gran suma de mercados.
El asunto no es menor. Desde la firma del acuerdo en 1994, coincidente por cierto con la insurrección en Chiapas del Ejército Zapatista, los intercambios económicos del TLCAN han aumentado exponencialmente así como la suma del PIB de una también creciente población.
La actitud del gobierno mexicano ha sido recalcitrante defensor del TLCAN y de su texto original. Toda sugerencia de plantear modificaciones hasta ahora ha sido secamente rechazada por grupos oficiales y empresariales mexicanos.
La defensa del TLCAN ha invocado el éxito que el TLCAN ha registrado en sus 22 años en términos estadísticas en aumento que alientan un convencido optimismo para el futuro.
Los que no está tan seguros de que el acuerdo trilateral haya sido completamente benéfico, visto en su integridad, son los que insisten en que debiera abarcar con claridad el tema del libre tránsito de personas, particularmente de trabajadores, entre los tres países. Las crisis en materia de migración son demasiado importantes hoy en día. El convenio México-Canadá en esta materia es el modelo a seguir. Otro aspecto pendiente de atención son los ambientales. Los dos sectores merecen más que los actuales protocolos paralelos.
Cualquier cambio en el TLCAN requeriría, empero, un exhaustivo debate legislativo, aun para cambios nimios de redacción. Nadie podría prever su resultado.
Las fuerzas que insisten en la necesidad de cambios en la política de comercio e inversiones señalan la innegable dependencia de México que el TLCAN ha propiciado respecto a Estados Unidos.
Por otra parte, el TLCAN no ha sido el esperado promotor de la industria propiamente nacional en México. Su resultado a la vista de todos es el aumento en las empresas de Estados Unidos en nuestro país. El ejemplo más claro está en la rama automotriz donde la totalidad de las empresas armadoras son de capital extranjero. La creación de las cadenas de valor que son un tema favorito actual ha sido notoriamente lento debido al recelo hacia los productos mexicanos.
Hay necesidad de ajustar las normas de origen del TLCAN para favorecer a la industria mexicana. Ofrecer más empleo a los cientos de miles de trabajadores mexicanos, ya capacitados, depende de este elemento fundamental.
Las inquietudes no sólo son nuestras. El TLCAN es tema harto discutido en México como también en los círculos empresariales y políticos norteamericanos.
En los Estados Unidos no sólo es el candidato Trump y sus seguidores los que están en contra del TLCAN por considerar que es una amenaza a los empleos. También el senador Sanders, del Partido Demócrata, es contrario al acuerdo.
Revisar el TLCAN figura en las plataformas que se disputan la presidencia del vecino país. El peso de este ingrediente de campaña es tal que aquí, en México, la canciller Claudia Ruiz Massieu ha dicho que nuestro gobierno está preparado para entrar en esa discusión para "modernizar" el TLCAN.
Si en las campañas presidenciales estadounidenses insisten en defender sus empleos, nuestro gobierno y el grupo empresarial deben ser igualmente firmes en defender la producción de artículos mexicanos y con ello ampliar la ocupación.
La subsistencia del TLC no es ciertamente el tema eje predominante de la futura política socioeconómica norteamericana, pero es un engrane importante dentro del vasto aparato institucional que indudablemente ha definido el rumbo de nuestra industrialización. Para muchos analistas, ha confirmado nuestra colocación como el cabús del tren norteamericano. Para otros hay la posibilidad de influir decisivamente en la dirección que lleva ese tren.
En nosotros queda el decidir.
juliofelipefaesler@yahoo.com