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El tripié de la posibilidad

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

No son muchos, pero los hay. Algunos gobernantes, funcionarios, legisladores, ministros y magistrados, maestros, dirigentes partidistas, mandos militares y policiales, prelados, consejeros y comisionados mantienen vivo el vínculo y el compromiso con la sociedad a la cual se deben y advierten el peligroso camino por donde el país transita. En paralelo a ellos, aunque no siempre a su lado y con un activismo de intensidad variable, un creciente número de ciudadanos y de académicos se empeña en no dejar las cosas como están y en repudiar el abuso o la extorsión -la corrupción, en suma- como la forma de entendimiento y relación entre los mexicanos.

(Quizá, ahí se explica la consternación por la pérdida de Rafael Tovar y de Teresa: un funcionario consciente del servicio público; un fundador de instituciones sin convertirse en cacique de ellas; un hombre culto, interesado en la promoción de la cultura; un político abierto con postura propia. Una bisagra en tiempo de puertas ciegas o tapiadas).

En ese tripié -el de los servidores públicos comprometidos, el de la ciudadanía de veinticuatro horas y los académicos fuera del cubículo- radica la posibilidad de construir una alternativa nacional. Sobre todo, si se reconoce que el resto de la clase dirigente perdió la brújula para orientar el sentido del poder porque, tiempo atrás, archivó la doctrina del instituto que supuestamente la abandera. Una clase a la cual poco le importa no saber o no hacer nada en la circunstancia porque lo suyo es llegar al poder para tener y flotar sin nadar en el río de acontecimientos, segura que, al final, por su sola investidura, encontrará un salvavidas y prevalecerá.

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Las excepciones de esa clase política desobligada son la conciencia o el referente de lo que el país podría ser, pero su influjo aún no sacude a sus compañeros de gobierno, legislatura, tribunal, partido, escuela, iglesia, instituto o cuartel. Van por fortuna en ascenso, pero aún son eso: excepciones.

De ahí, la importancia de tender, ensanchar o fortalecer los puentes entre ese sector excepcional de la clase dirigente y los grupos ciudadanos y académicos resueltos a no cruzarse de brazos ante la adversidad, esperando ver qué acontece para hacer del lamento o el tweet condenatorio, la divisa y el horizonte de su participación. Este año, la actuación combinada de ellos apalancó, en distintos ámbitos, cambios con mejora o frenó decisiones de la clase dirigente que daba ya por coronado su capricho. Aún limitada, esa actuación fue un respiro, en el cuarto cerrado de la política.

El punto es que, al ritmo que se articulan ese servicio público o representación popular, ese activismo de grupos ciudadanos y esa asistencia de la academia en búsqueda de alternativas, el tiempo no da para evitar una debacle. A los problemas estructurales del país se suma el entorno económico y la elección, en Estados Unidos, de un hooligan sin oficio en la política que si bien puede tropezarse por sí solo, también puede hacer saltar en pedazos el tablero.

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Ante esa cauda de problemas -estructurales y coyunturales, internos y externos-, presagio de una crisis de dimensión desconocida, el grueso de la clase dirigente pone los brazos en jarra y reclama unidad frente al porvenir, como si nada se pudiera hacer en lo que llega.

Esa porción de dirigentes no ve por qué hacer algo distinto y sigue en lo suyo. Los gobernantes cuando no roban, administran, pero ni por asomo ensayan gobernar. Los legisladores no parlamentan, vociferan, festejan, cobran o duermen, pero no legislan y, de hacerlo, algo canjean por levantar el dedo. Los jueces sólo salen del clóset con la toga puesta. Los militares lamentan la ausencia de la policía, pero no mucho porque su presencia crece. Los dirigentes partidistas ansían ganar posiciones electorales y no electorales para asegurar el control y dominio de la estructura, y eliminar al adversario interno.

Ante la circunstancia, la cúpula de la clase dirigente simula vivo interés por los problemas, pero bosteza frente al reto de intentar resolverlos porque, en el fondo, le ajusta bien la forma de hacer política. Esos personajes disfrutan como enanos el cargo, la representación o la comisión. Los maravilla su investidura no tanto por lo que simboliza como por los privilegios que deriva y, así, gozan del poder sin ejercerlo. Mejor tener, que poder. Ni hablar de los broncos domesticados.

El bono navideño que se han autootorgado es el betún del pastel de su pusilanimidad o, quizá, unos gramos más en el barril de pólvora en que han convertido la silla donde se sientan en la oficina, el parlamento o el tribunal. El bono es una ignominia.

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Urge articular y sincronizar la actuación de los excepcionales, los decididos y los conocedores. Encontrar en la aparente diversidad de agendas, los temas compartidos y priorizarlos. Dar el tono muscular indicado a la actuación conjunta, ampliando el campo de acción. Ganar a otros miembros de la clase dirigente que abominan verse como cómplices, pero dudan en dar el salto. Cultivar el germen de una opción distinta a la propuesta, la de dejar que las cosas sucedan hasta que ocurran.

Muchas y muchos de quienes han hecho del cargo o la representación, puesto de servicio; de quienes resolvieron participar en su destino, sin ser invitados; y de quienes bajaron de la torre de marfil y comparten su conocimiento, tomaron la decisión a partir de una experiencia amarga -ahí está Ana Gabriela Guevara, irguiéndose frente a la canalla.

El motor de la actuación de ese trío fue, en más de un caso, la pena, el dolor, la rebeldía frente a lo inaceptable o la convicción de no dejar a otros lo que es tarea propia, es hora de acercarse a ellos y acompañarlos.

Sobreaviso12@gmail.com

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