La última encuesta del New York Times sobre las elecciones presidenciales en Estados Unidos refleja las preocupaciones y frustraciones de los norteamericanos en la víspera de elegir al nuevo presidente, es especialmente revelador que el 82% de los encuestados señala que en general las campañas electorales los hicieron sentir asqueados y que el 60% de ellos se sentirán preocupados o asustados el próximo miércoles 9 de noviembre independientemente de quien gane la elección.
Otro resultado que debe preocupar a los políticos norteamericanos es que una cuarta parte de los encuestados señaló que no tienen mucha confianza o ninguna en que los votos de la elección presidencial serán bien contados; lo cual es muy coincidente con que el 22% (dentro de los márgenes de error) diga que si el candidato por el que votaron no es declarado triunfador, probablemente no aceptará los resultados o los aceptaría dependiendo de factores no especificados. Así, aunque no es una pregunta que tenga seguimiento en los estudios de las elecciones en el vecino del norte, ahora resulta que una cuarta parte de los electores desconfían de su sistema electoral.
Desde luego, los anteriores resultados tienen su fundamento en el hecho de que las campañas electorales e, inclusive los debates presidenciales, se hayan centrado principalmente en las acusaciones que han cruzado los candidatos y los temas que preocupan a los norteamericanos están en el olvido.
Pero también en las percepciones que la ciudadanía tiene de sus candidatos, también aquí es muy revelador que el 62% de los encuestados consideran que Hillary Clinton no es honesta ni confiable contra el 57% que piensa lo mismo de Donald Trump. Así, dado que la encuesta tiene margen de error del 3%, para simplificar el 60% de los norteamericanos no considera honesto y confiable a ninguno de los 2 candidatos. En promedio el mismo porcentaje considera que ninguno de los 2 podría unir al país, pues el 57% lo dice de Clinton y el 63% de Trump.
Clinton aventaja a Trump en cuanto a que la consideran más calificada que Trump para ser presidente con 56% contra 43%; que entiende mejor los problemas y necesidades de la gente, 49 contra 40; tiene el temperamento y la personalidad para ser presidente, 58 contra 33; pero es Trump el que aventaja en cuanto a que el 50% considera que el sí podría cambiar la forma en que se hacen las cosas en la política norteamericana contra el 36 que lo considera de la candidata demócrata y, aquí está una de las explicaciones de lo cerrado de la competencia pues el 61% de los encuestados considera que el país va en la dirección equivocada.
Otra pregunta reveladora es que únicamente la cuarta parte de la población (22% en el caso de Clinton y 27%, Trump) piensa que tratarían a todas las clases sociales por igual; pero sí hay diferencias respecto a cuál clase favorecerían más, ya que el 57% dice que Trump favorecía a los ricos contra el 37% de Clinton; el 24% considera que Clinton favorecería a la clase media contra el 14% de Trump; y, únicamente el 1% considera que Trump privilegiaría a los pobres contra el 14% de Clinton.
En cuánto quién haría mejor trabajo manejando diferentes asuntos del gobierno (economía y empleo; terrorismo y seguridad nacional; inmigración; política exterior; aborto; y salud) en los únicos en los que hay una diferencia estadísticamente significativa es en la política exterior con el 60% que considera que sería Clinton y el aborto, con el 53% en el mismo sentido.
El sistema electoral norteamericano (que no puede caracterizarse como un paradigma democrático, ya que es factible que llegue a la Presidencia alguien que pierda el voto popular, como sucedió en el 2000 con George Bush) está diseñado para preservar el statu quo y proteger a la clase dirigente y los resultados de la encuesta muestran que eso lo tienen muy claro los norteamericanos.
El diseño de dicho sistema electoral es lo que explica que aunque las encuestas de preferencia electoral muestren un empate técnico, es decir, dentro de los márgenes de error de las mismas, las probabilidades de ganar la elección sean muy favorables a Clinton (65% contra 35%), ya que tiene la ventaja en los llamados votos electorales por ganar algunos de los estados con mayor peso en los mismos (California y Nueva York, entre los más significativos).
Por ello, aunque no puede descartarse no es muy probable que Trump gane la elección, porque la clase dirigente lo considera como un intruso que puede desestabilizarlos, sin embargo, lo que sí es un hecho es que cualquiera que sea el resultado de la elección más vale que la clase dirigente se aboque a revisar su sistema político pues el descontento con el mismo es creciente y cada día es más evidente.
La principal potencia mundial no es ajena al descontento generalizado de la población con sus políticos y clase dirigente y si no atienden estas señales en un futuro cercano la ciudadanía lo puede descarrilar con su voto. No sería una gran sorpresa que se repita el escenario del año 2000, en el que un candidato gana el voto popular y otro los votos electorales y con ello llega a la Presidencia, con la gran diferencia que en esta ocasión Trump no lo reconocería, como sí lo hizo Al Gore, y existe el riesgo de que al menos una cuarta parte de la población tampoco lo haga, lo que tampoco sucedió hace 16 años.