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Elogio de la ambición

FEDERICO REYES HEROLES

La ambición goza de muy mala fama. Ser ambicioso descalifica. Muy ambicioso, suena a pecado. Mucho de hipocresía, envidia y falsa moral rondan. La ambición ha sido un gran motor de la acción humana. Dudo que Alejandro Magno o Leonardo hayan sido modestos. Galileo tenía lo suyo en términos de ambición. La ambición está presente en todos los ámbitos y acompaña a genios, creadores y héroes. Pero el verdadero éxito les exige que sean coherentes con su ambición.

Por ambición de ocupar un lugar en la historia se han cometido muchas atrocidades. Napoleón y Hitler están en el catálogo. Pero también por ambición aparece la mejor madera de los grandes políticos. Pensemos en Churchill, un hombre de una familia con recursos, que sin embargo arriesgó todo -patrimonio incluido- por ocupar un sitial en la historia. Churchill o De Gaulle o Willy Brandt o Lázaro Cárdenas se arrojaron al torbellino de la vida pública con una aspiración incontenible: dejar una huella con su nombre. Sabían que en el camino habría sacrificios, pero eran menores comparados con la satisfacción del gran reto, de la ambición mayor, entrar a la historia. Pero cuando los ambiciosos cojean, se convierten en seres contrahechos, deformes.

Si Porfirio Díaz se hubiera retirado a tiempo, sería uno de los grandes héroes nacionales. Habría calles y avenidas con su nombre. Pero su intención de perpetuarse fue más poderosa que la búsqueda de la gloria mayor. Más reciente, si Carlos Salinas de Gortari y su familia no hubieran resbalado en las arenas movedizas de los dineros turbios, quizá sería recordado como un visionario que introdujo grandes reformas que hoy explican lo más pujante de México. El TLC con Estados Unidos o la autonomía del Banco de México. Los centavos se atravesaron en la ruta de una sana ambición. Tuvo el poder y tocó la gloria, antes de caer. A la gestión de Peña Nieto le está ocurriendo -ya le ocurrió- lo mismo. Cuatro letras que opacan todos sus logros y la hunden: HIGA.

Qué les sucede, qué ceguera se apodera de ellos y los conduce a cambiar lo más por lo menos. Peña Nieto es un hombre joven, como lo era Salinas. Seguramente tendrá muchos años de vida por enfrente. Hay acaso algo mejor que salir del poder con el respeto y quizá admiración ciudadana, llevar una buena vida sólo es posible con ese ingrediente, el respeto. De la Madrid, Zedillo, Fox o el propio Calderón han podido convivir con sus conciudadanos sin señalamientos mayores. Se puede discrepar de sus gestiones, pero no han sido hundidos por esa fama.

Nada hay de ilegal en las llamadas off shores de los Panama Papers. Los problemas surgen cuando se es Mauricio Macri, presidente de Argentina en un momento crítico. Lo mismo vale para David Cameron que ahora resulta un gran evasor que tiene la responsabilidad del Brexit, la pesadilla de Europa. Pero con independencia de la ilegalidad, sus actos son tonterías mayúsculas. No fueron coherentes con sus grandes ambiciones. Están heridos. Lo mismo ocurre con la gestión de EPN.

De poco sirve que las tarifas eléctricas bajen, que los gastos en telefonía disminuyan, que la inversión extrajera fluya, que la energía eólica y solar despunten, que la infraestructura mejore, que el turismo galope, que el empleo avance, que la inflación sea ejemplar, que la trascendente reforma educativa se instaure y un largo etcétera de logros, cuando las cuatro letras -HIGA- introducen las peores sospechas. Con eso basta. Si todo es especulación, por qué los poderosos reformadores no la detienen. Aristóteles Núñez, con su firmeza y claridad habituales, lo dijo: las off shore son legales, pero habrá que buscar evasión y elusión. HIGA de nuevo en la agenda. Hay un muy buen motivo para dudar: 100 mdd., mucha liquidez en una empresa vinculada a la gestión y enriquecida súbitamente. Justo la empresa de los escándalos, la manzana podrida de esta historia. ¿Pésima coincidencia, cisne negro, o burda realidad?

HIGA es un thriller por entregas que pareciera no tener fin. Así es imposible que el impulso reformador de la gestión se imponga a la sospecha. Los cínicos argumentan que la dimensión de las reformas es tal que el "escandalito" caerá en el olvido. Vaya apuesta, pero todo indica que es fantasía. La corrupción ya no es negociable, no hay trueque de eficacia por moral, enriquecimiento por bienestar. El fenómeno es mundial. José Mujica es un gigante de esta época. La condena ética es inamovible.

Qué puede ser más atractivo que satisfacer la propia gran ambición, poder y gloria. Para un ambicioso serio, que se respete a sí mismo, no hay manjar, no hay vino, no hay yate, no hay mansión equivalente a un solo aplauso de respeto. Cómo se extraña a los ambiciosos de esa estirpe. ¿Un lugar en la historia o las poderosas pequeñeces? Parece que aquí ganan las segundas. ¡Qué desperdicio!

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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