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En plena discreción

FEDERICO REYES HEROLES

Toda generalización es injusta, pero sin esas grandes pinceladas, es difícil avanzar. La discreción no es un valor de moda. Lo de hoy es la ostentación, esa vanidad del instante, de hacer saber a los otros lo destacado de un momento de la vida del autor de la imagen. Pero hay seres humanos que desde la soledad de su escritorio, de su cubículo, cambian el rumbo de los acontecimientos. Acabamos de perder a uno, notable.

Tranquilo pero firme, de convicciones con largas raíces, pero sin ánimo de confrontaciones inútiles. Un ser humano dedicado a pensar en los otros, muestra de su generosidad. Siempre en los más desprotegidos, muestra de sus convicciones. Sería acaso la huella de su historia personal, quizá. Sería la forja de los valores adquiridos, también. El hecho es que fue pionero en varios ámbitos, lo sabía, pero no lo pavoneaba. A mediados de los años ochenta comenzó su batalla por los derechos humanos. Desde el poder, eran vistos como caballeros del imperialismo, caballos de Troya en contra de las causas nacionales y nacionalistas. Fue de los fundadores de la Academia Mexicana de los Derechos Humanos, expresión extraña en el léxico en uso. Lo primero era sembrar la idea, esparcirla, cultivarla, defenderla.

Desde sus artículos, ensayos, libros y las infinitas conferencias que impartía por todo el mundo -era viajero incansable- se dedicó a perseguir su convicción: la defensa de la añeja pero inaplicada figura de los derechos humanos, sería una revolución en nuestra convivencia. La fórmula no sólo era útil para México sino para toda América Latina, otro destino en su carta de navegación. De dónde brotó esta pasión por los derechos humanos. De nuevo al origen, su familia había tenido que dejar Alemania por la persecución nazi, por su ascendencia judía. Arraigados en México, amantes de México, su educación básica la obtuvo aquí en la ENAH. Su padre tomó a México como como motivo vital, de ahí algunos de sus legados: una colección extraordinaria de arte prehispánico donada a la UNAM; también una fantástica biblioteca sobre México producto de décadas de cultivar el arte de pepenar libros y mapas antiguos en todo el mundo, arte heredado por nuestro personaje. El corazón de la familia se alimentó aquí.

Pero el antropólogo nunca perdió la pista universal. Sus estudios continuaron en la Universidad de Chicago que en esa época, mediados del siglo pasado, era poco frecuentada por mexicanos. De allí a los estudios doctorales a Paris, de ahí a dar clases en diversas latitudes. Esa huella internacional marcó su trabajo como sociólogo, antropólogo, como humanista, como erudito de lo nuestro, de lo latinoamericano, pero sobre todo de lo universal. Sin embargo estudiar y saber no bastaba, el objetivo era modificar la realidad. Su paso por el Colegio de México, la fundación del Centro de Estudios Sociológicos, o su estancia en FLACSO, nunca impidieron su activismo con rumbo.

Fue así que llevó sus ideas y principios por todo el mundo. La ONU era una residencia que visitó con frecuencia. Era un hombre internacional, pero insisto, más que nada universal en el tiempo de los chovinismos y de los nacionalismos miopes. En la UNESCO impulsó las ciencias sociales y nunca se cansó de acudir a las instancias internacionales para defender sus causas. En eso también fue pionero. Pero su activismo jamás estuvo por delante de su aguzada inteligencia, de su convicción plural de la vida, de su brújula ética. Militante, no. Defensor incansable de causas, sí. Y los tiempos lo llevaron a encarar la realidad indígena en México y en múltiples naciones. Tuvo la capacidad de instalar el tema en los más altos foros del mundo.

Tenía una gran capacidad para ser interlocutor de los contrarios, de los enemigos y llevarlos a una plática civilizada. En el 88, cuando el país estaba totalmente dividido, las reuniones en su casa eran una isla de razonamiento, de libertad, de búsqueda de acuerdos. La política entendida como el interés por el poder, jamás fue lo suyo, era explícito e implícito en su carácter. Pero pareciera que estoy hablando de un fantasma. Era un hombre de carne y hueso, con humor, enamorado de la bella e interesante Elia, de su familia, de la vida, de México. Una pequeña distancia en sus dientes frontales le daban a su expresión de un aire picardía, de inocencia. Su rostro, no importaba lo grave de la situación, era visitado frecuentemente por una sonrisa llena de bondad. Gozaba lo terrenal, la charla, una buena comida, la belleza donde ella estuviera, pero su alma andaba en otras cuestiones.

Nos ha dejado, un hombre extraordinario cuyas ideas y principios ya son parte de nuestra realidad. Fácil decirlo, difícil lograrlo. Todo lo hizo en plena discreción. Su nombre: Rodolfo Stavenhagen. Adiós gran Rodolfo.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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