Aquel viejo cuento, conocido ya por muchos que, sin embargo, no pierde actualidad ni deja de tener interés, es el del tipo que en los primeros años de matrimonio, le pregunta "melosamente" a su esposa: ¿Cómo amaneciste, vieja? Después de cinco años de vida en común, le dice exclamativamente y con desencanto. ¡Cómo amaneciste vieja! Quince o veinte años más tarde de matrimonio, con asombro lanza esta interrogación, aterradora: ¡Cómo!, ¿amaneciste vieja?
En este enfoque, el cuento se aplica y sirve, por un lado, para demostrar la riqueza y fluidez del idioma español o castellano, la importancia de los signos de puntuación, pues utilizando las mismas palabras, con el empleo de la interrogación, de la admiración, de las comas y de los puntos, se modifica sustancialmente el sentido de la oración, dándole un significado diferente a la frase que el tipo emplea dirigiéndose a su esposa.
Por otro lado, es útil para destacar la fragilidad de las relaciones humanas y específicamente de una institución esencial como es el matrimonio, cuando no está fundado sobre bases firmes que permitan su permanencia a través de los años, que pueda resistir los embates del tiempo, las amenazas y acechanzas que pongan en peligro su existencia y duración; aunque, hay que decir para ser congruentes, que en el cuento relatado es el tipo quien se dirige a la esposa, pero bien podría ser que fuese ella, sobre todo en esta época de equidad de género, época en que la mujer ha alcanzado el nivel que tiene y que le es reconocido plenamente, quien cuestionara al marido preguntándole, primero con dulzura como amaneció, después espantada de su envejecimiento, y finalmente asombrándose de que haya amanecido, o sea de que aún viva.
El relato que puede provocar risa, es oportuno para una reflexión de la cual obtener una enseñanza: cuestión de enfoque, dirán algunos, detestable será para otros. Allá cada quien.
Como cuestión de enfoque puede ser también el caso del señor que presentaba y presumía a su hijo ante su círculo de "cuates", diciéndoles orgullosamente: miren amigos, ¡igualito a su padre! En efecto, le contestan ellos, "es igual a su padre, porque a ti, no", y esbozan todos una maliciosa y sarcástica sonrisa, con lo cual ponen en duda o entredicho que el orgulloso señor, sea el padre del infante.
En realidad se trata de una broma pesada y de mal gusto que los "cuates" le gastan al protagonista del cuento, nacida de la confianza y camaradería que hay entre ellos; pero en verdad, todos los que somos padres debemos presumir y sentirnos orgullosos de nuestros hijos, no sólo de sus caracteres físicos, sino sobre todo de los aspectos morales e intelectuales los cuales son, desde luego, superiores desde cualquier punto de vista.
Por eso, hoy que se celebra el Día del Padre, no debemos esperar que se nos festeje o recibir algún presente de parte de nuestros hijos, sino reasumir nuestra función y el rol que nos toca jugar en el concierto social, reiterando el compromiso de inducir conductas y proclamar valores en ellos que los hagan mejores ciudadanos; si son pequeños aún, prepararlos para la vida y si ya son adultos, alertarlos de que si bien el "mundo es de los audaces", como se dice, inculcarles y hacerlos conscientes de que sobre la audacia están el decoro, la honestidad y la dignidad, cualidades esenciales como seres humanos que somos.
Cuentos hay muchos, platicarlos y compartirlos hacen la vida más deliciosa, aligerando las tensiones y haciéndonos más optimistas y positivos. Como el del hombre a quien un amigo le dice, queriendo lastimarlo: "ten cuidado Juan, porque tu esposa te engaña", esperando de él una lamentación o expresión de enojo o coraje, pero el tipo tranquilamente le contesta. "a mú?, (imitando el mugido del buey), digo a mí?". Es el ejemplo clásico del individuo que ve las situaciones difíciles o adversas con ánimo tranquilo y hasta festivo, sin preocuparse de cuestiones menores e intrascendentes que puedan alterar su vida. O como el caso que recuerdo de la dama a quien alguien le dice, con mucha seguridad, queriendo herirla: ¡tu marido te engaña! Y ella responde festivamente: ¡Cómo!, ¿no se ha muerto?.
Colofón: Yo saludo hoy como siempre, y recuerdo con cariño, respeto y orgullo a mi padre, don Raúl Muñoz Castro. Y me atrevo a decirle: "Papá, espero no haberlo decepcionado y como su hijo haber aplicado fielmente los valores que usted me enseñó, los que me ayudaron a enfrentar retos, superar obstáculos, triunfar en la vida y a formar una bonita familia. Gracias, papá, por su apoyo y orientación". (Pertenezco a la generación en la que el trato a nuestros padres y mayores era el "usted"; hablarles de "tu", se consideraba una falta de respeto).
Es la vida, y así debemos entenderla. Lo dicho: ¡Cuestión de enfoque!