Somos muchos los afortunados, que hemos tenido oportunidad de hacer nuestros estudios profesionales en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); en mi caso, específicamente en su Facultad de Derecho.
Como estudiantes de esta noble y prestigiada institución de nivel superior con la triple función de ofrecer educación, difundir la cultura y realizar labores de investigación, fue motivo de sano orgullo tener excelentes profesores, de reconocida capacidad didáctica que hacían de la exposición de cátedra una sesión amena y rica en la transmisión de conocimientos con la finalidad de dotar de instrumentos y herramientas para desarrollarnos profesionalmente en el foro, en la academia, en la judicatura, en la política y en el servicio público, entre otros varios espacios donde puede actuar el abogado.
Recuerdo gratamente a diversos profesionales del derecho que al mismo tiempo que maestros eran autores de los libros de texto que llevábamos durante el curso; otros que destacaban en el aula y sobresalían con éxito en el ámbito de la administración pública y muchos más que demostraban su calidad pedagógica al exponer diariamente la clase frente al grupo.
Con agradable referencia menciono aquí a maestros como el licenciado Fernando Ojesto Martínez, posteriormente director de la Facultad, en la materia de Introducción al Estudio del Derecho. Una característica del maestro Ojesto, era que llevando como libro de texto el de Eduardo García Máynez, autor reconocido en todas las escuelas de leyes del país por la calidad, sencillez y a la vez profundidad de los temas tratados, el maestro exponía la clase sin necesidad de consultar el libro, demostrando con ello que lo conocía íntegramente y lo sabía de memoria.
De Derecho Mercantil primer curso, fue también nuestro maestro este distinguido profesor; aquí el detalle a resaltar es que todos buscábamos inscribirnos en su clase, y tal era el prestigio y aceptación de que gozaba entre los estudiantes, que cuando yo cursé la materia, éramos en el grupo ¡120 alumnos! y la clase tuvo que impartirla en el Auditorio "Jus Semper Loquitur" de la propia Facultad, pues hubiese sido imposible en un aula, obviamente sin pase de lista, pues de hacerlo se llevaría completa la hora que debía durar la sesión, sin tiempo ya para exponer el tema a tratar. El problema fue a la hora del examen final que era oral e individual; recuerdo que me tocó presentarlo a la ¡1.30 de la mañana!, una fría madrugada del mes de diciembre.
Al doctor Humberto Briseño Sierra, lo tuvimos como maestro en Derecho Procesal Civil, primero y segundo curso. Austero, ceremonioso, irónico, con dominio de la materia y con una gran capacidad expositora. Presidió el Jurado que me examinó profesionalmente para optar por el grado de licenciatura. La tesis que elaboré y presenté, supervisada por el doctor Carlos Arellano García, mi profesor de Derecho Internacional Público, en el cuarto año de la carrera, e Internacional Privado, en el quinto, tenía como tema "Atribución de la Nacionalidad a las Personas Morales en México".
En el trabajo de tesis, analizaba los diferentes criterios que debe tomar en cuenta la ley para otorgar nacionalidad a las llamadas personas morales, específicamente a las sociedades, sean éstas mercantiles o civiles. El jurado examinador lo integraban cinco sinodales y el presidente era, como lo dije, el doctor Briseño, último en preguntarme y quien probablemente, encontró en mi tesis y en mis respuestas a las preguntas de los sinodales algunos puntos controversiales, ya que en su turno me interrogó de la siguiente manera: "Compañero Muñoz de León, sostiene usted lo dicho?". A lo que contesté con seguridad: Lo sostengo, maestro. Agregando el doctor Briseño: "Si es así lo felicito; pero le sugiero revisar su propuesta, pues al combinar los criterios que propone, sería terminar con la sociedad anónima, con las sociedades de capitales, con toda una tradición histórica del derecho público mexicano para determinar cuál es la nacionalidad de las sociedades". Tema polémico.
Así, después de dos horas de interesante discusión y "sufrimiento" el jurado aprobó por unanimidad la tesis presentada, por lo que la Universidad me otorgó el grado de Licenciado en Derecho el 13 de junio de 1972, profesión que siempre he tratado de ejercer y desempeñar con honradez y dignidad, en los diferentes ámbitos en los que me he desarrollado profesionalmente. ¡Gracias a la vida, que me ha dado tanto!
Distinguidos y ameritados profesores enriquecieron el bagaje de conocimientos, útiles y suficientes para abrirme paso en un mundo competitivo que exige de la persona preparación y audacia, en un camino sinuoso y lleno de peligros que hay que librar para llegar a la meta: Manuel Bartlett Díaz, en Teoría del Estado, que fuera años después gobernador de Puebla (1993-1999), secretario de Gobernación y senador de la República; en Derecho Constitucional, doctor Emilio O. Rabasa, secretario de Relaciones Exteriores, en 1970; Derecho del Trabajo, doctor Mario de la Cueva; Garantías y Amparo, licenciado Jorge Trueba Barrera; licenciado Alfonso Nava Negrete, Derecho Administrativo; Derecho Procesal Penal, doctora Victoria Adatto de Ibarra, quien años más tarde sería procuradora de justicia del Distrito Federal; y otros igualmente importantes y trascendentes.
Al maestro Rabasa tuve oportunidad de saludarlo algunos años después, en Durango capital. En el seno de la LXI Legislatura del Congreso del Estado (1998-2001), con José Rosas Aispuro como Presidente de la Gran Comisión, hoy Gobernador electo de Durango, y como secretario quien esto escribe, nacía el Instituto de Investigaciones Jurídicas que presidió José Ovalle Favela, y del que formó parte la Notaria Pública, Lic. Lilia Sonia Casas, ambos de Gómez Palacio. Yo presidía la Comisión de Estudios Constitucionales de la propia Legislatura. A la ceremonia de instalación del Instituto, se invitó a dar una plática al ilustre constitucionalista Rabasa; todos nos presentamos y al tocar mi turno de presentarme, después de dar mi nombre le dije: ". . . y tuve el privilegio de haber sido su alumno en la Facultad de Derecho"; a lo que el maestro contestó con aplomo, seriedad e ironía: "Espero ya me lo hayas perdonado…".
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