Hay momentos que se guardan en los lugares más especiales y selectos de la memoria, donde sólo anidan los grandes valores, las inmensas ilusiones y los anhelos más caros y perseverantes de la vida.
Donde existe la esencia del ser. Por eso, no obstante estar siempre en mi mente, hoy especialmente te recuerdo, ciudad de Gómez Palacio.
Aunque la memoria recurrente y coloquial no sea precisamente una de mis cualidades, nunca olvido aquel día (no me preguntes el año, porque en eso no quedamos), cuando llegó la luz eléctrica a tus calles, con aquellos arbotantes de postes metálicos anaranjados y bases de fuerte cemento, como tus entrañas y cerros, como tu tierra. Como el carácter determinante y dulce de tus mujeres y la recia sensibilidad y personalidad de tus hombres que en ti nacen y se forjan con el temple de tu clima extremoso… Yo te recuerdo Gómez Palacio.
Esa fue una noche de júbilo, varias veces anunciada, hasta que llegó. Fue una fecha festiva, no dudo que para muchos como yo, increíble. Feliz, aunque azorado, por primera vez jugué a las canicas en las noches… sin que los "ágates" se me perdieran.
Pero tal vez eso no fue lo más sorprendente para el niño que era, sino ese inmenso enjambre de mariposas, chapulines y toda clase de insectos voladores que también acudieron a celebrar en masa alrededor de aquella lámpara incandescente, sin dejar de analizar el origen de esa extraña luminaria, de esa luz, que era muy diferente a la de las estrellas destellantes y de la luna que ellos conocían a la perfección y estaban acostumbrados, porque todas las noches, al cobijo de ellas, hacían sus alegóricas y caprichosas figuras en el aire que les pertenece todo. Esta vez estaban sorprendidos, lo mismo que yo; impactados, al igual que yo… un impacto que hasta hoy conservo, y ellos ya no.
Los papás, en compañía de toda la familia, salieron a las puertas de sus casas, con sillas y bancos, para gozar la tranquilidad de la noche (aquellas añoradas noches de paz que hoy quisiéramos volver a tener), sólo alterada en esta histórica ocasión, por la algarabía de su gente… inusual a esas horas. Hubo quienes sacaron también una mesa para partir una sandía y unos melones y compartirlo entre todos.
Y todos, cada quien a su manera, disfrutábamos el momento, oportunidad única para saludar por primera vez a esa nueva luz de la noche, ya no solamente la luz de la luna y las estrellas, que sería el toque nostálgico de este acontecimiento.
Recuerdo que Hugo, mi primo hermano (¿o debo decir hermano primo?), un verdadero "pica" y diestro para el trompo, el toque de piedra con las canicas; el balero, los pocitos, las barajitas, el yoyo y todo juego que le pusieran enfrente, se dio gusto con el manejo del trompo, y a la luz de esos arbotantes de postes anaranjados y base de cemento, pudo lucir sus habilidades al bailar en su mano ese hermoso instrumento giratorio de madera de mezquite, con punta de tornillo limado o esmerilado, que marcó a varias generaciones y que lamentablemente hoy casi son historia.
Tú me viste nacer y también me verás morir, porque aunque físicamente estuviera lejos de ti, en mi espíritu y en mi alma estás conmigo; siempre sabes dónde estoy, dónde he estado, por dónde ando, porque siempre estás conmigo… siempre te llevo en mí, Gómez Palacio, y mi hijo Alfredo Jared, que muy bien te conoce y te quiere, al igual que yo, te añora.
Hoy eres otro mi querido Gómez Palacio. Ese día el cambio llegó a ti, casi sin a avisar, de la mañana a la noche. Tu evolución incesante, fruto del esfuerzo de tu gente, de por sí pujante y trabajadora, tomó un nuevo brío y eligió el camino del progreso y la prosperidad.
El pavimento ya había llegado antes a tus calles, sobre todo en algunas avenidas, pero otras aún eran de tierra, sobre todo las banquetas, a las que después les llegó su turno de ser encementadas.
Hoy luces moderno, hermoso, con largos y anchos periféricos, luminarias de actualidad con tecnología del momento que te comunican de norte a sur, de este a oeste; de Santa Rosa hasta la salida a Ciudad Lerdo; de El Campestre y la antigua Colonia Las Rosas (aunque siempre moderna porque se adelantó a los tiempos), hasta El Parralito o Los Cántabros; la Casa Redonda, estación de ocasión, donde daban vuelta los autobuses en sus rutas "Gómez-Torreón, "Torreón-Gómez" y "Torreón-Gómez-Lerdo", que tanto le gusta recorrer a mi hijo. Sin embargo, hoy has crecido mucho más allá de esos límites.
Así y de muchas formas infinitamente agradables te recuerdo, mi querido Gómez Palacio.
Te debo la vida… y tú me debes la muerte!
(Nota Bene: Mi hermano Alfredo nació en Gómez Palacio; desde pequeño reside en la Capital de la República. Siente nostalgia por su tierra natal, es su visión. . . y así lo expresa).
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