Elevado y serio compromiso social tienen los profesionales del Derecho. En sus manos la sociedad deposita sus bienes y valores de alto nivel: la libertad, la propiedad, el patrimonio, la integridad física, el honor...
Y desde luego como intermediarios: la justicia. Después de la vida, es la libertad, y luego la justicia, decían los romanos.
Ante esta escala axiológica, el profesional del derecho, el abogado, debe conducirse con honestidad, lealtad y responsabilidad en la atención, trámite y resultado de los asuntos que la sociedad le encomienda. Las personas que se acercan a él, lo hacen confiando en su integridad y conocimiento del derecho, en su escrúpulo profesional para aplicar con honradez la ley y acceder de este modo a la justicia.
La sociedad está harta y cansada de los desvíos y torceduras de la ley, de las injusticias, de "transas" y simulaciones que del espíritu del texto legal hacen algunos litigantes, defraudando de esta manera la aspiración social de lograr una correcta aplicación del Derecho y poder hacer efectivos los preceptos que desde la antigüedad planteaba Justiniano, exponente del derecho romano clásico: "vivir honestamente, no ofender a otro y dar a cada quien lo suyo".
Abordo este tema en el Enfoque de hoy, a propósito de la instalación y apertura de una oficina de consulta y asesoría jurídica en Gómez Palacio a la que asistí como invitado; abogados egresados de diferentes escuelas y universidades, jóvenes pero ya con experiencia profesional en la actividad litigiosa, tanto en el ámbito privado como en el orden público, coincidieron en tiempo y espacio para ofrecer sus conocimientos y proporcionar a la sociedad un servicio profesional digno, ético, garante del cuidado y protección de sus intereses, de tal manera que la gente puede depositar en ellos confianza en asuntos de carácter civil, de índole penal, de materia laboral, fiscal y administrativa, así como en amparo.
Es necesario este tipo de servicios que rescaten la aceptación que tuvo socialmente el abogado durante mucho tiempo, y devolver a una de las profesiones liberales más antiguas, el prestigio que enorgullecía a quienes ejercen el derecho con vocación y espíritu de servicio. Hoy nuestra profesión no goza de la credibilidad que debiera tener porque muchos son los que han contribuido a su desprestigio y baja aceptación social; pero son más quienes tienen la virtud de reintegrarle su brillo y honorabilidad de antaño.
Por ello, es bueno que haya una oficina como la que se abrió el pasado lunes 2 de octubre. Ante la presencia de familiares, amigos e invitados varios, los integrantes del Corporativo RGM, Óscar, Ismael, Vladimir y Raúl asumieron el compromiso de trabajar con responsabilidad, eficiencia y honestidad para honrar en la práctica el título que ostentan y a la institución universitaria que se los otorgó. ¡En hora buena!
En la sencilla y emotiva ceremonia de su apertura felicité, desee éxito en su trabajo y los exhorté al ejercicio digno y decoroso de la profesión; no caigan en situaciones simuladoras como la de aquel abogado, cínico y cruel, quien le dice a su cliente: "Alégrese señor, he logrado que bajen su pena de muerte a la mitad; no se le aplicarán 10,000 voltios sino sólo 5,000 de corriente eléctrica". Y recordé a Don Quijote cuando le da los Consejos a Sancho Panza, antes que fuese a gobernar la Ínsula, que aquí reproduzco:
"Si tomas por mira a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para que tener envidia a los que nacieron príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.
Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.
Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.
Procura descubrir la verdad entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre.
Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.
Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.
Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria, y ponlas en la verdad del caso.
No te ciegue la razón propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres, las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito y aún de tu hacienda.
Al que has de castigar con obras, no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.
Al culpado que cayere bajo tu jurisdicción, considéralo hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza humana nuestra; y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea, a nuestro ver, el de la misericordia que el de la justicia.
Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible; casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos; vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura; y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos".