"Tenga el político la virtud de ser discreto de lengua, en ser cauto, en ser reservado, en no decir sino lo que conviene decir.
No se desparrame en palabras; no sea fácil a las conversaciones y conferencias con publicistas y gaceteros; cuando haya conferenciado con alguien sobre los asuntos del Estado, no vaya pregonando lo que ha dicho, por qué lo ha dicho y cuál ha sido la causa de no haber dicho tal otra cosa. Si le apretaren para que diga algo del negocio tratado, si le apretaren informadores y periodistas, no tenga nunca una negativa hosca o simplemente fría, correcta; sepa disimular y endulzar la negativa con una efusión, un gesto de bondad y cariño, una amable chanza".
Tuvo la gentileza de regalarme el libro en un gesto de cortesía, lo cual agradezco cumplidamente. Un día cualquiera del mes de marzo de 2008, la secretaria anunció su presencia en mi oficina como muchas veces lo había hecho con anterioridad; para tratar algún asunto, pensé, relativo a educación o al sindicato del magisterio. No; esta vez fue con el propósito de hacerme entrega del libro que hoy comento. Hablo y escribo del profesor Gabriel Castillo Domínguez.
Inquieto y activo, el maestro Castillo ha militado siempre en partidos políticos de izquierda, le gusta la política y ha participado en ella, pero su pasión y actividad principales, según mi consideración, han sido las cuestiones educativas y culturales, y la lucha sindical dentro de la Sección 35 del SNTE, inquietudes que expresa y comparte de manera clara, amena y valiente en su libro "Tomar la Palabra", el que publicó en diciembre de 2006 y del cual también me hizo llegar un ejemplar. A pesar de ser un apasionado de la política y crítico sistemático del gobierno, en el planteamiento de los problemas que le interesaban, cuantas veces asistió a la oficina donde yo despachaba, unas veces solo y otras con una comisión de maestros, siempre fue atento, respetuoso y partidario del diálogo. Hoy cuando esporádicamente, nos encontramos en diversos lugares nuestro saludo siempre es cordial y afectuoso.
El párrafo con el que inicia este Enfoque, es parte del libro "El Político" de Azorín, que el profesor me regaló. Editado bajo los auspicios de la Universidad Juárez del Estado de Durango, este libro contiene una serie de recomendaciones y sugerencias del autor, que lo convierte, desde mi particular y modesto punto de vista, en un verdadero Manual del Político, pues da un conjunto de reglas, normas y preceptos que el político profesional debe observar si quiere triunfar en esta peligrosa y cuestionada actividad.
De nacionalidad española, su verdadero nombre era José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, mejor conocido como Azorín; nace en Monóvar Alicante, el 8 de junio de 1873 y muere el 2 de marzo de 1967 en Madrid, a los 93 años. Fue novelista, dramaturgo, ensayista y crítico literario, e incursiona temporalmente en política, habiendo sido diputado provincial en dos oportunidades. Estudió Derecho en la Universidad de Valencia y se doctoró en la de Salamanca. En su abundante producción literaria usó varios seudónimos; en 1904 escribe tres novelas autobiográficas bajo el seudónimo de Azorín, utilizándolo definitivamente a partir de entonces: La Voluntad; Antonio Azorín, y Las Confesiones de un Pequeño Filósofo.
En "El Político, Arte de conducirse en la Vida", publicado en Madrid en 1908, Azorín aborda la conducta que han de llevar rigurosamente las personas que se dedican a la ciencia de gobernar y dirigir multitudes, si pretenden destacar y sobresalir. En un lenguaje elegante, aunque no es el castellano antiguo, pero sí con un estilo típicamente español de finales del siglo XIX y un buen tramo del XX, pues vivió en él 67 años, este eminente escritor y literato estudia y analiza las diversas facetas del político en una obra que aunque escrita y publicada hace más de cien años tiene plena vigencia y actualidad.
Cuestiones desde tener fortaleza con base en un excelente estado de salud, la forma de vestir, de expresar sus ideas, de conducirse con las damas; de tener el sentido del equilibrio, desdeñar el elogio, conocer bien a la gente que lo rodea, aceptar con sencillez las distinciones, huir de las exhibiciones, ser impasible ante los ataques; hasta la serenidad en la desgracia, fingir conformidad, ser innovador, no excederse en la modestia, libros que ha de leer, saber escuchar; del discurso y su preparación, evitar el escándalo y elegir el retiro, y otros muchos temas, son los que trata Azorín en su libro, transcribo algunas de sus reflexiones, recomendando su lectura a quienes tienen interés en estas cuestiones:
"La primera condición de un hombre de Estado es la fortaleza. El tráfago de los negocios públicos requiere ir de un lado para otro. Su cuerpo ha de ser sano y fuerte. Recibir gentes, conversar con unos y con otros, leer cartas, contestarlas, hablar en público, pensar en los negocios del gobierno, y sobre todo esto se requiere una naturaleza muy firme, muy segura, para no dejarse aplanar en aquellos momentos críticos de amargura, en que los planes y esperanzas se frustran...".
"El político debe meditar en el valor de las censuras y de las alabanzas. No conceda a unas y a otras más valor del que tienen. Es fácil ser indiferente a la censura o sobreponerse a la contrariedad que nos produce; no es tan hacedero tomar el elogio en el sentido que realmente tiene. El político habrá de pensar que son muy pocos los elogios capaces de llenar y satisfacer a una persona delicada. Un hombre vulgar se henchirá de satisfacción ante un elogio impreso en un periódico o en un libro; un espíritu frío acaso note en tal elogio una hipérbole, una exageración, algo que traspasa los lindes del elogio para entrar a los de la apología...".
"El escándalo es el mayor enemigo de los hombres de bien; tanto más alto estará el que sea su víctima, tanto mayor será el círculo del escándalo y tanto más será el daño que se produzca. Evite a toda costa el escándalo el político. Le sucederá alguna vez que en un corrillo, en la calle, en un salón, un concurrente le veje y le maltrate injustamente; no conteste el político a tal afrenta; si el adversario es un hombre insignificante, sobrepóngase a sí mismo y deje pasar el agravio. Podrá haber quedado lastimado su nombre, podrá haber quedado lleno de bochorno ante los circunstantes. No importa; considere que si él se empeñase en esta lucha, él sería quien perdería, el quien saldría lastimado o perjudicado, puesto que el hombre ruin y vulgar que le veja no tiene nada que perder...".
"El fin que persigue el arte en el vestir es la elegancia, pero la elegancia es casi una condición innata, inadquirible. No está en la maestría del sastre que nos viste; está en nosotros... Un hombre que tenga ricas ropas y vista con atuendo puede no ser elegante; puede en cambio serlo un pobre arruinado hidalgo de pueblo envuelto en su zamarra y en su capa... la primera regla de la elegancia es la simplicidad. Procure ser sencillo el político en su atavío; no use ni paños ni lienzos llamativos por sus colores o por sus dibujos... Joyas no debe usar ninguna: ni alfiler de corbata, ni cadena de reloj, ni menos sortijas. No ponga en su persona más que lo necesario, pero que lo necesario sea de lo mejor...".
¡Ah, si nuestros políticos hicieran caso de estas reglas, y de otras muchas que aquí no se mencionan!
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