Con preocupación se ven las imágenes televisivas de las marchas de protesta en defensa de la familia tradicional que se realizaron la semana pasada en la capital del país. Con más preocupación se escuchan las expresiones de quienes participan en esas manifestaciones hacia otros ciudadanos que socarronamente organizaron una reunión, sustentando justo lo contrario a lo que los defensores de la familia proclamaban lo propio delante de ellos.
Sendas marchas ocurrieron el sábado pasado. La que caminó por la avenida Reforma representa un capítulo más de la serie de acciones que sectores de la sociedad y particularmente el clero y las iglesias cristianas han estado azuzando para protestar por la iniciativa de ley presentada por el presidente de la república ante el congreso federal, para una reforma que obligue a todos los estados del país a legislar para que la ley expresamente admita el matrimonio igualitario, es decir, aquel matrimonio que no tenga por obligación que para celebrarse los contrayentes sean un hombre y una mujer.
Vale la pena puntualizar que ya existen entidades federativas que admiten el novedoso matrimonio igualitario, entre ellas la propia Ciudad de México y el estado de Coahuila, pero en la mayoría de los estados estas reformas no se ha llevado a cabo. También es importante que una resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación obligue a cualquier estado de México a celebrar un matrimonio homosexual si se lleva a cabo el trámite judicial debido.
El contingente salió del Auditorio Nacional para parar en el Ángel de Independencia. Las cifras de participantes de esta comitiva van desde las 400 mil personas, dato proporcionado por fuentes allegadas a este grupo; y a 80 mil que fue el dato revelado por la autoridad local. En tanto el grupo contrario apenas si juntó algunos centenares de personas.
La oportuna intervención de la autoridad evitó que hubiera problemas mayores en el encuentro alrededor del Ángel, pero las expresiones que los defensores de la familia tradicional le espetaron a los defensores de estas nuevas modalidades de familia, deben generar ya un foco precautorio, porque la sociedad mexicana está comenzando a polarizarse en este tema y pronto podrían ocurrir hechos violentos con las consecuencias previsibles ante esta situación, aunque también hay que observar los orígenes que dieron lugar a este desacuerdo.
Por un lado, la comunidad LBGT (Lésbico Gay Transexual y Anexas) ha estado pugnando consistentemente para que el marco regulatorio se modifique para que desde el área legal, se cambie el estatus de aquellos que no pertenecen al grupo heterosexual. Apelan entre otras cosas, que es discriminatorio para ellos el que la ley por ejemplo les impida casarse, y por consecuencia, adoptar hijos, lo que ha generado mayor enfrentamiento.
Me parece que cualquier expresión discriminatoria ya sea por raza, condición económica, religiosa, preferencia o sexual o cualquiera que exista, es de suyo deleznable y debe ser combatida y penada por el Estado, que debe garantizar la igualdad de todos los seres humanos ante la ley. Por lo que la autoridad debe intervenir para evitar que esto ocurra. En el encuentro del sábado pasado en el Ángel de Independencia fue evidente que aquellos que caminaron para expresar su defensa a la familia que ellos consideran, le lanzaran epítetos a los que defienden las causas de la comunidad LBGT, evidentemente discriminatorios.
En el caso concreto de que si el matrimonio debe tener por obligación que las dos partes que celebran este contrato deben ser varón y mujer, ya es una discusión ociosa, puesto que la Corte ya resolvió que debe reconocerse los igualitarios, así que no queda más que sujetarse a ello. Los homosexuales se pueden casar y en su caso, adoptar, no hay que discutir.
Pero lo que sí hay que discutir por un lado, es exigir a aquellos que se expresan en apoyo a las posturas defensoras de permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción de menores; basta también que en su discurso sugieran que quienes pensamos que estas novedades en cuanto al matrimonio igualitario o preferencias sexuales distintas a la atracción de un hombre y una mujer somos retrógradas. La homosexualidad pende entre una desviación o una preferencia, depende la óptica. Claro que no debe ser motivo de discriminación bajo ninguna forma.
Basta también de las posturas arcaicas y cerradas de los grupos conservadores dizque católicos, quienes insultan y segregan a aquellos que por la razón que sea, viven en la diversidad sexual. La hipocresía de los conservadores debería avergonzar a aquellos curas que los exacerban para lanzar injurias contra esta minoría.
Es tiempo que se detengan los insultos, por el bien de la sociedad debe detenerse este estéril enfrentamiento. Los gays deben respetar que ellos son minoría y pensar por qué lo serán; y los demás estamos obligados a respetar; y los católicos en particular, a aceptarlos como hermanos.