El 4 de marzo de 1916, mi padre nació, o sea, que este año cumpliría cien años. Murió en 2006, fueron 90 en total los años vividos. El fruto quedó en la obra realizada: lo que sembró en sus hijos, lo que cultivó en sus amigos, lo que cosecharon los habitantes de esta ciudad, sin saberlo, porque así era él; acostumbraba a realizar sus obras calladamente, con aquel gusto que experimenta el que sabe dar.
Si me pidieran definir a mi padre, lo haría con este verbo: dio, mejor dicho, se dio, y lo hizo bien. Esa era una de sus frases favoritas, sé lo que quieras, pero lo que seas hazlo bien. Puso la muestra, se salió de sí mismo para entregarse a los otros, o a la obra que pensaba debía realizar. No conforme con una, hizo varias: en el campo del comercio, en el campo de la cultura, en el campo del trabajo social.
No tuvo la oportunidad de tener muchos estudios. Una escuela primaria y una carrera comercial de contador privado. Lo demás lo obtuvo por él mismo, reuniendo una biblioteca, con la temática diversificada: temas comerciales, de literatura, de historia, cultura general. Cuando por alguna razón de apuro tuvo que vender su biblioteca, con paciencia las volvía a empezar. La última, aún no la acabo de leer, ni la acabaré. Hasta el final de su vida, salvo el último año, la naturaleza le concedió el poder leer. Era su principal entretenimiento.
También escribía; durante más de setenta años lo hizo en este mismo periódico, donde llegó a tener más de cinco columnas, semanalmente. Publicó algunos libros que salieron de sus mismas colaboraciones periodísticas.
Participó de la vida cultural de la ciudad desde los años cuarenta hasta el final de su vida. Fue miembro de la revista Cauce, legendaria en esta ciudad, hizo la edición de los últimos números. También, participó en la organización de conciertos con el profesor Vilalta y con su compadre Alberto Maya, difundía la música clásica en la Alameda Zaragoza a base de discos, con material y autoparlantes que le prestaban en GonHer. Alguna vez leyó obras de teatro en el Mayrán y no dejaba de apoyar a todas aquellas personas que se lo pedían.
En el campo de lo social, también desde muy joven perteneció a varios clubes de servicio como la Cámara Junior, el Club de Leones y terminó creando, junto a su gran amigo, Donaldo Ramos Clamont, el Papro, organismo que logró reunir 30 fideicomisos destinados a los mismos diferentes grupos sociales que prestan servicio en nuestra ciudad. Lo mismo, otorgaron diferentes becas a personas que lo necesitaban, así como ayudó a la Cruz Roja y a los Bomberos. En su momento, con la colaboración de sus amigos: los adolfitos y los corbatones, reunieron fondos para conseguir la vacuna de Salk. También participó, con el Club de Leones, en la organización de los carnavales de la ciudad, que los tuvo.
Perteneció al patronato de la UAL y llegó a ser su presidente. Esta universidad le otorgó el doctorado honoris causa por la labor social que realizó durante su vida.
Promovió la dotación de esculturas para la ciudad. Sabía muy bien pedirlas a quien las podía ofrecer. Una de ellas fue la del Quijote en la avenida Colón. Hubo otras que desgraciadamente desaparecieron y no han sido repuestas. De las que siguen existiendo, es la de Sor Juana a la entrada de Torreón Jardín.
Mi padre amaba su ciudad. Nunca escatimó nada para darle lo que podía darle. Lo que principalmente le concedió fue su tiempo.
Su verdadera profesión fue la de comerciante. Colaboró en los "Precios de México", intentó crear su propia empresa, la "Casa Herrera", después tuvo un bar especie de Centro Social, el 2-17, hasta que finalmente en 1950 entró a trabajar en el antiguo "Puerto de Liverpool", que estaba por la Hidalgo. Llegó a ser su director general. Puso sucursales en la Alameda y en la ciudad de Saltillo y de ahí surgieron otras empresas en diferentes ramos que desgraciadamente no pudieron subsistir.
Creo que no tuvo tiempo para aburrirse, porque si lo anterior no fuera suficiente, tuvo 9 hijos y una mujer a la que amó con pasión y era su soporte en todas las empresas que realizaba. En el mismo paquete, había una tía que fue su madre adoptiva y a la que jamás abandonó. Esta abuela mía vivió 102 años. Es genial cuando un hombre sabe mantener unida a su familia. Es genial cuando perteneces a una familia de tal naturaleza.
Hoy me entró la nostalgia de hablar de mi padre. Como se diría comúnmente: un hombre bueno, entregado, que supo tener amigos, que supo viajar, que supo comer, que supo beber, pero principalmente, supo extender la mano a todo aquel que se la solicitó. Mi padre no murió, vive en sus hijos y sus nietos que lo recuerdan con cariño: vive en cada una de las páginas subrayadas de sus libros. Cuando las leo, él me habla.