Cualquier ciudad del mundo, en época de vacaciones, recibe visitantes de otras latitudes; más que nada, por razones familiares. A pesar de la fama que nos hemos ganado, estoy seguro que en esta Semana Santa que hoy inicia, recibiremos invitados, lo cual resulta buena ocasión para presumir de lo poco o mucho que tengamos para hacerlo.
Algo de historia: Torreón tiene escasa, por su juventud. Aun así, desde 1850 se habla de la región de La Laguna como un foco de atracción agrícola a pesar de ser desierto. Para la década de los ochenta del siglo XIX, se vuelve cruce ferroviario. Eso produce emigración. Sin los ferrocarriles, la ciudad no existiría, o no hubiera dejado de ser el rancho del Torreón que era.
Los primeros asentamientos se dieron por La Alianza, de ahí la ciudad se extendió hacia el oriente. Otra actividad económica que nos ayudó a crecer fue la minería, y no exactamente por haberse encontrado minas, que existen muchas por los alrededores, sino por haber sido aquí donde se construyó Peñoles, que es donde se trata todo ese mineral, principalmente la plata, el oro y algún otro metal.
Ya para los novecientos, éramos muy nombrados. La Laguna tuvo gran peso como región y se dieron cita personajes de diversas nacionalidades y una fuerte emigración del estado de Zacatecas. Como dato curioso, la conquista nos llegó por el mismo lado; aunque en un principio nos pasaron de largo para ir a fundar Saltillo, Parras y San Pedro. Nos habían dado el lugar del gran Latifundio del Marquesado de Aguayo y con el tiempo nos hemos ido convirtiendo en cabeza de este ratón que simplemente se llama La Laguna.
Pero sigamos adelante.
Además de Peñoles, se instalaron más fábricas como La Esperanza, y cada nacionalidad fue poniendo su grano de arena para darle su fisonomía al espacio físico que hoy habitamos: Los españoles, principalmente los vascos, colaboraron con ponerle nombres a los diferentes sitios, además de avocarse a la agricultura y al comercio en el ramo de los ultramarinos. Los chinos, se dedicaron a las lavanderías, los cafés, las tiendas de abarrotes y los tranvías. Los alemanes se encargaron de las ferreterías. Los americanos abrieron casas comerciales.
Se me ha pasado decir que el fundador de nuestra ciudad fue Andrés Eppen, insistió para que la estación de ferrocarril se construyera aquí una vez que los vecinos de Lerdo se habían quejado porque querían hacerla muy cerca de su paz y tranquilidad.
Ya con la revolución nadie nos pudo parar. La ciudad fue tomada cuatro veces; la primera por los maderistas, ocasión donde se suscitó la matanza de chinos. Muchas veces, Villa anduvo por nuestras calles y los telégrafos fueron testigo del gran rompimiento que existió entre los revolucionarios: Carrancistas en contra de los Villistas. También, nuestra plaza, anteriormente había sido testigo de las inconformidades antirreeleccionistas, y la fachada del antiguo Casino de La Laguna, hoy parte del Museo Arocena, en sus muros luce los boquetes producidos por los cañonazos.
Después de la Revolución, en esta región se dio el primer reparto de tierras. En la agricultura, después de ser productor importante de algodón, lo hemos sido de uva, nuez y en Matamoros se siembra melón y sandía. Hoy, nos dedicamos a la ganadería y la siembra de alfalfa.
Llegamos a ser centro comercial de la región. Tiendas de todos tipos. Con el tiempo, han ido desapareciendo casi todas, pero en la memoria de algunos se pueden rescatar. Quedan las que supieron crecer y amoldarse a los tiempos modernos, se han convertido en cadenas importantes y son nuestro orgullo.
En nuestra región, hay diversas zonas industriales en espera de inversionistas. Contamos con más de 22 universidades y centros tecnológicos. Hay una interesante vida cultural, aunque nos encontramos reconstruyendo la ciudad porque la inseguridad mundial nos ha dado duro y tupido. Resulta muy duro volverse a levantar. Le hacemos la lucha.
Sus parientes les pueden platicar aún más, llevarlos a los museos. Nos pueden faltar muchas cosas, pero de que tenemos historia, la tenemos.