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Ensayo sobre la cultura

HUMILDAD Y SOBERBIA

El ser humilde puede llegar a dañar la autoestima, obligando al individuo a ser dependiente durante toda su vida, ya que se verá imposibilitado de tomar sus propias decisiones por estar acostumbrado a que terceros piensen por él, o minimizar el valor que puedan tener sus propias convicciones.

El ser soberbio, que es el extremo opuesto, implica cerrarse para siempre a la opinión de terceros. Presumir de una superioridad que no tiene base alguna, a pesar de Nietzsche. Dejar de aprender de otros porque se piensa tener todas las respuestas.

El ser demasiado humilde nos puede hacer víctimas de instituciones, sectas, partidos, gobiernos que basan su funcionamiento en la obediencia absoluta de sus integrantes, lo cual puede resultar catastrófico cuando se cae en personas cerradas que los pueden llevar a cometer los actos más espantosos contra la sociedad o contra ellos mismos. Los ejemplos abundan: nazismo, fascismo, comunismo, las sectas religiosas que han llevado al suicidio a sus miembros, los estados totalitarios. Cito a Michael Burleigh en "El tercer Reich": "…El autor del informe comparaba explícitamente el nazismo con una religión secularizada. Llamaba al resultado un estado iglesia, o un estado antieclesiástico, con sus propios dogmas intolerantes, sus predicadores, sus ritos sagrados y sus expresiones elevadas que brindaban explicaciones totales al pasado, el presente y el futuro, al mismo tiempo que pedían a sus adeptos una dedicación inquebrantable".

Las utopías actuales que continúan ofreciendo a los humanos las sociedades perfectas, basan sus logros en la entera humildad de sus miembros y en la falta de crítica a las proposiciones que se les hace en vías de un futuro mejor que nunca acaba de llegar. Lo mismo ofrecen las iglesias, el sufrimiento y el dolor en aras de un paraíso del cual nunca ha regresado nadie para contarnos como es en la realidad. En ambos casos, se juega con el sentimiento de culpa; en uno, se hostiga en contra de las ideologías contrarias tildándolas de monstruosas, del otro se hostiga contra el pecador y los pecados.

Los soberbios son quienes se tratan de colocar en la cúspide de los grupos, pretendiendo tener todas las respuestas, aunque muchas de ellas sean ilógicas, o cerrándose a reconocer que las suyas son como las de cualquier otro; simples hipótesis para la solución de los problemas, de las cuales se tiene que demostrar diariamente su viabilidad.

Hoy existen muchos jóvenes que tienden a ser soberbios con fáciles recetas de cocina. En la escuela, aprenden sobre la evolución y dejan la religión a un lado. Se sienten ya demasiado científicos por tres conceptos mal digeridos sobre ciencia y ningunean a todo aquel que profesa una religión. Tardarán en aprender que la ciencia no tiene todas las respuestas, o a lo mejor nunca lo aprenden y vivirán en ese error. Pero siempre se impondrán porque ellos son los que saben.

En contrapartida, los demasiado religiosos, sólo tendrán como guía intelectual la biblia, negándole toda posibilidad a Dios de expresarse a través de otros instrumentos como podría ser la propia naturaleza, la ciencia, la literatura, el arte. Ni siquiera entienden que en la biblia se utiliza la palabra y ya la semiótica y la lingüística se han encargado de indagar la dificultad de interpretar un mensaje a través de ella. Aúnele usted que es una cadena de traducciones arameo, griego, latín, español o latín, alemán, inglés y demás idiomas donde el protestantismo impera.

Las utopías sociales viejas y modernas tienen como punto de partida la negación de la libertad humana. Se proponen sociedades estáticas donde todo mundo habrá de conformarse con lo que le den, o en donde lo pongan, según lineamientos de Un mundo feliz de Huxley o 1984 de Orwell. En estas sociedades, el hombre, aparte de no ser libre, necesitaría no desear nada. Estar dispuesto a ser programado, como un autómata que se adapta a sus circunstancias.

Pero Dios nos ha dado el tesoro más preciado de la naturaleza: la inteligencia. Nos definimos como: Animales racionales. La razón hay que cultivarla, además tenemos voluntad, es nuestra obligación ejercerla. Entre la humildad y la soberbia me quedo en medio; aprendo del que considero puedo aprender y evito ser manejado por nadie.

  Por: José Luis Herrera Arce

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