NUESTRO VECINO
El país vecino se nos ha mostrado siempre como ese paraíso terrenal al que todos quisiéramos acceder, una tierra de fantasía e ilusión lleno de parques temáticos donde moran los hombres que se han podido hacer a sí mismos. Historias de ficción llenos de superhéroes y de supervillanos; la lucha cotidiana es por la libertad, la democracia, los valores occidentales; bueno, eso es lo que dicen ellos, ya que cuando algo no les gusta, simplemente lo atacan, y si pueden, lo hacen desaparecer. Mínimo apoyan a grupos para que se deshagan de aquello que les molesta.
Tanto aman a su territorio que ahora algunos quieren construir un gran muro para que nadie entre sin su permiso, muro que quieren que nosotros los mexicanos paguemos, como si no tuviéramos suficiente con las cuentas impagables que nos han venido endosando nuestros políticos. (Para eso, ha de servir la democracia, para pagar las cuentas que generan otros o los caprichos del poder).
Al final de los ochenta, el mundo se alegró haciendo caer el muro de Berlín que había construido la otra gran fuerza que se había repartido el mundo. ¿Quién sabe quién la pagaría? La guerra fría no ha sido suficiente para hacer pensar a los políticos de que hay acciones que la dignidad humana no puede volver a permitir, y menos pagarla.
Pero dicen que el primer mundo es ese país que ha venido creciendo a expensas de los demás como lo han hecho todos los grandes imperios: el Romano y el Azteca son antecedentes de cómo les va a aquellos que no piensan en los pueblos que conquistan y que lastiman, guiados sólo por sus mezquinos intereses. Cuando ya no puedan comprar voluntades, los abandonarán, como les pasa a los políticos sin dinero que tienen que comprar a sus allegados para que los mantengan en el poder, cuando es imposible de seguirlos manteniendo, simplemente se esfuman. Las voluntades compradas tienen que subsistir y se van en busca de quien contrate sus servicios de paleros.
Dentro de ellos mismos, hay infinidad de contradicciones. No pueden presumir una nacionalidad porque no la tienen. Todos vienen de familias que han emigrado de otros lados por propia voluntad o por la fuerza. No existe la verdadera integración de todo ese crisol de nacionalidades. Su juventud, al tener que ir a la guerra, tiene pocas probabilidades de subsistencia, y por lo tanto, es más fácil que caiga en los escapismos que la misma sociedad les ofrece: las drogas, la ilusión del triunfo económico, la distorsión de los valores de la vida. Les han hecho creer que el tener les da la felicidad, no, el ser. Los que vuelven de la guerra, muchos vienen afectados de sus facultades mentales y provocan los problemas de inseguridad. Es un país que tiene enemigos en todas partes. ¿Podrán vivir tranquilos sus ciudadanos? No lo sé.
Tampoco puede presumir mucho de sus construcciones, son de madera y cartón. Mil veces preferibles nuestras casas de ladrillo, de piedra, hasta de adobe, seguramente aguantan más que sus escenografías fílmicas que al primer ventarrón pierden los techos o simplemente se desploman. (Gigantes con pie de lodo). La unidad familiar es un sueño, el divorcio es cosa de todos los días. Su comida es pésima, engorda, industrializada, produce múltiples enfermedades, abunda el azúcar, que no es nada bueno para la salud, se come de prisa, se vive para producir, son endebles los lazos amigables porque en ese mundo de los negocios el amigo se puede volver en nuestro enemigo. Por eso, necesitan de mucho dinero porque lo tienen que comprar caro y malo, hasta a las personas allegadas.
Acá, no hay guerra, aparte de aquella que nos provocan las bandas que deben de satisfacer de droga los mercados americanos o las que no pueden resolver nuestros ineptos políticos. Hay más unidad familiar, las familias no están pensando en deshacerse de los hijos. Se come mucho mejor, pero mil veces mejor. Aún nos queda el gusto en el paladar. Tenemos amigos entrañables que no nos abandonan ni aunque andemos fregados. Nos gusta la fiesta y tenemos muchas durante el año. No vivimos para trabajar, lo hacemos al revés, trabajamos para vivir. Nuestras casas son fuertes, con buenos cimientos y excelentes paredes. No tendremos a la mano el mundo de la ficción de los parques temáticos, pero vivimos con la ilusión de las reuniones familiares.
Yo no digo que allá no existan cosas buenas; a pesar de lo que son o tal vez por ello mismo, existen. Pero mis valores yo no los cambio por los de ellos. Con menos, estoy seguro de que podemos ser felices. Ya va de gane el no tener que mandar a nuestros hijos a la guerra.