EL SENTIDO DE LA MUERTE, EL SENTIDO DE LA VIDA
Cuando el hombre comenzó a tener conciencia de sí mismo y vio hacia el firmamento, imaginó seres que manejaban a la naturaleza y los convirtió en los mitos que soportan todas las grandes culturas que han existido en el mundo. De ahí se derivaron los rituales como una manera de tomar contacto con la naturaleza e influenciarla para que fuera benéfica para el hombre. Las capacidades humanas intelectuales se han empecinado en buscar el orden de las cosas para darle un sentido a la vida, y la cultura ha ido acumulando las creencias, los descubrimientos en donde se puede encontrar la razón de ser de la existencia.
La humanidad ha partido de lo que conoce a lo que está fuera de sus posibilidades de conocer. De lo físico, dio el salto a lo metafísico de diferentes maneras. El anhelo ha sido siempre saber que hay después de la vida terrenal porque no se consuela en aceptar que todo acaba con la muerte.
Después de la vida, queda el mundo espiritual; se supone existencia feliz, aunque muy pocos podrían explicarnos en quÉ consiste esa felicidad. Se considera a la vida como la etapa de pruebas que hay que pasar para conquistar esa felicidad. Muchos sacrifican hasta el límite de sus posibilidades lo actual conocido en aras de un después nebuloso, inseguro y desconocido.
La cultura popular gusta de convivir con los muertos. Los resucita. En el sur de México, podemos hablar de los altares que se les ofrece o de las procesiones. Tenemos una larga tradición de trato con la muerte que convive con nosotros desde nuestro nacimiento. A la muerte, la queremos convertir de alguna manera en vida porque no nos conformamos con dejar de existir.
La pregunta es: ¿para qué queremos la vida si no sabemos qué hacer con ella? De una cosa estoy seguro, de que mi parte material jamás se destruirá, lo dice el principio de que la materia no se crea ni se destruye, solamente se transforma. Volveremos al polvo, y somos tan egoístas que ese polvo lo atrapamos en una urna en lugar de regresarlo a la naturaleza. Yo quisiera regresar a la vida tirando mis cenizas a un río para que el agua me regresara a la ciudad donde siempre viví y pudiera seguir persistiendo de esa manera. Esta creencia puede ser tan válida como dejarse guiar por un perro en el mundo de los muertos o que te pongan en la cuenca de los ojos monedas para pagar al barquero.
De la vida espiritual yo estoy seguro que por lo menos permanece el recuerdo; la influencia buena o mala que hayas ejercido en la sociedad o con los tuyos. Revives en cada plática que te mencionan, o en cada fotografía que permanece colgada en la pared. Vuelves a vivir en cada reconocimiento que te hacen por haber hecho algún bien, y si hiciste mal, también revives en la condena humana, en el repudio del recuerdo en el odio producido al mencionarse tu nombre.
Dicen que en la muerte hay que encontrar el sentido de la vida; yo digo que en la vida hay que encontrar el sentido de la muerte. Nadie puede pretender encontrar allá lo que no ha buscado aquí. El hombre es la mancuerna de materia y espíritu, por eso creo más en Aristóteles que en Platón. Ya los griegos decían que cuerpo sano en mente sana.
Si el sentido de todo es la perfección humana, individual y social, estamos muy lejos de ser perfectos. En el aquí y el ahora se comienza; a perfeccionarse y a ser feliz.
Hay que trabajar diariamente porque la vida es realización de algo. A la muerte, no se puede llegar con las manos vacías y esperar que todo se le dé como graciosa dádiva por no haber hecho nada. Se te dieron talentos, se te pedirán cuenta de ellos.
Las utopías son los intentos de construir el paraíso en la tierra: "La ciudad de Dios" se llamaba la de San Agustín y "El paraíso comunista" el de Carlos Marx. En todos hemos fracasado. Vasco de Quiroga intentó poner en práctica a Tomás Moro en Michoacán. El egoísmo del hombre ha dado al traste con los intentos; insisto lo que no logramos en la tierra, ¿cómo pretendemos obtenerlo, gratuitamente, después?
La capacidad de amar, la capacidad estética, la capacidad intelectual, la capacidad volitiva, la capacidad técnica, todas, las tenemos ahora, en vida y estamos obligados a cultivarlas. Hoy es cuando no estamos solos, tenemos a los demás, familia, escuela, barrio, ciudad, patria, mundo; ecológicamente está demostrado que dependemos de ellos y ellos dependen de nosotros. No necesito ser el buen samaritano para darme cuenta de que si el otro muere, yo muero, y que si lo destruyo, me estoy destruyendo a mí. La muerte y la vida son la misma cosa; hay que estar preparados para vivir antes de prepararnos para la muerte.