Con frecuencia escuchamos o empleamos el argumento de la costumbre para reafirmar un comportamiento, que desde cierta perspectiva puede resultar ineficaz, absurdo o simplemente mejorable. Pero la sentencia además de contundente es totalmente autoritaria: "La costumbre aquí así es. Aquí hacemos así las cosas".
Hace unos días, en una fiesta entre amigos se armó una discusión sobre el tema, uno de los participantes nos recordó la leyenda del gato en el monasterio, una historia muy antigua de la tradición Zen. Los monjes se reunían a rezar según el cronograma establecido: tercia, sexta, nona, laudes, vísperas y completas. En el monasterio había un gato, sin embargo los ruidos que hacía al jugar mientras transcurría la oración, eran tan molestos que distraía a los monjes. Por ello el abad decidió amarrar el gato cada vez que iniciaba la oración. Pasaron los años y murió el abad, pero la costumbre de seguir amarrando al gato perseveró. Siguieron pasando los años y murió el gato, los monjes decidieron conseguir otro gato para amarrarlo durante la oración. Las siguientes generaciones de monjes escribieron tratados sobre la trascendencia de mantener a un gato amarrado en el momento de la oración.
Las costumbres nos ayudan a los seres humanos a organizar la vida. Empezar el día en la mañana es casi un ritual. Hay también algunas muy bellas que llenan de contenido la existencia y le dan sentido. Celebrar los cumpleaños o la Navidad, por ejemplo, no son costumbres huecas. Quién no tiene, por ejemplo, más de algún recuerdo significativo ligado a esos momentos.
En el mundo jurídico hay una discusión clásica, pero también muy amplia. La costumbre no hace ley, a menos que la costumbre esté sancionada por la ley. Pero la costumbre muchas veces se positiviza, se hace ley. La discusión entre derecho positivo o derecho consuetudinario, aquel que se establece por la costumbre, es emblemática. Hace algunos años se reavivó esta discusión a propósito del derecho de los pueblos indígenas a solventar sus diferendos sociales en base a "la costumbre". El problema es que muchas veces esa "costumbre" está por debajo de los derechos humanos al permitir la tortura o penas en extremo crueles para aquellos que infringen alguna norma de la colectividad. También es cierto que a veces sus costumbres son himnos admirables de armonía con el entorno, el medio ambiente, el cosmos.
La otra cara de la costumbre es el cambio y el cambio es igual de importante en la vida. Decir ahora que el mundo está cambiado permanentemente es casi un cliché. Es condición del mundo globalizado que nos toca vivir. Por lo tanto la innovación es la única regla a seguir. Innovar es el arte de crear algo nuevo, desarrollar un producto, técnica o servicio a partir del reconocimiento de una necesidad actual hasta ese momento no atendida.
Los especialistas también reconocen niveles en la innovación, así hablan de innovación personal, corporativa y regional. Los campos son variados: técnica, social o de gestión.
Es verdad que se trata de un discurso de moda. Se presenta a figuras emblemáticas de la tecnología como los permanentemente innovadores y modelos a seguir para alcanzar el éxito en la vida. Los gobiernos crean comités de innovación para reactivar el crecimiento económico regional. En las universidades se premia los procesos de innovación en la educación, en fin, la innovación lo permea todo. Tampoco es para tanto, la innovación no es la solución de todos los males, ni la panacea de la época, sino que es en todo caso, necesidad de un mercado global en crisis.
Al final la innovación sí es parte de la vida. Me reconozco inspirado por aquellas palabras de Pedro Kumamoto cuando afirma que el cambio empieza por la capacidad de imaginar que las cosas pueden ser diferentes. Y ese es quizá nuestro problema, nos sentimos como condenados a la cadena perpetua de repetir incesantemente la costumbre. Como Sísifos obligados a subir una roca a lo alto del cerro, para simplemente contemplar, una y otra vez, como cae de ahí arriba.
Un equilibrio sano entre costumbre e innovación en la vida familiar, el trabajo, la política municipal y demás ámbitos de la vida, nos ayudaría a todos. Por vivir tan encerrados en nosotros mismos, no se nos cumpla aquella sentencia del poeta: "…no cabe duda, es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor."
Twitter: salvador_sj