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EU y los duros días que vienen

NUESTRO CONCEPTO

Sin riesgo de exageración, lo que ocurra esta semana en Estados Unidos sellará el presente y marcará el futuro del continente Americano y el mundo profundamente. El estado-nación más poderoso del orbe no sólo elegirá a su nuevo presidente o presidenta, sino que también, con esta elección, decidirá qué rumbo tomará entre dos vías muy distintas. En los ámbitos político, económico, militar, ambiental, social y cultural, prácticamente todo está en juego, para los estadounidenses y para el resto de los habitantes del planeta. El liderazgo estadounidense, cuestionado como todos los liderazgos de la historia, y su relación con el resto del mundo define en gran medida a la época que estamos viviendo.

Para México, vecino y socio de la superpotencia, tierra de origen de millones de pobladores de ésta, importante destino turístico para millones de norteamericanos, productor y transportador de buena parte de las drogas que se trafican del otro lado del río Grande y receptor de ingentes cantidades de armas vendidas en Estados Unidos, la elección tiene una relevancia especial. Nuestra república que no termina de emerger depende, más de lo deseable, de lo que ocurra en el norte del continente.

Pero ¿qué hace tan extraordinaria y relevante a esta elección? Primero, lo simbólico, pero no por simbólico menos importante. Así como hace ocho años fuimos testigos del hecho inédito de que un ciudadano afroamericano ganara la elección al cargo más importante en el mundo, hoy asistimos a la posibilidad sin precedentes de que una mujer ocupe el mismo puesto. Esto, ya de por sí, no es poca cosa. Pero hay algo más, algo que resulta de suyo preocupante.

La contraparte de la candidata demócrata Hillary Clinton es el magnate republicano Donald Trump, un hombre que con sus dichos y acciones se ha colocado en el terreno de los parias de la política. Su discurso no es conservador, es antiprogresista. Su posición en el espectro democrático rebasa incluso los postulados de la derecha para ubicarse muy cerca del extremismo con reiterados guiños al fascismo. Muros, aislacionismo, xenofobia, misoginia, machismo, estigma racial, desdén sobre el grave problema del cambio climático y un nuevo impulso a la devastadora industria de los hidrocarburos. Es más que simples posturas políticamente incorrectas o antisistémicas. Es la incorrección en toda su extensión llevada a las masas, un salto al vacío… sí, como lo fue el nazismo.

Pero es importante no engañarse. Si un personaje como Trump puede obtener la cantidad de votos populares y electorales suficientes para volverse presidente de la primera potencia mundial es que algo anda mal en el sistema-mundo que nos rige desde hace décadas. Y ese sistema, para muchos, hoy tiene en Hillary a su representante. Decía el periodista Antonio Navalón el viernes pasado que el voto a favor de Trump es el voto de la ira. Y tiene razón. Es la ira de los que se sienten relegados por las reglas del juego actual, por la globalización capitalista, por el orden mundial excluyente. El problema es que la ira siempre es enemiga de la razón.

En cuanto a México, más allá de los ecos del grave error del presidente Enrique Peña Nieto de haber recibido al candidato republicano como un jefe de Estado, el eventual triunfo de éste representaría abrir conflictivos frentes en asuntos ya de por sí complicados como la seguridad, migración y, por supuesto, la economía. Y no es que la victoria de Hillary conjure los riesgos en automático, incluso ganando ella México tendrá que trabajar fuertemente para rehacer lo mucho que se ha roto en esta campaña, a la par de insistir en construir una relación bilateral más sana y equilibrada. Vienen días duros.

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