Hay libros de medicina, donde se resume el saber médico de toda una época. Por ejemplo, mucho del conocimiento del siglo XIX, está contenido en el Manual de patología externa, escrito por médicos franceses, coordinados por el Maestro Forge; en él aprendieron, la ciencia y el arte de curar, muchas generaciones de médicos, pero ahora es totalmente obsoleto y sólo sirven como punto de referencia para juzgar el esfuerzo realizado en la persecución de la verdad.
La descripción de las enfermedades ha cambiado poco, releyendo a los viejos maestros nos damos cuenta que el examen minucioso del enfermo, nos llevó al diagnóstico y eso quedó para siempre, lo que sí ha cambiado y mucho es el tratamiento, porque el diagnóstico no basta; las enfermedades hay que curarlas. Lo que interesa es el por qué y el cómo de la enfermedad y a eso hemos llegamos sin exploraciones complicadas. Querámoslo o no, el examen del paciente se ha abreviado y en muchos casos, basta un análisis de laboratorio o una imagen para dar con el diagnóstico. Eso nos lleva al tratamiento exacto, justo, no de tanteo, no sintomático. Aunque semejante objetivo no siempre se cumple, porque aún ignoramos el origen de muchas dolencias y sobre todo, porque hay formas de "no salud", que debemos tratar a pesar de no tener causa alguna, porque son los achaques de la vida misma.
Mi maestro Del Álamo, hombre sabio, y tal vez por serlo, demasiado escéptico, solía afirmar, que no había más que 5-6 medicamentos útiles; sin duda exageraba. Actualmente el número de drogas eficaces son muchas y proliferan prodigiosamente, al descontinuado éter y la quinina, a la ya centenaria aspirina y la viaja digital se han sumado sueros y vacunas, múltiples analgésicos y anestésicos, antibióticos y quimioterápicos y mucho más.
El cambio que estos poderosos remedios han producido en la medicina es teatral y trascendente: La descripción de las enfermedades infecciosas, que antes ocupaba libros enteros, llenos de vaguedades e imprecisiones, ahora se reduce a unas cuantas líneas con la indicación escueta del remedio eficaz, tan eficaces que hay enfermedades que prácticamente desaparecieron, como la difteria, la tifoidea, el tifo y la fiebre reumática, entre otras muchas; los médicos jóvenes, egresan de la Facultad, sin haber visto un solo caso de tales enfermedades.
Los analgésicos quitan sólo el dolor, pero otros modifican el curso de la enfermedad, tal es el caso de los antibióticos, los esteroides y la quimioterapia y que con el uso abusivo aparecen los efectos indeseables, agresiones insistentes y molestas que sin duda modifican el cuadro clínico y llegan a poner en riesgo hasta la vida del enfermo. La enfermedad es una realidad que cambia y se modifica, es como un parásito que evoluciona, como la vida misma y sobre todo, que cambia y modifica por acción de los medicamentos y las medidas higiénicas, todo lleno de eficacia. Consecuencia: el promedio de vida se alarga, la población crece y los conflictos sociopolíticos también.
El éxito de la medicina actual implica también un riesgo, es un tributo que trastorna y perturba. Supone dos conductas que es necesario defender. La prudencia del médico y la disciplina del enfermo. Muchas veces, la mayoría, el médico tiene esa prudencia, porque conoce el actuar de los nuevos remedios a través de la industria farmacéutica, pero a los que no tienen ese conocimiento y recetan a la ligera, "informándose en la red", información sin rigor científico, hay que advertirlos del peligro. La terapéutica actual es ciencia compleja, que no aplica sin estudio y que coloca al médico en entrenamiento y actualización constante, como el deportista en vísperas de la competencia.
La imprudencia del médico es más controlable que la indisciplina del enfermo y es en el fondo más grave, pues refleja, resistencia y enojo frente a la enfermedad. La actitud religiosa de conformidad frente al sufrimiento, se transformó crudamente en lucha por eludirlo; en pocos años el hombre aprendió a suprimir el dolor, a empuñar el bisturí cuando es preciso y ayudar a la mujer a parir sin darse cuenta, a curar en días o en horas, enfermedades que antes duraban mucho o no se curaban; pero todo ese milagro sólo es posible en algunos casos y el hombre quiere que ocurra siempre y todos los días; el ritmo de la vida actual es y será cada vez más rápido, incompatible con largas enfermedades que perturban y trastornan el esquema de vida y obligan a estancias prolongadas en los hospitales, incompatibles con cualquier economía.
De la ávida fe del humano en el progreso, nace el apetito y reclamo por remedios rápidos y eficaces, y se indisciplina y revela si el remedio tarda en llegar; el enfermo a menudo decide cambiar de médico y con ello la indisciplina fermenta y se agranda. En resumen la autoridad del médico es atropellada por la prisa de curarse y si hablo de esto en apariencia fugaz y circunstancial, es porque creo que el rechazo al sufrimiento se acentuara en el porvenir. Es necesario hacer el esfuerzo, para que los maravillosos avances de la medicina, no se desvíen o frustren por los excesos de los que todos somos responsables. La complicidad de médicos y enfermos da apariencia de legalidad a lo que sucede y gracias a eso y a la eficacia de los medicamentos es que se acallan muchas críticas, pero algo pasa, porque cada vez se hace más presente la medicina alternativa.
*Traumatólogo. Profesor de Ortopedia de la Facultad de Medicina, Torreón, UA de C.
La próxima colaboración será del Dr. Fernando Sánchez Nájera, Psiquiatra.