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Lino y El Bala

Hace casi 40 años, fines de los 70’s, deambulaba por calles del Centro un joven indigente de veintitantos años. Todo el tiempo andaba ebrio o crudo, escogió para pernoctar la entrada de una tienda, como estaba metida un par de metros, era como una cueva, ideal para guarecerse del aire, la lluvia (pocas veces) y el frío.

Era una molestia para la tienda, se quedaba dormido, ebrio, imposible despertarlo, había que cargarlo para moverlo. Sucio, orinado, a pesar de ello caía bien, todos lo conocían, se llamaba Lino. Se sentaba, ponía un bote para recolectar las monedas, cuando juntaba lo suficiente iba por su ración de aguardiente con refresco, se desaparecía por semanas. Decían que familiares lo internaban y luego regresaba, recuperado a seguir con su rutina, varias veces me llegue a preguntar ¿quién estará equivocado, Lino que se pasa la mayor parte de su tiempo viviendo en un mundo imaginario o yo que vivo la dura y difícil realidad? Después de algunos años a Lino se le dejó de ver, ya no regresó, unos dicen que murió yo prefiero pensar que vagabundea por calles del centro de Barcelona.

Hace unos 10 años se comenzó a ver por la Av. Hidalgo cerca de La Alianza a otro indigente, que a diferencia de Lino no toma, llama la atención porque sin razón aparente grita con fuerza “Digo Digo Digo” parecido al grito “Dilo” de Pérez Prado. No sé por qué pero le dicen El Bala, los puesteros lo atosigan por diversión, él se pone agresivo, les dice majaderías, los persigue y pues más divertidos. Algo muy extraño me pasó este invierno, se me acerca y me toca el brazo, “quihubo Bala”, “Beto, tienes café” y le llevé su café. Lo extraño es que casi nadie me llama Beto.

Roberto Barranco Aguilar,

Torreón, Coah.

***

¡No seas egoísta!

La reacción que tuvo el Papa Francisco durante el evento con jóvenes en Morelia, llenó obligó el comentario en los noticieros, programas de opinión y en los diarios del país.

Entre las personas hubo voces en favor y en contra. Los primeros comentaron que había sido una reacción justificada debido a que el pontífice había caído sobre un enfermo en silla de ruedas y que no sabía si le habría hecho un daño a éste. Los segundos veían el enojo como la clásica reacción que hemos visto de sacerdotes con algunos feligreses y que en ocasiones se pasan de la raya ya que algunos han llegado a los golpes.

Aunque ese grito iba dirigido a uno de los jóvenes, este grito también se puede aplicar a todos los mexicanos, que en ocasiones damos muestra de un egoísmo casi genético. Siempre estamos en la búsqueda de nuestro bien, sin importarnos el otro, mientras yo logre alcanzar la riqueza, la ganancia y hasta la mano del Papa, no me importa los demás con tal de acumular.

La crítica al egoísmo del chico que quedó en el anonimato es una llamada de atención a una nación, mientras no nos reconozcamos como “pueblo” seguiremos jalando para nuestro propio beneficio.

Simón Domínguez,

Torreón, Coah.

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