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Vil farsa, vil engaño

Santo Padre, creo que te han engañado, el México que viste no es el verdadero, los políticos y el alto clero son causantes de esta farsa; ellos han ocultado a indigentes y a personas humildes que hubieran deseado recibir tus bendiciones; ellos vistieron nuestras calles de matices y adornos soñados; ocultando el abandono, la mugre y la pudrición a la que nos tienen acostumbrados.

La bienvenida te la debimos haber dado los verdaderos mexicanos y no un puñado de delincuentes, socios y recomendados que están saqueando nuestras riquezas bajo el manto celestial de importantes prelados. Estos obscuros y oportunistas personajes, te secuestraron entre el aroma de perfumes caros, trajes de finos cortes y vestidos de diseñador y de marca; verdaderos mercaderes de influencias y cuantiosos capitales.

Los verdaderos Mexicanos somos los que para verte, venimos de lejos o estuvimos esperando a la vera de un camino, al borde de una banqueta o apostados en el lugar menos apropiado; somos los que sin importar la incomodidad, el hambre o el desvelo, nos conformamos con tu fugaz presencia, somos todos aquellos que emocionados, te seguimos por la televisión abierta. Los verdaderos mexicanos somos los que sin importar nuestra condición social o posición económica, recibimos un boleto gratuito para acomodarnos, un boleto que la clase política y su recomendados, no tuvieron necesidad de solicitarlo ya que su lugar ante ti, ellos ya lo tenían asegurado.

Santo Padre, el prototipo de la mujer mexicana no es la que caminó ese día a tu lado de manera irreverente, contestando saludos que indiscutiblemente no eran para ella. La verdadera mujer mexicana es un ser humano lleno de virtudes, no de banalidad mundana; es aquella que vive el día a día entregada a Dios y a su familia; con, sin o a pesar de la figura masculina. Estrechaste –sin saber- las manos de un personaje siniestro, enemigo de la iglesia que promueve las leyes para “proteger” la vida de las bestias y no la del ser humano; que promueve leyes contra la integridad de la familia, de ese que solapa el robo y los pésimos resultados de un gobierno malogrado, plagado de vividores y malvivientes, saqueadores del tesoro público. No tengo más que pedirte perdón por esta irreverencia tan cruel y por este vil engaño, porque mexicanos tan siniestros han estrechado tu bendita mano.

Como tú bien nos enseñaste: rezaré por los que quiero, por los que me quieren, por los que no me quieren y como buen cristiano, rezaré por esos hipócritas y falsos redentores que nos tienen arrodillados. Rezaré también por aquellos políticos que en lo absurdo, gozan y presumen la instalación de un teleférico y rezaré por los clérigos que lo aplauden y lo justifican porque se conectará con un suntuoso santuario. Que poca madre de todos estos infelices, que no les preocupa la falta de medicamentos ni la falta de un servicio médico eficiente en nuestro principal centro hospitalario. Optan por el desprecio humano.

Santo Padre, no quiero resignarme ante los demonios del poder: estoy luchando por mi dignidad de ciudadano, por mi fe en Dios, por mis principios y porque me considero un buen mexicano.

Bienvenidas tus bendiciones.

Juan Antonio Aguilar Tello

Ante todo, Mexicano

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