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Sólo soy lagunero

En esta región suceden cosas extrañas. Marzo es el mes en que los dioses celebran los fenómenos de la naturaleza, es sin duda el primer aviso de una prueba de adaptación.

La exhibición de los contrastes meteorológicos de los elementos de fuego, agua, aire, frío y tierra, hace que en un solo día te lleve a comprobar tu nivel de resistencia.

Para no olvidar el tamaño de su fuerza las tolvaneras se hacen presentes. Viajan a gran velocidad llevan y traen, dejan y comparten su equipaje. Demuestran las vergüenzas de una ciudad entera.

Lo que está bien o mal hecho se hace evidente. En su vuelco egoísta nos someten. No le interesan absolutamente tus razones.

Sin importar qué lleves puesto o hacia dónde te diriges, nos dejan impresentables y achacosos. Son grises, impulsivas, majaderas, irrespetuosas e impacientes. Queriendo huir de su destino preferimos encerrarnos, esperar con fe a que se le pase el mal humor y olvidar ese mal momento.

Llevan también un espíritu emprendedor, un clamor inmenso de cambio. Marcan los tiempos de la transformación. Cuidadosamente en un momento preparan el escenario para dar el salto a los colores vivos de la tierra y de su fruto.

Nos recuerdan que polvo somos y nos ubican en la fuerza de romper los vientos, como son los caminos del diario vivir.

Se muestran vigilantes, nos retan a avanzar. Cuando detienen su furia, nos permiten correr, abrimos los ojos y apresuramos el paso. Lo mismo hacemos al querer alcanzar objetivos. Cuando te digan de dónde eres, tu mirada debe ir más lejos al elegir la respuesta. Pertenecemos al sol, al viento y a la tierra árida. A los rostros partidos de surcos, de permanentes frunces, de prendas mojadas del sudor constante.

En voz baja no hablamos, gritamos, la risa, decimos lo que pensamos y reiteramos las verdades. Cómplices son los cerros, guardianes solidarios que protegen a esta tierra sedienta; indomable, rabiosa y delirante.

De un sol quemante hemos nacido. Su esencia nos acosa. Cuestionamos su virtud. Renegamos de su presencia y nos sentimos perdidos si se aleja.

Aquí en esta tierra se madruga para que Dios le ayude. No somos holgados. Somos un pensamiento activo, del trabajo duro y bendecido. Confiamos de que mañana será mejor si soy mejor.

Al que es ajeno a estas tierras vaya sorpresa que se llevan de nuestro agobiante y trastornado clima. Los escuchamos quejarse una y otra vez, para después confrontar nuestra supervivencia.

Orgullosos nos hacen sentir. Nos invitan sin querer a la reflexión al dejarnos pensando.

-¡Pues qué poco aguantan!-.

Patricia González,

Torreón, Coahuila.

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