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Sergio Rojas M.

Ser maestro: lo que no se dice ni se ve

Ser maestro, trabajar como maestro en este momento, en esta época, es muy difícil y extenuante cognitiva y emocionalmente, ya que implica una exigencia distinta, y tal vez mayor a la de otras actividades y profesiones –sin demeritar ninguna-. Un obrero o un gerente cuando salen de su empleo no continúan su trabajo en casa; el maestro, en cambio, sí lo hace. Un maestro con doble plaza puede terminar su jornada a las 7 u 8 de la noche, y su trabajo no se quedará en la escuela, seguirá en casa planeando la clase del siguiente día, o haciendo material didáctico, o revisando 40 exámenes mientras descuida de su propia familia. Y todavía debe considerar las muy serias necesidades afectivas, emocionales y conductuales que tienen –por lo menos- 5 o 7 alumnos: padres que no apoyan en tareas, que no mantienen comunicación con maestros, que golpean el autoestima de sus hijos, o que los dejan crecer sin reglas, sin respeto al maestro y sin normas de convivencia.

Y todavía los padres le exigen al maestro actuar y acabar con el bullying, pero en realidad quieren que imponga los límites que ellos mismos han sido incapaces de aplicar, en muchos casos quieren que sea él quien defienda y castigue, pero sobre todo quien resuelva conductas agresivas, conductas que han sido adquiridas en casa.

Ahora imaginen todo esto a nivel secundaria, entre jóvenes, donde el descuido se recrudece y las tentaciones e inquietudes son mayores y más peligrosas, donde el insulto y la falta de respeto es el pan diario del maestro. ¿Se imaginan el tamaño del reto y la paciencia que debe tener?

Un obrero no está todos los días ni al mismo tiempo frente a 40 personas. El maestro sí, y además debe estimular, recrear y pulir conocimientos –en la amplitud del término- que el propio niño nunca ha visto ni hecho. Es decir, el niño sabe hablar, pero jamás nadie le ha dicho que ahora, lo que dice lo va a escribir, y que esos signos raros se llaman letras, y que cada letra tiene un sonido… ¡y además un nombre!

Pues un maestro tiene que lograr esto y más con 40 niños, sin la comodidad del hogar, sin estar en un sillón, y en ocasiones sin tener aire acondicionado, como lo tendría un gerente. ¡Ah! y como ya dije, todos los días y al mismo tiempo.

Que tienen muchas vacaciones, que suspenden clases, que exigen demasiado; siempre habrá quejas contra ellos, algo que no nos parezca. Pero no olvidemos que los maestros trabajan con niños: las personas más cambiantes, especiales y demandantes que puede haber; no con empleados. Que su cansancio no se vea no significa que su labor es fácil, el esfuerzo del maestro no es físico sino mental. Ser maestro en estos días significa ser extremadamente inteligente para resolver conflictos, satisfacer –urgentemente- a autoridades, lidiar con muy variadas actitudes y personalidades; y sí, también generar aprendizajes que sean atractivos para que el niño que falta mucho asista, para que el niño que no habla participe, para que el niño que se desvela no se duerma.

Por esto y más, felicidades y mi reconocimiento, maestros.

Sergio Rojas M.,

Ciudadano de Torreón.

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