¿Por qué no los dejan en paz?
Me queda claro que el sur no es lo mismo que el norte, de manera más específica, las comunidades o entidades del sur del país en poco se parecen a las del norte. Para un norteño ir al sur es ir al paraíso, ir desde las zonas desérticas hasta los paradisiacos lugares que ofrece el sur, como Ixtapa Zihuatanejo, pasando por Acapulco, Puerto Escondido, Chiapas y no se diga la Riviera Maya. La mayor concentración de riqueza natural y nacional, está en el sur, también la mayor concentración indígena.
Pero no son los indígenas los que se levantan en armas, no son ellos los que reclaman injusticias o despojos. Ellos, que son los más pobres, a pesar de ser dueños de culturas ancestrales y de riquezas naturales, no son los que reclaman.
Son utilizados como carne de cañón, como moneda de cambio. Ellos tienen sus propios problemas y su manera de resolverlos y se les debe respetar.
Ante una sociedad nacional cada vez más despierta, un poco más atenta, no es posible seguir utilizando las mismas tácticas para su manipulación; los cacicazgos, latifundistas, líderes por oportunidad, gobernadores, secretarios de estado y hasta presidentes, tienen que cambiar su modo de tratarlos, me refiero a los indígenas. Tienen que aprender a respetarlos, sobre todo, tienen que dejarlos en paz.
Es cierto que las leyes son de observancia general obligatoria, es cierto que no se puede ejercer un derecho sin obligación, pero también es cierto que el estado tiene que buscar la mejor solución a los conflictos y no actuar solamente por decreto o imposición. La fuerza del estado no debe fincarse en el aspecto armado sino en el convencimiento y en la razón.
La gran mayoría de los mexicanos nos solidarizamos con nuestros hermanos de Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Michoacán, etcétera, estamos indignados tanto con los líderes sociales (con tintes anarquistas) que a todas luces los manipulan, así como con las soberbias autoridades estatales y federales, incapaces de resolver este tipo de problemas de manera pacífica.
Jesús Pedroza Pérez,
Torreón, Coahuila.
***
¿De quién fue la culpa de su muerte?
Primero, a él mismo, por exponerse al peligro de torear un toro de lidia, a pesar de su edad.
Responsabilidad de los empresarios al contratar a un torero sexagenario, con facultades físicas y reflejos disminuidos.
Responsabilidad de las autoridades del Estado de Durango, al permitir y autorizar las corridas de toros.
Por último, echarle la culpa al toro, que lo único que hace al ser lanzado al ruedo es defenderse y que casi siempre lleva las de perder.
¿A esto le llaman arte ?
Dejo el comentario al público y que cada quien opine lo que crea según su criterio.
Iñaqui Meneses M.,
Gómez Palacio, Durango.
