La pavorosa quiebra de Veracruz
Lo acontecido al pueblo de Veracruz no tiene precedente en la historia política de México. El megacorrupto gobernador con licencia Javier Duarte de Ochoa, dejó en la más desastrosa ruina a la hacienda pública de aquella entidad. Sus números rojos son trágicos y el futuro de su economía se ve negro.
Lo indignante es que si desde hace algunos años, ya se le habían hecho graves acusaciones de malversador de fondos públicos al prófugo de extracción priista, Javier Duarte, no se hayan tomado eficientes providencias precautorias para evitar su fuga.
El 27 de enero de 2012, en el aeropuerto de Toluca aterrizó un avión del gobierno veracruzano donde viajaba un funcionario de Duarte de Ochoa, quien llevaba dos maletas que contenían 25 millones de pesos en efectivo que decomisó la PGR. El portador no pudo acreditar el origen y destino de esa cuantiosa suma. Días después, un vocero de su administración daría la inconvincente explicación de que dicha cantidad era para “pagar eventos culturales”.
Aquí existe un vacío legal que los legisladores y juristas de nuestro país, deberían cubrir para evitar escapatorias propias de una película de acción al más puro estilo de Bruce Willis, como la que protagonizó en Veracruz el cleptomaniaco y cínico Duarte de Ochoa, junto con su esposa.
Urge implementar un ordenamiento jurídico que ordene una vigilancia específica, aplicable para aquellos gobernantes y funcionarios de dudosa moral, cuando se encuentran en entredicho al existir serias evidencias de que están incurriendo en actos de corrupción. El indiciado Javier Duarte, planeó su hamponesca huida desde días antes de solicitar su licencia como gobernador, es ingenuo pensar lo contrario.
Son en extremo dramáticas las imágenes que hemos visto en la televisión, donde apareció tomado el edificio del Palacio de Gobierno en Jalapa por los 51 alcaldes panistas y perredistas, quienes reclaman dinero adeudado a su empobrecidos municipios. Javier Duarte de Ochoa y sus secuaces se llevaron todo. Su maligna administración fue un festín de buitres.
La cosa está que arde en algunas de aquellas localidades, se deben salarios a los empleados municipales y no hay gasolina para los vehículos oficiales, están frenadas muchísimas obras de beneficio social, entre ellas la instalación de redes agua potable y drenaje. Existe un crítico desabasto de medicinas e instrumental médico en los hospitales estatales.
Residencias, ranchos, edificios, joyas, vehículos de lujo y fabulosas cantidades financieras de ilícito origen, constituyen el abominable hurto consumado por Duarte de Ochoa y sus siniestros compinches, en detrimento del pueblo veracruzano. Su rapacidad desbordante rebasó al cuento de Alí Babá y su 40 ladrones.
La quiebra sufrida por Veracruz no es solamente financiera. Existe la otra quiebra y es harto dramática, la social, en materia de inseguridad pública. Los “levantones”, crímenes, secuestros, fosas clandestinas, torturas y balaceras arrojaron un numeroso saldo de desaparecidos, muertos y heridos; delitos que en su gran mayoría continúa impune. Fue una era de terror.
Además, la libertad de expresión fue reprimida con sangre durante el macabro mandato del fugitivo Duarte de Ochoa. Más de diez periodistas fueron masacrados. Estos cobardes homicidios que acabaron con la existencia de dichos comunicadores, fueron publicitados por la prensa internacional en el diario español El País y The Washington Post de los Estados Unidos, rotativos que les dieron seguimiento. Amnistía Internacional, condenó tales crímenes.
En sus últimas apariciones públicas, el aspecto físico de Javier Duarte de Ochoa era el de un sujeto de mirada nerviosa y adelgazado a causa de una rápida pérdida de peso, en el cenit de su mandato lucía una figura obesa con regordetes cachetes y papada. El estrés le ha hecho mella, la persecución de que es objeto lo colapsa.
Y muchos más kilos ha de haber perdido en su escondite, cuando se enteró que la Procuraduría General de la República ha ofrecido una recompensa de 15 millones de pesos, para quien proporcione informes fidedignos de su paradero.
Domingo Deras Torres,
Torreón, Coahuila.