— Louis Pasteur
Si México tuviera una mayor fortaleza económica, no estaría sufriendo la actual incertidumbre generada por Donald Trump. Sin embargo, el país no ha podido superar su ya clásica tasa de crecimiento de 2 por ciento al año, la cual es insuficiente para abatir la pobreza.
Algunos sostienen que esta endeble expansión es prueba de que la apertura de la economía y las reformas estructurales han fracasado y deben eliminarse para regresar a una política de proteccionismo similar a la que ahora promueve Trump en los Estados Unidos. La información disponible, sin embargo, sugiere una realidad completamente distinta.
La apertura comercial y algunas de las reformas estructurales han generado el poco crecimiento económico del último cuarto de siglo. La industria manufacturera y la agricultura de exportación han sido historias de enorme éxito. El crecimiento de los estados que se han integrado al mercado global, como Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro, han sido muy elevadas, similar al de los países exportadores de Asia. También las telecomunicaciones y el crédito han tenido fuertes tasas de crecimiento y han respondido favorablemente a sus reformas estructurales.
Entonces, ¿qué ha fallado? ¿Por qué sigue México sumido en la pobreza y con una tasa de crecimiento de apenas 2 por ciento al año? En los últimos tres años un problema ha sido la caída de los precios del petróleo. Hemos pasado de 100 dólares a menos de 40 dólares por barril. El impacto, sin embargo, se ha concentrado fundamentalmente en la industria petrolera y en estados productores como Campeche y Tabasco. Sin la industria petrolera, el crecimiento de este 2016 sería de 3 por ciento en lugar del 2 por ciento.
Los precios del petróleo, sin embargo, solamente han regresado a niveles que teníamos hace algunos años. La gran pregunta es ¿por qué no supimos aprovechar mejor los años en que el petróleo se cotizó a 100 dólares por barril?
Los problemas económicos del país son mucho más profundos que el petróleo. Las entidades y actividades ancladas al México viejo siguen siendo incapaces de levantar cabeza a pesar de los miles de millones de pesos que reciben todos los años en subsidios del gobierno.
La pobreza extrema de México se concentra en el campo. Frente a la creciente productividad de las granjas de exportación, los ejidos y tierras comunales sufren un estancamiento de décadas. Los programas asistencialistas del gobierno se han ido a un pozo sin fondo. La salida de la pobreza no la dan los subsidios gubernamentales sino la producción, pero las restricciones a la inversión productiva en los ejidos siguen siendo enormes.
La economía informal es un lastre para la economía. Y no es un lastre ligero. Alrededor del 60 por ciento de los mexicanos trabaja en la informalidad con una productividad muy baja. Esta actividad genera, además, una competencia desleal para las empresas establecidas.
Aunque la apertura comercial y las reformas estructurales han sido en general positivas, el país no avanzará si no hacemos otros cambios de fondo, como una reforma fiscal que elimine los dañinos privilegios de la economía informal. Se necesita también una reforma de fondo del ejido que otorgue derechos cabales de propiedad a los ejidatarios y permita la consolidación de tierras y una mayor productividad. Después de todo, la tierra debe ser de quien la trabaja, porque si es propiedad de quien la trabaja la hará producir mejor.
El producto interno bruto creció 2 por ciento anual al tercer trimestre de 2016. Se mantiene así la maldición del 2 por ciento, la cifra aparentemente natural de expansión de la economía mexicana. La India también tuvo durante décadas una tasa de 3 por ciento, la cual subió a 6 por ciento una vez que se abrió la economía.
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