Estados Unidos se encuentra en un callejón sin salida en la lucha contra el terrorismo doméstico, especialmente por el liderazgo errático y soñador de su presidente Barack Obama.
La masacre de Orlando, Florida, la peor en los Estados Unidos después de los atentados de septiembre del 2011, ha puesto por enésima vez a prueba la capacidad de las autoridades norteamericanas.
De nuevo se repiten los factores de ataques recientes: un sujeto desequilibrado, nacido en Estados Unidos, con raíces en el Medio Oriente y de religión musulmana, logra armarse hasta los dientes para llevar a cabo un exterminio humano.
Más de cincuenta inocentes fueron acribillados en un antro gay sin que policía alguno lo haya impedido. Si el asesino Omar Mateen de 29 años era homofóbico y simpatizante del Estado Islámico, es lo de menos.
Lo que importa es que se trata de un acto terrorista interno cometido por un ciudadano norteamericano que ha sido influido por las posturas radicales e intransigentes del islam.
Mateen, al igual que los autores de la matanza de San Bernardino del año pasado y de los bombazos en el maratón de Boston en abril del 2013, fue investigado por el FBI y considerado como un terrorista potencial.
Sin embargo, y tal como ocurrió con sus antecesores, el homicida descendiente de afganos fue dejado a la deriva por los sabuesos del orden federal quienes una vez más fallaron a la hora de brindar seguridad y paz a la población norteamericana.
El presidente Barack Obama tiene razón al condenar las leyes de su país que permiten la venta inmisericorde de armas. Pero como presidente no ha tenido la fuerza ni el liderazgo para impedirlo y para asumir su rol como primera autoridad de Norteamérica.
Obama, quien ha sufrido al menos una decena de actos terroristas en sus siete años de gobierno, no ha tenido la capacidad para encontrar una solución efectiva a este delicado problema.
Para colmo politizó el tema en su discurso del pasado martes cuando refutó al candidato republicano Donald Trump, quien horas antes criticó a Obama y a su rival Hillary Clinton por no utilizar el término "terrorismo radical islámico" para referirse a este tipo de incidentes.
Trump reiteró el pasado lunes su promesa de impedir la entrada al país a musulmanes que representen una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Su discurso enérgico y visceral, al estilo del magnate neoyorquino, levantó las reacciones más disímbolas y obligó a Obama a responderle un día después.
En su mensaje de solidaridad con la comunidad homosexual y de apoyo al clima de libertades de Norteamérica, el inquilino de la Casa Blanca lanzó al aire las siguientes preguntas:
"¿Vamos a comenzar a tratar a todos los musulmanes diferente? ¿Vamos a empezar a someterlos a una vigilancia especial? ¿Vamos a discriminarlos por su fe? Hemos escuchado esas sugerencias durante la campaña", sostuvo el presidente.
Antes Trump fue enfático al señalar que "cuando sea elegido, suspenderé la inmigración de zonas del mundo con una historia demostrada de terrorismo contra Estados Unidos, Europa y nuestros aliados, hasta que entendamos cómo acabar con estas amenazas".
Es evidente que el aspirante republicano a la presidencia no es diplomático, pero también es verdad que responde a un reclamo de una sociedad exigente como la norteamericana de poner un hasta aquí a esta oleada indignante de agresiones por parte de radicales musulmanes.
El cierre de fronteras a los musulmanes no frenará el terrorismo, al menos en el corto plazo, pero enviará un mensaje firme a los enemigos de Estados Unidos en el exterior que lamentablemente abundan, especialmente en los países del Medio Oriente.
Extraña sinceramente que a estas alturas Obama alce la bandera blanca cuando el enemigo duerme dentro de su casa y es cada vez más numeroso y violento.
Extinguir el terrorismo de fanáticos religiosos es una tarea por demás compleja y no se logrará en el corto plazo. Pero poco se avanzará si al estilo Obama se niega el problema, se pospone su solución y para colmo se politiza con fines electorales.
Ya sabemos que Trump dice muchas tonterías y que de político tiene lo que usted y este columnista tenemos de astronauta, pero al menos es auténtico y transparente en sus propuestas.
Si estuviéramos en la Segunda Guerra Mundial, ¿Estados Unidos recibiría abiertamente a los alemanes ligados al nazismo? ¿Si en México el narcotráfico se manejara por colombianos, daríamos carta abierta a la inmigración de ese país?
Las naciones tienen derecho a regular sus fronteras de acuerdo a sus necesidades de seguridad y protección. ¿Acaso Estados Unidos no puede vigilar más de cerca la entrada de musulmanes como lo ha hecho con los mexicanos en las últimas décadas?
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