La figura del Papa por sí misma representa uno de los principales liderazgos en el mundo moderno y desde hace casi dos mil años. El Pontífice romano es la cabeza de una Iglesia que cuenta con alrededor de 1,250 millones de seguidores, poco más de la mitad del total de cristianos que hay en el orbe. Pero en el caso de Francisco, como muchos otros de sus antecesores, no sólo se trata de un liderazgo religioso, sino también político.
En sus escasos tres años al frente de la Iglesia Católica, Jorge Mario Bergoglio, primer hispanoamericano en portar la mitra papal, se ha convertido en un referente mundial por su activismo dentro y fuera de la institución religiosa. El Papa latino fue el mediador para que Estados Unidos y Cuba restablecieran relaciones luego de más de 50 años de guerra fría. El año pasado realizó una gira histórica por la Unión Americana en donde abogó por el respeto a los derechos humanos de los inmigrantes y por poner un freno a la proliferación de armas de fuego y de destrucción masiva.
Pero también ha reconocido los problemas que enfrenta la Iglesia por la burocracia, los escándalos por los casos de abusos a menores por parte de curas, el alejamiento del alto clero de la sociedad, la crisis de vocaciones, el anacronismo de algunas directrices y la renuncia de prelados y presbíteros a asumir con responsabilidad su misión pastoral social.
Antes de pisar suelo mexicano el viernes pasado, Francisco hizo una escala en La Habana para protagonizar un encuentro de enorme trascendencia con el Patriarca de Moscú y de toda Rusia, Cirilo I, cabeza de la Iglesia Ortodoxa. Ambos líderes religiosos firmaron un convenio para defender a los cristianos en todo el mundo, con lo que pusieron fin a casi mil años de distanciamiento, tras el cisma de 1054. Se trata quizá del acontecimiento religioso más importante de lo que va del siglo XXI.
Es por eso que la primera visita de Bergoglio a nuestro país ha generado tanta expectativa, sobre todo tomando en cuenta el contexto en la que se lleva a cabo. Y hasta ahora, dicha expectativa se ha cumplido. El sábado pasado, sin rodeos, el Pontífice se dirigió a los representantes de las cúpulas del poder político y empresarial en Palacio Nacional, a quienes advirtió que la búsqueda del camino de los privilegios conduce a la corrupción, la violencia y el crimen. Una frase que sin duda tiene amplias repercusiones.
Más tarde, en la Catedral de la Ciudad de México, Francisco habló de forma más dura a los obispos y arzobispos, los jerarcas de la Iglesia en el país, a quienes demandó que se conduzcan con transparencia, lejos de los acuerdos por debajo de la mesa y sin darle la espalda a los problemas principales que enfrenta México como lo es el narcotráfico. “Si tienen que pelearse, peléense, pero háganlo como hombres, como hombres de Dios”, les dijo. Como puede leerse, los mensajes del Obispo de Roma son claros al igual que los destinatarios. Ojalá que en estos últimos haya oídos lo suficientemente maduros para escucharlos.