En el otoño de 1968, Germán Froto Madariaga era un poderoso orador estudiantil de diez y siete años de edad, ataviado de jorongo y huaraches, que luchaba por cambiar el mundo desde su trinchera en el Tecnológico Regional de La Laguna.
Al año siguiente, inspirado en nuestro guía ejemplar el Licenciado Manuel García Peña, Germán desafió a su destino al abandonar la carrera de Ingeniería Industrial cuando cursaba el primer año. Lo hizo para reorientar su vocación, emprender la carrera de Derecho y convertirse en el jurista dedicado y brillante que llegó a ser.
Germán fue víctima de un absurdo burocrático que pinta de cuerpo entero lo que ha sido nuestra educación pública. La Universidad de Coahuila no aceptaba la preparatoria del sistema de Tecnológicos, por lo que Germán tuvo que cursar otros dos años de bachillerato en una escuela nocturna incorporada a la Universidad, mientras durante el día asistía a la Escuela de Leyes como oyente.
Debido a la madurez adquirida en esos años que fueron de echar raíces, el estudiante Germán Froto ejerció sobre sus compañeros un liderazgo académico en la Escuela de Leyes, que enriqueció a cualquiera que se quisiera integrar en los grupos de estudio extracurricular que él organizaba.
Su contribución al proceso de formación educativa desde una perspectiva de alumno y su participación destacada en el movimiento de autonomía universitaria de 1973, que Germán visualizó como base de la libertad de cátedra y de conciencia, marcaron para siempre su identidad como académico político.
Una vez titulado fue sucesivamente Profesor, Director la Escuela de Derecho y Secretario General de la Universidad Autónoma de Coahuila. Desde esa posición, Germán operó como factor decisivo en la solución de una crisis incendiaria que a mediados de los años ochenta convirtió a la UAC en un campo de batalla, en el que se jugaba el destino de la institución entre los extremos de la intromisión ilegal y abusiva del gobierno y el caos.
Con la universidad pacificada, Germán se incorporó como Secretario al Ayuntamiento de Torreón que presidía el alcalde Heriberto Ramos Salas. Concluido el encargo volvió a su despacho profesional, y con el gobernador Rogelio Montemayor regresó al servicio público, primero como Magistrado del Tribunal Superior de Justicia, después como Diputado Local, para concluir como Director Jurídico del Gobierno del Estado.
Llegado el tiempo de Enrique Martínez y Martínez, Germán volvió al Poder Judicial como Magistrado en donde permaneció hasta el fin de ese sexenio, para reincorporarse en fecha reciente a la Sala Auxiliar del Tribunal Superior con asiento en Torreón.
Además del tesoro de su amistad, me unió a Germán el amor por la Patria común y la convicción por la misma Fe, aunque muy a menudo disentimos sobre el "cómo hacer" para mantener vivos nuestros ideales y plasmarlos en el mundo real. Durante toda la vida compartimos nuestros profundos acuerdos y aceptamos nuestras diferencias, en el despacho profesional, en el campus universitario, en la arena política, en el espacio periodístico, en la mesa del café, en la comida de cada sábado y en las tertulias de madrugada.
No cabe duda que Germán vivió como quiso; enfrentó los trances más duros de la vida, incluida la política, con la debida seriedad, pero al mismo tiempo, con sentido del humor y hasta con un ánimo relajado que sólo se indignaba frente a la traición o la hipocresía.
Como soldado de su partido y hombre de estado, Germán reservó para sí un espacio de libertad que aprovechó para ser honesto a despecho de la práctica general. Asumió su carrera política con una sencillez y un sano desapego, que son raros en nuestro medio.
Testimonios como el mío se repiten por cualquiera que se haya encontrado con Germán en el camino, porque su trato de hombre de bien fue parejo y su generosidad dispendiosa. Germán se ha ido a la casa del Padre, lo despedimos con alegría y gratitud, porque su presencia fue para muchos un regalo de Dios.