"…el municipio es la parte del gobierno que cobra multas y derechos de plaza, registra niños y matrimonios, mete a los borrachos a la cárcel, organiza la feria y nunca tiene dinero."
Las palabras de Oscar Navarro Gárate que retratan de cuerpo entero al gobierno local mexicano son contundentes y se han hecho ya clásicas. Verdad irrefutable del México posrevolucionario, terca realidad en el México globalizado.
Pero el municipio mexicano es muchas cosas más, es también laboratorio de democracia. Es el este espacio donde se dan simultáneamente tanto los avances de una sociedad que camina de frente en este siglo veintiuno como la resistencia a salir de un pasado clientelar, corporativista y caciquil. La vida cotidiana del ciudadano de a pie se desarrolla indefectiblemente en el municipio. Ahí se vota y se protesta, se participa en la junta de colonos, se discute, se disiente, se pelea, se reivindica, se hacen acuerdos.
Esto vale incluso ahora cuando ya lo local no tiene nada que decir a la vida global. La empresa de servicios financieros Credit Suisse, con sede en Zurich, Suiza, dio a conocer un estudio, divulgado entre nosotros por Oxfam. El informe consiga un dato terrible: el 1 % más rico de la población mundial acumula más riqueza que el 99 % restante.
No es otra cosa sino el aumento de los niveles de desigualdad en la distribución de la riqueza global. Tan aguda es esta desigualdad que con facilidad se pueden equiparar los tiempos que vivimos con aquellos de los inicios de la primera revolución industrial, aquellos cuando no había jornada laboral de ocho horas, ni salario mínimo, cuando el trabajo de menores o en condiciones infrahumanas era lo normal.
Contra eso nada podemos hacer. Ni la revolución proclamada en las consignas de los años setenta podría hacer nada para modificar el estado actual de las cosas. Distribuir la riqueza mundial de otro modo es una utopía que queda muy fuera de nuestro alcance. La única posibilidad que tenemos es esperar que la "mano invisible" del mercado realice su tarea.
Mientras eso sucede, los organismos internacionales apelan al ciudadano individual a hacerse cargo de sí mismo y promueven entre los gobiernos locales la idea de hacer la parte que les corresponde. Claro analizadas las cosas es tanto como dar los primeros auxilios a un paciente en estado de coma.
La vía dicen, otra vez los organismos internacionales, es fomentar la "cohesión social". Concepto que rescatan de la sociología clásica y que hace referencia a los mecanismos de inclusión y exclusión sociales y al sentido de pertenencia de los integrantes de tal colectividad, que le es inherente.
Un observador atento no se explicaría cómo puede convivir en las sociedades latinoamericanas, no sólo en la Comarca Lagunera, tal desorganización social, tales brechas de desigualdad social, tal modernización abortada de los procesos políticos, instituciones tan débiles y sociedades tan indisciplinadas. En este panorama es inexplicable que los conflictos sociales, a pesar de ser numerosos, no desborden la escala de lo manejable o que la desorganización social no haya provocado el desacato ordinario a la ley.
En este estado de descomposición generalizada la política local sigue reclamando su lugar. Laboratorio para la democracia, o para el control del pueblo, ambas vertientes conviven.
El concreto ahora es La Alameda, emblemático lugar de Torreón y de la Comarca Lagunera. Paseo público de la ciudad, espacio de encuentro, diversión, gozo de familias durante tantos años, décadas. Y una vez más tiene su origen más allá de las instancias gubernamentales, en la iniciativa y financiamiento de ciudadanos y empresarios de la época.
Pues bien, el organismo al caso convoca a una consulta a colectivos organizados de la ciudad a nutrir con ideas el futuro de La Alameda. Invitación a destiempo, porque la Dirección de Obras Públicas del municipio había presentado unos días antes el "Proyecto de Remodelación de la Alameda", otorgado incluso ya a un despacho de arquitectos e ingenieros.
Como dicen los especialistas: la Morelos no es una calle, ni La Alameda es un parque. Se trata de espacios públicos y referentes de la identidad lagunera.
Propio de un pueblo civilizado es el diálogo, la discusión, la coerción sin coerción del mejor argumento. Propio de una tribu primitiva o de una planilla de sociedad de alumnos de secundaria es el "madruguete", la imposición, el grito. El municipio continúa siendo escuela de democracia. La vida es dilemática también ahora. Nos echamos a andar hacia adelante o seguimos empeñados en mundos cortoplacistas, facciosos, gandallas.
Twitter: salvador_sj