Hilarante misión de Cervantes
Noble misión como escritor se impuso Miguel de Cervantes, autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, la de insuflar hilaridad en sus lectores. Y lo logró para el suyo y los demás siglos sobre todo en sus obras más a la mano como la mencionada, los entremeses y las Novelas ejemplares.
Las preceptivas literarias de su tiempo y los tratados de estética, hijos de las culturas occidentales anteriores, dictaban que el arte fuera instrumento de la enseñanza y que ésta rigiera acompañada por la diversión. El regocijo era instrumento de la pedagogía y la didáctica y hermano de ambas en el arte.
Por su formación humanística y por su carácter regocijado Cervantes asumió con provechosos frutos aquella preceptiva y no le resultó difícil crear una obra hilarante que ha de haber disfrutado mucho en tanto la creaba y que es ahora y para los tiempos futuros herencia cuantiosa.
Su “obligación” de ser hilarante, de acuerdo con la preceptiva y con su compromiso humanista ante sus lectores, la manifiesta en varios lugares de su grandioso Don Quijote, cuyos sucesos, dice, “se han de celebrar con admiración, o con risa”.
Reproduzco las líneas donde advierte eso: “Deja, lector amable, ir en paz y en hora buena al buen Sancho, y espera dos fanegas de risa, que te ha de causar el saber cómo se portó en su cargo, y en tanto, atiende a saber lo que le pasó a su amo aquella noche; que si con ello no rieres, por lo menos desplegarás los labios con risa de jimia, porque los sucesos de don Quijote, o se han de celebrar con admiración, o con risa.”
En ese pasaje en el que Sancho ha sido elevado a gobernador de la Ínsula Barataria, narrado por el escritor arábigo Cide Hamete Benengeli, es más que explícita la intención hilarante de Cervantes. Tres veces usa la palabra risa y una vez rieres. Me he permitido resaltar con cursivas las partes donde aparece.
Y ahora me permito recordar que desde el prólogo es manifiesto el objetivo hilarante de Cervantes cuando narra que un amigo, conocedor del propósito que tiene de publicar su libro de don Quijote, le recomienda: “Procurad también que leyendo vuestra historia el melancólico se mueva a risa, [y] el risueño la acreciente […]”
El pensamiento clásico en el que la alegría, la diversión, el alborozo son partes importantes de los libros de entretenimiento, llamados “fábulas mentirosas” por el personaje identificado como el Canónigo, reaparece cuando el mismo dicta con tono de preceptiva:
“Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y entretengan de modo que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas […]” (Aquí pongo cursivas en alborocen y alegría.)
Pero el alborozo, la alegría, la hilaridad no son los únicos atractivos de la mayor obra de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha que, por lo demás, a otro gigante de la literatura, Fedor Dostoyevski, le parecía un libro triste, “el más grande y triste de cuantos libros ha creado el genio de los hombres”.
En el Quijote nos encontramos el alma humana atenazada por su dualidad extrema porque don Quijote es razonador y arrebatado; racionalista y pasional, ni más ni menos que como el ser humano. Pero su existencia dual, con todos los matices que albergan los polos, es iluminada, determinada, inducida y propulsada por la importancia del ideal.
En el magno libro de Cervantes se encuentran junto al alborozo las profundidades del conocimiento, de la filosofía, de la ética y además, por supuesto, el placer de la lectura, el rico caudal de nuestra lengua, el asombro ante la habilidad para contar historias que satisfagan al, como dice Cervantes, ocupado o desocupado lector.
Correo-e: rocas:1419@hotmail.com