Foto: EFE / Kiko Huesca
Arturo Pérez-Reverte nació en Cartagena, España en 1951. En su trayectoria destaca una etapa como corresponsal de guerra que se alargó hasta completar 21 años. Tan solo entre 1973 y 1994, dio cobertura a enfrentamientos en Chipre, Líbano, Eritrea, el Sáhara, las Malvinas, El Salvador, Nicaragua, Libia, Sudán, Mozambique, Angola, el Golfo Pérsico, Croacia, Bosnia, entre otros.
Más de dos décadas como cronista de conflictos bélicos dejan huella en cualquiera. Tal vez por eso una constante en las novelas de Pérez-Reverte es la reflexión acerca de la violencia que los seres humanos podemos ejercer unos contra otros. En sus artículos semanales frecuentemente aborda temas relacionados con las disputas armadas y sus consecuencias.
Los antecedentes sirven para apreciar una marca de su literatura. Varios de los personajes que cruzan sus relatos son o fueron militares y están profundamente marcados por lo cruento de las batallas en que participaron. Así pues la guerra, sus horrores y sus absurdos se cuelan, cuando no juegan papeles importantes, de una u otra forma, en la obra de este autor.
Este entrañable malhablado ha escrito varias novelas históricas con tema bélico, títulos como El húsar, ambientada en el siglo XIX en la España ocupada por el ejército napoleónico; La sombra del águila, novela corta que transcurre en mitad de un combate entre las tropas de Napoleón y el ejército ruso; Cabo Trafalgar, inspirada en la batalla naval donde se enfrentaron la escuadra inglesa y la escuadra franco-española (por esta obra fue condecorado en 2005 con la Gran Cruz al Mérito Naval de la Armada Española); Un día de cólera narra el Levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid contra la ocupación napoleónica y El Asedio se desarrolla durante el sitio de Cádiz (entre 1811 y 1812) en la Guerra de Independencia Española.
Sus constantes referencias a la guerra también han dado para algún divertimento, por ejemplo, en la página de internet Buzz Feed (https://www.buzzfeed.com/guillermodelpalacio/john-perez-reverte) hay un pequeño juego titulado “¿Quién lo dijo? ¿Rambo o Pérez-Reverte?”. La mecánica es sencilla, entre doce frases dadas hay que determinar cuáles pertenecen a John Rambo y cuáles a Arturo Pérez-Reverte. Obtener una cantidad decente de aciertos no es tan sencillo como uno pensaría.
El que fuera un honrado mercenario es un apasionado de la historia de su patria, la navegación, la novela de folletín y las historietas de Las aventuras de Tintín. Todo esto, sin duda influye en su literatura como puede apreciarse en sus novelas El maestro de esgrima, La carta esférica, La piel del tambor, El club Dumas o la saga de Las aventuras del capitán Alatriste.
También es un apasionado del lenguaje y miembro de la Real Academia Española (RAE) desde 2003. Esta ilustre institución, cuyo lema “Limpia, fija y da esplendor” parece publicidad de algún detergente, según dictamen del académico electo Antonio Muñoz Molina, es el eje central de su más reciente novela: Hombres buenos, publicada en 2015 por editorial Alfaguara.
En ella reconstruye las peripecias de dos respetables académicos de la RAE de fines del siglo XVIII, el bibliotecario Hermógenes Molina y el brigadier retirado Pedro Zárate, comisionados por el resto de sus compañeros de cofradía para viajar a París y hacerse con los veintiocho volúmenes de la famosa Enciclopedia.
Hasta aquí todo parece en orden y, en apariencia, sin complicaciones. La realidad, sin embargo, es mucho más compleja. Para empezar, en España -y en otros países- la Enciclopedia estaba incluida en el famoso Índice de libros prohibidos por la Iglesia católica, debido a que desafiaba el dogma católico.
Así, el primer obstáculo será conseguir las correspondientes dispensas real y eclesiástica, tarea que revela una pequeña laguna legal, pues la Real Academia tiene licencia para poseer en su biblioteca libros prohibidos; pero el permiso se refiere a la tenencia y lectura, no al transporte.
Además, entre los miembros de la RAE se cuentan unos cuantos eclesiásticos y algunos radicales que reprueban la adquisición de dicha obra. Esto generará múltiples fricciones al interior de la institución y discusiones acaloradas en los plenos; pero también alianzas insospechadas como la de Manuel Higueruela, editor de un periódico ultraconservador donde ataca “todo lo que huela a progreso y doctrina ilustrada”, y Justo Sánchez Terrón, a quien Pérez-Reverte presenta como “un ilustrado radical”. Este personaje se halla trabajando en una obra titulada Diccionario de la Razón y buena parte del contenido que presenta como propio no es más que una traducción directa de los enciclopedistas.
Higueruela y Sánchez Terrón, empeñados en impedir que los libros lleguen a España, llegarán al extremo de contratar a Pascual Raposo, un exmilitar lleno de rencores devenido en mercenario, para que entorpezca la misión de Molina y Zárate.
En el París de fines del siglo XVIII nada es lo que parece y las pesquisas de los académicos no serán miel sobre hojuelas. Para empezar circulan una gran cantidad de ediciones de la Enciclopedia… pero no son de fiar, pues han sido resumidas, retocadas o alteradas. Por tanto, los académicos andan tras la primera edición, impresa en veintiocho volúmenes in folio, la cual, para aderezar las peripecias de los académicos, está agotada desde hace algunos años. Además, la embajada de España en Francia no está muy dispuesta a colaborar activamente en la búsqueda de los libros.
Mientras la novela sigue su curso hay múltiples “tiempos muertos” que don Hermógenes y don Pedro (al que se refieren constantemente como “el almirante”) aprovechan para dialogar sobre temas como religión, política, historia, el honor, la guerra, la moral, la Ilustración y sus posibles beneficios y perjuicios, etcétera. Estos diálogos son ricos e interesantes ya que los personajes suelen tener puntos de vista distintos, en casi todo, y funcionan más bien como un pretexto para exponer someramente las ideas de los pensadores españoles y franceses del siglo XVIII.
Los académicos acabarán por trabar relación con un personaje no por secundario menos interesante, el abate Bringas, quien será su 'guía' y ayudante en la búsqueda por las librerías de París. Bringas es un español radical que se encuentra en París autoexiliado (al menos eso dice) para no acabar en manos del Santo Oficio. Es un exaltado en vísperas de la Revolución Francesa, misma que resulta deseable y casi se palpa en el aire para gente como él aunque resulta impensable para los aristócratas.
Cabe mencionar que este personaje de ficción está basado en José Marchena y Ruiz de Cueto, quien pasó a la historia como abate Marchena, sin ser eclesiástico.
Otro personaje digno de mención es Margarita Dancenis, española casada con un francés, de quien se dice que estaba en “el corazón de la vida elegante e intelectual del París de entonces”. Ella tiene un salón de tertulias filosóficas y su presencia es fundamental en dos o tres momentos clave de la narración. Madame Dancenis parece ser una mezcla de dos personajes reales: Teresa Cabarrús y Juliette Récamier.
Por esta novela desfilan más nombres ilustres como D'Alembert, Condorcet, el conde de Buffon, Benjamin Franklin, la pintora Adélaïde Labille-Guiard, el ajedrecista Philidor, el temible médico Jean-Paul Marat y el escritor Pierre Choderlos de Laclos.
Como una suerte de trama paralela, o relato dentro del relato, se intercala la narración del proceso y las vicisitudes que el autor siguió con miras a reunir la documentación pertinente para lograr un relato fiel en materias costumbrista, histórica y geográfica. No se debe perder de vista que esto es una novela, una que se vale con tino del recurso de mezclar realidad y ficción.
Una cuestión que el lector no debe obviar es que resulta difícil hacer justicia en unos cuantos párrafos a esta larga aunque no pesada novela (casi 600 páginas). La tarea es todavía más complicada cuando la obra pertenece a un escritor que ofrece, por lo general, una prosa cuidada y amena. Por fortuna, darle su justa dimensión a Hombres Buenos es una tarea que corresponde a los lectores que acepten batirse en duelo con John Rambo, perdón, con Arturo Pérez-Reverte.
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