¿Quién diría que a la vuelta de los años el fundador de la corriente del poder que lleva gobernando casi doce años Coahuila, puede ser el responsable de ponerle fin?
El profesor Humberto Moreira Valdés supo encumbrarse con su grupo político (en el cual su hermano y hoy gobernador Rubén fue pieza clave) convirtiéndose en gobernador del estado en aquel distante diciembre de 2005. Moreira tuvo la capacidad de desplazar a cuadros que parecían en aquel tiempo más alineados al perfil del entonces gobernador Enrique Martínez y Martínez, como el hoy expriista Javier Guerrero o el empresario Jesús María Ramón Martínez (q.e.p.d), quien se estrenaba en aquellos tiempos como gran elector estatal, debido a que el PRI había perdido la presidencia de la república cinco años antes y con ello el poder de elección recaería en los mandatarios estatales, por lo que la decisión de designar al candidato a gobernador fue en gran parte del propio don Enrique.
Inició entonces una época convulsa en el Estado. Con la llegada de Humberto, la operación gubernamental dio un vuelco y de una administración que terminó su período -la de Enrique Martínez y Martínez 1999-2005- con cero deuda bancaria, porque en proveedores dejó facturas pendientes por alrededor de 400 millones de pesos, el profesor optó por un gasto inconmensurable el cual destinó a obras de infraestructura, un abultado gasto social y por supuesto aquella parte oscura en el manejo de los recursos hipotecando a Coahuila por una megadeuda de 38 mil millones de pesos.
También en ese tiempo Felipe Calderón quien llegó a la presidencia de México un año después de que el profesor había tomado el cargo, decidió "declararle la guerra a la delincuencia organizada" desatando una ola de asesinatos y hechos criminales brutales en muchos sitios del país, como lo fue en Coahuila y particularmente en Torreón, que llegó a registrar más de mil asesinatos al año. Muchos indicios y conjeturas hacen suponer que si bien no se puede aseverar que Humberto Moreira tuvo acuerdos con los grupos criminales, por lo menos tampoco se puede negar que él no combatió como la ley lo obligaba a las bandas delincuenciales que asolaron todo el estado.
Transcurrían los meses y Humberto vivía las mieles de un poder sustentando en el excesivo gasto público que todo lo compraba, su estilo populista y su gran carisma, pero a La Laguna de Coahuila y principalmente a Torreón, decidió relegarlo a la cauda de obras y puentes vehiculares que se construyeron por todo el estado. Condenó a esta ciudad porque aquí perdió las elecciones para gobernador.
A esta determinación que Moreira Valdés tomó en ese momento y que los hechos demostraron, habría que agregarle la falta de destreza política de quien era en esa época el presidente municipal de Torreón, José Ángel Pérez, quien decidió vivir una confrontación política permanente con Humberto, lo que acrecentó el desprecio del profesor hacia La Laguna.
Llegaba el final del sexenio de Humberto Moreira y su estrella brillaba. Dejó anticipadamente el cargo de gobernador en el hoy prófugo de la justicia norteamericana Jorge Torres, quien se encargó de redondear la estafa que le hicieron al pueblo de Coahuila con la contratación fraudulenta de la deuda que habrá de pagarse en dos generaciones, mientras el profesor asumía la presidencia nacional de su partido. Su ascenso parecía no tener límites.
En el año 2011, en plenos tiempos electorales, se destapó el asunto de la megadeuda, tema que a la postre le costaría el puesto a Humberto y el exilio. Enrique Peña Nieto sabía que ese tema podría minar su carrera y decidió desterrarlo.
Rubén Moreira arrasó a Guillermo Anaya y se hizo del poder estatal. Encontró un estado en ruina financiera y en manos de la delincuencia organizada. Trabajó y al paso de los años retomó el orden en la tesorería, combatió con denuedo a la delincuencia y se generaron decenas de miles de empleos en Coahuila, pero nada hizo para hacer pagar a todos aquellos que orquestaron el megadesfalco que le hicieron a los coahuilenses.
Las circunstancias le permitieron estar construyendo la candidatura de su sucesor, que extrañamente es de origen lagunero, y aunque hay ya presidente priista, parece que en el centro del país están dejando jugar a los gobernadores que les puedan garantizar según ellos el triunfo, como es el caso.
Así entonces, Rubén quiere dejarle su lugar a Miguel Riquelme, quienes tendrán que enfrentar la molestia nacional hacia el gobierno de Peña, y el reclamo y agotamiento en la entidad pues ya van casi doce años de régimen moreirista, en sus dos versiones.
La realidad es que tienen muchas probabilidades que el cálculo del actual gobernador se materialice, pero de repente resurge la figura de Humberto, quien declara que quiere competir por una diputación local. Vaya cinismo, el problema es que si el profesor realmente salta de nuevo a la arena electoral, para la oposición será un vehículo para remover el resentimiento natural por todo lo que sucedió en el gobierno anterior y que a la postre, en unas elecciones que de por sí se esperan muy competidas, pudiera convertirse en factor para la derrota del PRI, y por ende, el fin mismo del moreirismo, lo cual pudiese ocurrir si Humberto se convierte en candidato.