Cabeza de chorlito
En esta época en que nos afanamos en la defensa de todo, en un intento vano por lavar culpas inventadas so pretexto de explicar un statu quo que se nos escapa y del cual no somos muy conscientes, ya que estamos inmersos en una realidad que quizá sólo en generaciones futuras podrán encontrarle un sentido a esta cotidianidad del siglo XXI que nos tiene llenos de remordimiento por las acciones y omisiones cometidas a lo largo de la historia del ser humano, producto de una interpretación trunca y simplista de nuestro entorno, con un desconocimiento de los elementos culturales que nos dan sentido y en el cual la descontextualización pareciera una ley y el pretexto perfecto para que aquellos que tienen una "bandera" personal que asumen como su compromiso de vida, supliendo en ella las ideologías que hoy brillan por su ausencia.
Así que he aquí una nueva bandera para aquellos que aún no encuentran algo por defender, y esta viene en una noticia publicada por "El mundo" este 14 de junio, en la cual se mencionan los resultados de una investigación realizada por la Universidad de Vanderbilt en Estados Unidos, la que demuestra que a pesar de tener un cerebro más pequeño, los pájaros tienen más neuronas por centímetro cuadrado en la región del cerebro asociada con el comportamiento inteligente que en los cerebros de los mamíferos, mandando con ello al traste el conocido insulto de "cabeza de chorlito" como sinónimo de poco inteligente, pues ocurre que este primer estudio se ha medido de forma sistemática, clara y precisa el número de neuronas en más de dos docenas de especies de pájaros, concluyendo con lo dicho.
Así que el citado "cabeza de chorlito" ha de tornarse ahora en un piropo. De acuerdo con los resultados de este estudio, los pájaros pueden reconocerse a sí mismos en un espejo, fabricar y usar herramientas, emplear la intuición para resolver problemas, hacer inferencias sobre relaciones causa-efecto y hacer planes sobre necesidades futuras, habilidades que antes se creían exclusivas de los primates, esto de acuerdo con Suzana Herculano-Houzel, autora del artículo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences y neurocientífica del Departamento de Psicología de la Universidad de Vanderbilt.
Esta noticia sin duda se coloca en el concurso actual de una cultura contemporánea que poco a poco se da cuenta de que quizá no estemos a la vanguardia de la evolución, y para abonar a este debate, vale la pena mencionar una nota más, esta de "El país" (13 de junio de 2016) firmada por Manuel Asende, la cual hace referencia al Oikopleura dioica, un organismo de tres milímetros, con boca, ano, cerebro y corazón, el cual pone en duda el discurso de las religiones y se encarga de colocar al ser humano en el lugar que le corresponde en la naturaleza… que con el resto de animales, dicho lo anterior por el biólogo Cristian Cañestro, quien junto a Ricard Albalat dirige una de las tres instalaciones científicas que estudian al Oikopleura dioica en el mundo.
"La visión hasta ahora es que al evolucionar ganábamos en complejidad, ganando genes. Así se pensó cuando se secuenciaron los primeros genomas, de mosca, de gusano y del ser humano. Pero hemos visto que no es así. La mayoría de nuestros genes está también en las medusas. Nuestro ancestro común los tenía. No es que nosotros hayamos ganado genes, es que los han perdido ellos. La complejidad génica es ancestral", sentencia Cañestro.
El último ancestro común entre el Oikopleura y el ser humano vivió hace unos 500 millones de años. Desde entonces, el Oikopleura ha perdido el 30% de los genes que nos unían. Y lo ha hecho con éxito. Este descubrimiento ha dado origen a la publicación que Albalat y Cañestro realizaron en Nature Reviews Genetics, en el que plantean la tesis de la pérdida de genes como motor de la evolución, subrayando los autores que esta pérdida de genes puede ser clave para el origen de la especie humana.
La conclusión parece ser simple: "no hay animales superiores ni animales inferiores" (Cañestro), la vida está compuesta por las mismas piezas, las cuales se combinan en un número infinito de posibilidades, en una amalgama que juega entre la simplicidad y la complejidad en la cual sólo varía lo que con ella se construye, pues a fin de cuentas entre un chorlito, un Oikopleura y el ser humano se encuentra una selección y acomodo particular de piezas que da sentido a la enorme diversidad que construye la naturaleza.
Así podemos decir con certeza y sin vergüenza alguna que el ser humano es sólo una colección de 30 billones de células, 30 billones de células que han adquirido de alguna manera la maravillosa capacidad de ver lo invisible, de pensarlo y de imaginarlo.